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/ Por Laura Coronado Contreras*/
Recientemente, el libro de Jonathan Haidt, La generación ansiosa, se ha convertido en un best-seller en Estados Unidos. Su premisa principal reside en analizar cómo, en los últimos 15 años, ha existido un incremento en los diagnósticos de adolescentes con padecimientos como ansiedad, depresión y otros trastornos psicológicos. A lo largo de sus páginas describe como “el mundo virtual es adictivo” y está causando una “emergencia de salud pública”.
Más allá de que, por fortuna, ha crecido el número de personas que buscan ayuda psicológica dejando atrás los estigmas, ¿serán las redes sociales las causantes de cómo el autor denomina a una generación ansiosa? ¿Es real que la generación Z se siente más agobiada que otras?
Tristemente, el libro generaliza en los jóvenes y no distingue entre niñas, niños, mujeres y hombres jóvenes, ya que el género femenino es el que más sufre de la presión social, los estándares de belleza, el ciberacoso y la publicidad. Por ejemplo, hace años, Frances Haugen, exempleada de Facebook (ahora Meta), denunciaba como Instagram resultaba ser “tóxica” para “algunas adolescentes”, exhibiendo una muestra en donde las jóvenes encuestadas dijeron que “cuando se sentían mal con su cuerpo, Instagram las hacía sentir peor”.
¿Por qué se sentían mal con su cuerpo? Las redes reflejan valores y vicios de la sociedad, pueden exponenciarlos, pero no los crean. Los cánones de belleza pueden verse de manera más constante en las plataformas, pero las personas –no el algoritmo– les damos el peso que queremos, que aprendemos o que nos exigen.
Las redes sociales ocupan espacios que los demás les vamos otorgando: somos los primeros en darles los dispositivos a nuestros hijos enseñándoles que nosotros podemos estar ocupados, pero la tecnología siempre estará para ellos. Coincido con Haidt en que tendemos a sobreproteger en algunos aspectos (alimentación, amistades, seguridad) y dejamos desamparados a los más pequeños ante el mundo digital. No les damos herramientas para que construyan entornos sanos. Les exigimos cordura, sensatez, paciencia y resiliencia, aunque predicamos con otros ejemplos.
Sin embargo, no podemos dejar de lado que las redes sociales han sido de ayuda. Como muestra, podemos ver cómo han servido para visibilizar temas tan relevantes como la igualdad, la discriminación, el acoso o la violencia que viven miles de niñas y mujeres adolescentes. ¿Tenemos que equiparar el uso de las redes sociales al tabaquismo o a las plataformas como a los gigantes petroleros?
La Real Academia de la Lengua Española define con dos caminos diferentes a la ansiedad. Por un lado, la señala como un sentimiento de desazón o agobio. Por el otro, como un deseo vehemente, ávido, anhelante o hasta ambicioso. Bien encausadas, nuestras emociones nos pueden ayudar a construir mejor nuestra personalidad.
El problema no son las redes, sino lo que demuestran. Una generación de millennials que hemos crecido a la par de la tecnología y que no nos hemos alfabetizado lo suficiente para acompañar, especialmente, a las niñas y mujeres adolescentes.
¿Nos tomamos el tiempo para decirles que su autoestima no puede basarse en un like? ¿Reconocemos cuando son valientes? ¿Las hacemos sentir amadas y hermosas? ¿Sienten que no están solas y que todo estará bien? Durante años hemos luchado para evitar la etiqueta de “histéricas”. ¿Ahora les heredaremos la marca de “ansiosas”?
*Catedrática de la Facultad de Estudios Globales de la Universidad Anáhuac México. X: @soylaucoronado