Nuestra responsabilidad

Ana Laura Magaloni Kerpel.

Cuánto esfuerzo hicieron Claudia Sheinbaum y su equipo para que no tuviéramos que volver a estar en semáforo rojo en la Ciudad de México. Todos sabemos que el segundo encierro va a costar más empresas, más empleos, más angustias, más dolor. La tragedia se siente interminable. Ojalá pudiéramos haber frenado los contagios. Sin embargo, mientras que no estén vacunadas dos terceras partes de los habitantes de la zona conurbada, poco podrá hacer la jefa de Gobierno si nosotros no asumimos nuestra responsabilidad individual. Uno de los retos más complejos de la pandemia es precisamente ése: cada una de nosotras tenemos que hacer algo para que no se propague el virus. A estas alturas, además, ya sabemos exactamente qué hay que hacer. Se trata de asumir, cada vez que tenemos que estar fuera de casa, que puedes o te pueden contagiar y que, por tanto, hay que cumplir a cabalidad con las medidas de distanciamiento social. Mientras que los contagios y las muertes vayan en aumento, ello quiere decir que los capitalinos estamos eludiendo nuestra responsabilidad individual (como también está sucediendo en muchas otras partes del país).

Es mucho más sencillo echarle la culpa al gobierno. Sin embargo, nos toca asumir que no hay poder coactivo ni económico que alcance cuando se trata de cambiar la conducta, al mismo tiempo, de todos los individuos o, al menos, de la inmensa mayoría. Uno de los retos más importantes tratándose del cumplimiento de las normas es que éstas se tienen que acatar voluntariamente y que su incumplimiento sólo puede ser la excepción. Ello es así en cualquier ámbito de la vida colectiva, desde el familiar o el mercantil hasta el tributario y el penal. Las normas jurídicas son efectivas si la mayoría de las personas las cumplen espontáneamente. La coacción solo alcanza si el incumplimiento es la excepción. Las reglas de conducta (no jurídicas) para evitar contagios funcionan de la misma manera: la inmensa mayoría las tiene que cumplir. Cuanto más excepcional sea el no acatamiento de dichas reglas, menor número de contagios y muertes habrá. En este sentido, el semáforo rojo nos habla de que estamos lejos de tener esa capacidad de autocontrol y de responsabilidad individual hacia los otros. Es importante que cada uno de nosotros asumamos el “pedacito” de responsabilidad que nos corresponde. Sólo así podrá cambiar de color el semáforo.

Creo que es un buen momento para hacernos cargo de la fotografía que nos muestra el Covid. Llevamos décadas en donde hemos ido perdiendo gradualmente la capacidad de empatía, solidaridad y cooperación entre nosotros. ¿Cuánto nos importan los demás, distintos de las personas que queremos? Creo que, en términos generales, llevamos tiempo anestesiados. Un solo dato: la tasa de homicidios. Hemos pasado de una tasa de 8 homicidios por cada 100 mil habitantes en 2007, a una de 27 en 2019.

El elemento constante en al menos los últimos 15 años ha sido la violencia, la cual es una de las manifestaciones más visibles de la desconexión emocional y de la ausencia de empatía de los individuos que conforman una colectividad. Llevamos al menos 15 años inmersos en una espiral de crueldades inimaginables que han generado una sociedad anestesiada para no sentir el dolor de tanta muerte. En este contexto llegó el Covid. La muerte, lamentablemente, nos es familiar y la mayoría de los mexicanos, sobre todo en las zonas y los barrios del país donde más se ha ensañado el crimen, están acostumbrados a sentirla cerca. A lo que no estamos acostumbrados en México es a sentirnos responsables para que la muerte frene. El Covid nos confronta, quizá por primera vez, a asumir nuestra responsabilidad individual para que la tragedia pare. Imagínense todo lo que pudiéramos lograr en el país si el Covid nos enseña a hacernos responsables de lo que nos toca hacer para que a todos nos vaya bien.