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/Escrito por Cecilia Lavalle./
Piense en una guerra. La que sea. Ahora piense en las mujeres en esa guerra ¿Dónde están?, ¿qué hacen? Tenemos que hacer el ejercicio, porque la historia nos la han contado como si las mujeres nos hubiésemos evaporado.
Y por supuesto que no nos evaporamos, pero sí nos evaporaron de la narración de la historia. O, a lo mucho, aparecemos como extras en la película y en actividades de poca trascendencia.
Por ejemplo, de las “dos de la foto”, es decir, las únicas dos de las que se hablaba (se habla) en la lucha por la Independencia, Josefa Ortiz y Leona Vicario. A menudo se narran sus actos como mera anécdota carente de importancia.
Doña Josefa “simplemente” tuvo la idea de golpear el piso con su tacón para avisar a su vecino que estaba encerrada y pedirle que avisara a los conspiradores que les habían descubierto.
¿Sólo dio un par de taconazos? ¿Acaso no formaba parte del grupo de conspiradores? ¿Cómo es que el vecino supo interpretar el golpeteo? ¿Cómo sabía Josefa que no la traicionaría? ¿No será que ya lo había alertado y preparado para una eventualidad como esa?
En ese caso entonces, se trató de un plan bien preparado que, en realidad, permitió que arrancara la lucha por la Independencia. Es decir, sin esa previsión y aviso puntual, los hubieran detenido antes de empezar. Y, claro, septiembre no sería el mes de la patria.
Las muchas actividades de doña Leona Viario en la Independencia también fueron reducidas a un acto de servicio a su marido, ese sí considerado desde el principio héroe de la patria.
Pero doña Leona, haciendo honor a su nombre, le contestó puntualmente a Lucas Alamán, por escrito:
“Por lo que a mí toca, sé decir, que mis acciones y opiniones han sido siempre muy libres, nadie ha influido absolutamente en ellas, y en este punto he obrado siempre con total independencia, y sin atender a las opiniones que han tenido las personas que he estimado. Me persuado que así serán todas las mujeres, exceptuando a las muy estúpidas, o a las que por efecto de su educación hayan contraído un hábito servil. De ambas clases también hay muchísimos hombres”.
Necesitamos saber. Y ahora más que nunca hay información; porque mujeres, en general historiadoras o periodistas, han seguido cada pista, cada migaja; han jalado cada hilo y con paciencia de artesanas han reconstruido los pedazos encontrados.
Así, hemos recuperado, por ejemplo, el papel de las mujeres en la guerra de Independencia de México.
Ahora sabemos que participaron de muchas maneras, como parte de la conspiración contra el régimen virreinal, como espías, como correos o en las batallas.
Asimismo, se han redimensionado tareas en las que participaban las mujeres y se les restaba valor. Como cocinar para la tropa, o curar heridos en uno u otro bando.
Y también se ha descubierto que tan pronto terminó la guerra, a propósito de que se redactaría la primera Constitución, mujeres zacatecanas exigieron derechos políticos, bajo el argumento de que ellas también habían dado por la patria todo y más.
Tenemos que leer la historia que cuenta nuestra participación, porque sin nosotras, esa historia es incompleta y está sesgada. Y porque se corre el riesgo de creer que tener una presidenta es casi una casualidad, un evento fortuito, como el taconazo de doña Josefa.