No son monstruos .

/ Por Marisol Escárcega/

De niñ@s, nos aterraba la idea de que un ser malvado se escondiera debajo de nuestra cama o que viviera en el clóset. Constantemente pedíamos a nuestros padres que ahuyentaran al monstruo que estaba ahí. Con el tiempo, entendimos que esos seres fantasiosos que vimos en películas o que nos leyeron en cuentos sólo existían en un mundo ajeno al nuestro, y no nos podían hacer daño.

Sin embargo, cuando ocurre un acto atroz, específicamente una muerte violenta a manos de una o varias personas, generalmente hombres, siempre escuchamos decir que están locos o que son monstruos.

Pero no lo son. No tienen cuatro ojos ni garras en vez de manos. Tampoco tienen enormes colmillos ni alas o patas de cabra. No, no son monstruos, son hombres, tan comunes que los tenemos de vecinos. Tan normales que convivimos con ellos todos los días en el trabajo, en la calle. Incluso, viven en nuestras casas. Son nuestros padres, hermanos, abuelos, tíos, esposos… hijos.

Los feminicidas de todas las mujeres que han sido arrancadas de nuestro lado son producto de una cultura machista que les ha facilitado vivir en el privilegio, tener poder prácticamente en todos lados, cometer los actos más atroces que podemos conocer y quedar en la impunidad, porque en esta sociedad machista, se invisibiliza a las mujeres.

Ellos, en cambio, se desenvuelven como cualquier persona. Llevan su vida con normalidad: con esposa e hijos, preocupados, incluso, por problemáticas de su entorno, por eso cuando se descubre que son violadores o asesinos nos parece tan difícil de creer que no están enfermos. Los colocamos en una categoría aparte, porque no son normales.

Además, los medios de comunicación contribuyen a propagar ese mote y en vez de llamarlos violadores o feminicidas los nombran como El Monstruo de…, lo que contribuye a deslindarlos de sus delitos.

Les ponemos apodos o calificativos para explicar y/o entender de alguna forma lo que pasó, eso que está frente a nuestros ojos y que no damos crédito. Eso que, para nosotros, una persona común y corriente no es capaz de hacer en su sano juicio, es entonces que les damos cualidades fantasiosas o argumentamos que, seguramente deben estar enfermos (mentalmente) para poder hacer algo tan terrible como desmembrar a alguien o comérselo o guardar sus restos en una caja de cereal o abandonar su cuerpo en un lote baldío y prenderle fuego.

Dice la antropóloga Elvia Ramírez Olvera que “llamar ‘monstruo’ a un hombre es mucho más fácil que aceptar, reconocer y nombrar la violencia feminicida que se vive en México. Es mucho más fácil nombrar a un individuo como enfermo que reconocer que la sociedad y la cultura en la que ha crecido es profundamente misógina, patriarcal y feminicida”.

Los enfermamos, dice, los deslindamos de toda responsabilidad e inconscientemente estamos defendiéndolos y justificando sus acciones. No son delitos, son consecuencias de alguna enfermedad o que estaban bajo el influjo de algo.

Hace años, cuando fui acosada sexualmente en el transporte público, el policía que detuvo a mi agresor sólo atinó a preguntarle si estaba drogado o borracho, como justificando que eso le dio pie a eyacular sobre mi pantalón.

Lo mismo pasa con los violadores o feminicidas. El problema de llamarlos monstruos es que, de cierta manera, les estamos quitando la responsabilidad de sus actos y eso es insultante y peligroso en un país como México, donde cada día, 11 mujeres son asesinadas y en donde la tasa de impunidad de delitos contra la mujer es de 90 por ciento.

No son monstruos, son hombres comunes que tienen una particularidad: odian a las mujeres. No son monstruos son hijos sanos del patriarcado.

marisol.escarcegagimm.com.mx

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