No es el fin del feminismo, es el fin del discurso.

*”No es el fin del feminismo. Es el fin del discurso feminista de los últimos años, ese que fue manoseado políticamente. El feminismo como accesorio, el feminismo como una polera de fast fashion, el feminismo como algo que uso, no que me transforma”, escribe Isabel Plant en su columna de hoy. “Este fue el año en que muchos y muchas se dieron cuenta, del Presidente hacia abajo, que vivir el feminismo es un trabajo de todos los días y que es agotador, porque va contra la corriente”, añade.

/ Por Isabel Plant /

 

Los momentos se fueron sucediendo unos a otros, comenzando a crear un mosaico. El video granuloso de las cámaras de seguridad de un hotel en el centro de Santiago, donde un hombre lleva de la mano a una mujer que camina tambaleándose. Un punto de prensa donde un Presidente intenta compensar con palabras y palabras y palabras la cadena de errores cometidos. Una asesora, en cuclillas, mirándolo hacia arriba, dice: “Es suficiente”. Una ministra de la mujer aterriza en Chile, para enterarse de que su teléfono no había sonado cuando más era necesario.

Pero es también una diputada llamando a una denunciante, en el caso que envuelve a su expareja. Es un nuevo alcalde aterrizando en Santiago, desmantelando la subdirección de igualdad de género completa, de raíz.

En Europa, otras postales: 51 condenados en el Tribunal de Avignon, enmascarillados, por haber violado o abusado de una mujer drogada e inerte. Es el retorno a la Casa Blanca de un político que tiene una condena por haber sobornado a una estrella porno para que ella guardara silencio. Son las trad wife acumulando likes en TikTok mientras hacen ricota casera, con una guagua colgando de la mochila, una sonrisa perfecta, esperando al marido proveedor. Es un político español quien, tras ser acusado de conductas machistas y comportamientos sexuales inadecuados, le echó la culpa al patriarcado.

Todos son hechos de distintas gravedades, profundidades o consecuencias. Pero van hilando, punta a puntada, un tapiz donde la fatiga de la última ola de feminismo se entremezcla con los múltiples incendios sociales para dibujar una realidad preocupante: ¿es que nada cambió?

¿Y dónde están las feministas?

No es el fin del feminismo. Es el fin del discurso feminista de los últimos años, ese que fue manoseado políticamente. El feminismo como accesorio, el feminismo como una polera de fast fashion, el feminismo como algo que uso, no que me transforma. El feminismo que llegó a ser un comodín. Una moda momentánea, donde los aliados y aliadas surgieron por todos los lados del espectro político, intentando estar a tono con los pañuelos verdes y morados que se tomaban las marchas. También el feminismo de “yo tengo hijas mujeres” o de “feminista, pero no feminazi”.

Este fue el año en que muchos y muchas se dieron cuenta, del Presidente hacia abajo, que vivir el feminismo es un trabajo de todos los días y que es agotador, porque va contra la corriente. Es un pensamiento de constante autoevaluación. Es una visión política enemiga de las pontificaciones, porque los tejados están hechos de vidrio. Tratar de vivir la igualdad y cambiar la cultura es titánico -lo habríamos logrado antes, si no-, y aunque por el entusiasmo de la ola muchos pensaron que bastaba con postear slogans o repudiar lo obviamente repudiable, tiene más que ver con dar pasos hacia adelante, sabiendo que a veces el camino tendrá rodeos o caídas. Que uno mismo, aunque con la mejor disposición, puede tropezar. Yo tropiezo a diario, de distintas maneras. Lo importante, supongo, es no fatigarse.

Mirando el año que se avecina, lo fundamental será no retroceder; nada como la batalla por llegar a La Moneda para ver una lluvia de promesas o frases grandilocuentes que luego quedan olvidadas o que se usan como munición.

Tenemos a una candidata de oposición, Evelyn Matthei, quien en los últimos años se ha definido derechamente como feminista -y se ha atrevido a defender, contraria a buena parte de su sector, la ley de aborto de tres causales, por ejemplo-. Como toda mujer en la primera fila de la política, sabe lo que ha sido tener que abrirse paso a codazos en terreno de hombres. ¿Puede sostener esa militancia o la veremos reculando en busca de votos?

Probablemente, comparta papeleta con dos nombres más a la extrema derecha: José Antonio Kast viene llegando de la cumbre de Political Network for Values, red conservadora internacional que presidió por dos años. Como siempre, parte fundamental de su lucha es prohibir el aborto y defender su idea tradicional de familia. La “ideología de género” como el demonio del siglo XXI.

Más a la derecha aun, Johannes Kaiser crece en encuestas y, aunque ha pedido disculpas, podemos resumir su visión de la mujer -ni siquiera del feminismo- con su puñado de frases para el bronce que incluyen poner en duda el derecho al voto femenino.

En el oficialismo aún no hay candidato o candidata. Pero supongo que quien ocupe ese espacio cargará con parte de los errores cometidos en Palacio con el Caso Monsalve. También estará la lección de haber prometido un gobierno feminista, entendiendo hoy que era una fantasía imposible de cumplir. El Estado no es una institución igualitaria (aún), e incluso entre quienes piensan que están “deconstruidos” o las que piensan que viven a prueba de micromachismos, hablar es más fácil que hacer y discursear es más sencillo que vivir.

¿Todo está perdido para el feminismo? Nada. Como pasó cuando se luchó por poder educarse, luego por poder votar, luego por poder tener el dominio sobre nuestros cuerpos, luego por poder trabajar, luego para que ese trabajo esté libre de discriminaciones, luego por poder tener afectividad consensuada y así; echaremos nuestros triunfos y fracasos, nuestros errores y nuestros aciertos, al cinto y seguiremos trabajando. Quizás, por un momento, pensamos que sería más rápido. Quizás ya no estamos de moda. Pero sabemos que lo que buscamos debe resistir el paso del tiempo. Paso a paso, no más.