HACERLO MEJOR
/ Verónica Baz /
Para cuando llegó la pandemia ya estaba muy estudiado el fenómeno de los nómadas digitales desde disciplinas como el urbanismo y la antropología. Como su nombre lo dice, no tienen un lugar fijo y, gracias a la tecnología y a las telecomunicaciones, trabajan a distancia desde donde estén.
En la era postindustrial surgió lo que Richard Florida llamó la clase creativa, conformada por personas cuyas profesiones eran intensivas en conocimiento y/o creatividad, y que comenzaron a gravitar hacia las grandes ciudades como Nueva York o Londres. ¿Qué buscaban? Además de un trabajo, el objetivo era conocer a personas cuya interacción fuera enriquecedora y tener acceso, de primera mano, a una oferta cultural y artística.
Pero este atractivo se perdió para muchos. Razones sobran, pero algunas de las más obvias tienen que ver con acabar viviendo en ciudades caras, sin tiempo para poder disfrutar de lo que la ciudad ofrecía y, en algunos casos, con agotamiento derivado del desequilibrio entre la vida profesional y personal. La gentrificación tampoco ayudó, pues además de aumentar el costo de vida, en algunos casos, mermó el atractivo que originalmente habían tenido los barrios de la ciudad.
Si bien los nómadas digitales llevan décadas existiendo, la pandemia ayudó a muchos a ejecutar su plan. Una constante de estas migraciones es que no buscan salir de una ciudad grande para visitar lugares solitarios, sino que se establecen por temporadas en otras ciudades. Los factores que se valoran son un clima no tan extremo, estar en el mismo huso horario que sus clientes o empleadores, tener un tipo de cambio que les favorezca, poder hacer viajes a lugares cercanos, entre otros.
Bajo esta lógica, la Ciudad de México se ha vuelto un lugar muy atractivo y se volvió aún más cuando, frente a la pandemia, no se impusieron restricciones en viajes y vacunación. Recientemente, el Gobierno de la Ciudad, con una gran visión, anunció una alianza con la UNESCO y con Airbnb para aprovechar lo que la Ciudad tiene que ofrecer a este segmento.
El que el Gobierno tenga esto en la mira y el que algunas colonias de la Ciudad sean tan atractivas trae consigo enormes oportunidades y, como cualquier caso de éxito, va a requerir de una regulación adecuada para obtener el mejor provecho para la Ciudad y crear opciones viables para los grupos más desaventajados.
El simple anuncio de la alianza generó controversia en el campo de la política pública y movilizó a activistas que nos llevan a plantearnos preguntas como ¿qué hacer con quienes ya no pueden pagar una renta en el lugar donde llevan décadas viviendo?; ¿se le debe dar el mismo trato fiscal a personas que tienen una propiedad en Airbnb versus quienes tienen doscientas propiedades en este esquema?; ¿se debe poner un tope a este tipo de rentas en aras de conservar a las comunidades vecinales?; y, finalmente, ¿cómo tener vivienda accesible para las poblaciones más desaventajadas y reducir los tiempos de traslado de quienes vienen diario a la Ciudad?
Destinos como Berlín, Barcelona y San Francisco tienen lecciones importantes que aprender, pero una de ellas es que la regulación adecuada es clave para que, lo que hoy es una oportunidad para la Ciudad en un sinnúmero de frentes, no se convierta en un lastre.
Los nómadas seguirán siendo nómadas, pero el fenómeno no se extinguirá y habrá que ver cuáles son los esquemas que pueden generar mayores beneficios a mediano y largo plazo.