/ Denise Dresser/
En el 2022 todavía andarán sueltos los viejos demonios. El crimen organizado dentro y fuera del gobierno. El patrimonialismo. El rentismo. El uso arbitrario del poder y la impunidad con la cual todavía se ejerce. El país de la democracia fugitiva. El país de la violencia sin fin.
Entre tantos equívocos y múltiples fallas, Andrés Manuel López Obrador tiene un logro indisputable a tres años de gobierno. Colocar a la pobreza en el centro de la narrativa gubernamental. Hablar del México de privilegios acumulados y penurias ignoradas. El México que alberga a quienes compran en las tiendas de Masaryk e invisibiliza a quienes piden limosna en los camellones a unos metros de allí. El México nuestro. De rascacielos y chozas, redes sociales y analfabetismo, migrantes y marginados, plataformas petroleras y campos disecados, riqueza descomunal y pobreza desgarradora. Ese país sublime pero desolador, al que AMLO le habla en cada gira, en cada evento. Al que el Presidente representa y dignifica y atiende, mientras la oposición balbucea.
Muchos aplaudirán lo logrado en los últimos tres años: la pensión para adultos mayores, las becas para jóvenes estudiantes, los programas sociales como “Sembrando Vida” y “Jóvenes Construyendo el Futuro”. Las transferencias directas que mejoran vidas y alivian tribulaciones y aligeran cargas. La mística del lopezobradorismo es real. Es la historia del gobierno dadivoso y el pueblo agradecido. Es la historia oficial del nacionalismo revolucionario, traducida en políticas públicas que dificultan la conversión de México en otro tipo de país. Un país más próspero, más equitativo y más democrático del que tenemos hoy.
Los apologistas actuales son incapaces de comprender que todo eso que aplauden es lo que hay que combatir. Son incapaces de entender que en México jamás habrá una “Cuarta Transformación” si las élites nada más se reciclan. Si se sigue gobernando con camarillas y no a través de instituciones mejorables. Si los pobres no dejan de serlo.
México no es Venezuela, pero sí es el mismo México, sólo con más militares al mando. Las nuevas familias poderosas siguen viendo al país como un botín. La línea divisoria entre los bienes públicos y los intereses privados es tan borrosa como durante el PRIAN.
“Sembrando Vida” provee dignidad a los campesinos, pero no una ruta para escapar de la pobreza. Los políticos hábiles, fríos, camaleónicos, cruzan de otro partido a Morena como lo han hecho durante décadas. La república mafiosa continúa construyendo complicidades con adjudicaciones directas, contratos, concesiones y negocios. Y la vasta mayoría de los mexicanos no puede influenciar el destino nacional, porque ejercicios de democracia directa han sido distorsionados con consultas fársicas, como “la justificación del mandato”.
En el 2022 todavía andarán sueltos los viejos demonios. El crimen organizado dentro y fuera del gobierno. El patrimonialismo. El rentismo. El uso arbitrario del poder y la impunidad con la cual todavía se ejerce. El país de la democracia fugitiva. El país de la violencia sin fin. Las principales batallas no se están librando en torno a cómo construir un sistema político -y económico- más representativo y más eficaz, sino en cómo mantener el control de feudos y prerrogativas y privilegios. El gobierno aumenta el salario mínimo, pero no toca el tema de una reforma fiscal. El lopezobradorismo va tras el INE, pero no entiende que llegó al poder gracias a su existencia. Todos los predestapados presidenciales se posicionan para lucrar políticamente, sin mirar a la ciudadanía que paga el costo de ese afán. La falta de un Estado competente está en el corazón de nuestra historia
el precio es evidente: una democracia condenada a la baja calidad. Un partido cuasihegemónico que confunde popularidad con gobernabilidad, y aprobación presidencial con resultados. Una cúpula empresarial que calla a cambio de un contrato o una concesión. Mayorías legislativas que abusan de su poder, así como lo hacía el PRIato. Élites políticas corroídas por divisiones internas, incapaces de resolver problemas perennes de desigualdad, propensas al liderazgo populista o autoritario que promueven como fuerza redentora.
Por ello, la consigna ante el 2022 debería ser la honestidad frente a lo que estamos viviendo. Un gobierno que ensalza reliquias en vez de construir derechos. Un Presidente que palia la pobreza en lugar de garantizar oportunidades para trascenderla. López Obrador imbuye de virtud epopéyica la perpetuación de los vicios priistas. Y la tarea ciudadana -hoy como ayer- es liberar a México de las cadenas que el neopriismo tardío le sigue colocando