Sin tacto.
Por Sergio González Levet.
Albricias para Camilo González, que hoy cumple años. Felicidades, hijo y ahora ya padre.
Hace años trabajé con un Gobernador que llegó al poder desde un partido de oposición, que en esas épocas quería decir de oposición al PRI: había dos o tres mandatarios estatales del PRD, algunos cuantos más del PAN y una mayoría aplastante de tricolores.
El nuevo gobernante llegó con el apoyo popular y traía como una de sus banderas la honestidad. Aunque su antecesor había sido un gobernante muy bien administrado, capaz y medido, y había dejado muy buenas cuentas a la nueva administración -por ejemplo, dinero en las arcas estatales suficiente para pagar aguinaldos y compensaciones de la burocracia estatal, así como todas las renuncias del personal directivo en su equipo de trabajo, que había recibido sus liquidaciones de ley unas semanas antes de que terminara el sexenio-, el asunto de la anticorrupción, ya se sabe, es muy atractivo para el gran público electoral, para el pueblo bueno y honesto, que en ese caso se volcó a favor de un personaje que además era muy carismático y populachero.
Empezaba apenas el sexenio y ese mandatario me pidió que entrevistara a todos los miembros de su gabinete y que se publicaran los resultados para que los gobernados conocieran más a fondo a los funcionarios que llevarían adelante la administración estatal.
La estrategia fue hacerle a cada uno de ellos la misma ronda de preguntas, a fin de que tuvieran igual oportunidad de semblantearse frente a los ciudadanos. Una de ésas preguntas tenía que ver con los valores humanos, y se les inquiría sobre cuál consideraban ellos que era el más importante.
De manera sorpresiva, todos contestaron a esa pregunta con la misma respuesta: el valor mayor y más sagrado para un servidor público, es la honestidad. Ese consenso absoluto me llamó a la curiosidad y sobre todo a la sospecha. Tal unanimidad hacía pensar en una contestación fraguada entre todos (quizás el propio Gobernador incluido) para convencer a la población de que ellos serían honrados a carta cabal, que no tocarían ni un céntimo del presupuesto público para su aprovechamiento personal y que pasarían por el puesto como blancas palomas.
¡Lo que efecto no sucedió!
A partir de aquella experiencia personal, siempre he pensado que quienes alardean demasiado de su moralidad, por lo general son quienes menos se ajustan a la legalidad y a las cuentas exactas.
Dice el refrán popular, dime de qué presumes y te diré de qué careces.
No sé por qué me acordé de ese hecho que pasó hace muchas décadas, y menos porque me dicen constantemente que ya no sucede nada similar en nuestro país.
No sé… la verdad.
No mentir, no robar, no traicionar al pueblo…
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