*TIERRA DE BABEL
/ Jorge Arturo Rodríguez /
Aperitivo: “Se han olvidado años de amor en el odio de un minuto”. (Edgar Allan Poe). ¿Qué jinete del Apocalipsis se ha liberado? Pero, ante todo, tranquilidad: ¿Por qué el elefante no usa computadora? Porque le da miedo el ratón.
No recuerdo quién dijo que la vida es breve, pero yo creo que depende de cómo la vivas o te dejen vivirla, si no es que te la arrebatan cuándo el ¿destino?, ¿la mala suerte?, ¿la bala perdida?, ¿los idiotas que se pasan de vivo?; digo, cuando alguien o algo te la quita a lo… No recuerdo tampoco quien señaló que duele la muerte de un ser querido, pero duele más, profundamente, una ser querido desparecido.
Por esta vez, entonces, seré breve, para darle paso a los festejos -quienes puedan- del Día de Muertos. En la actualidad, el mejor negocio -alejándonos de los negocios turbios de políticos, gobernantes, empresarios y anexas-, es el de la funeraria.
Dice el chiste: “No le deseo el mal a nadie, pero espero que mi negocio prospere. Atte: La funeraria.” Vaya, les comparto lo siguiente, porque hay que morirse, pero de risa, dicen.
“Esto es una procesión y le pregunta un señor a una señora:
-Oiga, ¿quién es el muerto?
-Y la señora responde: Creo que el que va dentro de la caja.”
Resulta que ahora Bill Gates afirma: “Aunque el cambio climático tendrá graves consecuencias, sobre todo para los habitantes de los países más pobres, no conducirá a la desaparición de la humanidad. La gente podrá vivir y prosperar en la mayoría de los lugares de la Tierra en un futuro previsible”. Pobres jodidos pobres.
Fernando Savater, en Política para Amador, escribió: “Winston Churchill dijo que «las naciones no tienen amigos, sólo intereses». El asunto es cómo articular un tipo de amistad interesada general entre las naciones.” ¿Nomás entre las naciones?
No nos pangamos tristes. Ahí vienen nuestros muertitos. El escritor Emilio Paz escribió el microcuento “Hashi”:
“Mi perro siempre observa, fijamente, la sala. Todo el día. Supongo que estará pendiente de mis abuelos. Ellos ya tienen casi un poco más de veinte años muertos. Pero así dicen que para los perros no existe la muerte, siempre ven a todos y los consideran vivos. Por eso creo que los perros no conocen el luto. ¡Afortunados ellos!”
Los días y los temas
Desde hace unos días –“Modestia aparte, modestia, apártate…”, Héctor Abad Faciolince dixit-, estoy leyendo el libro La ridícula idea de no volver a verte, de Rosa Montero. En el capítulo “El arte de fingir dolor”, expresa: “Como no he tenido hijos, lo más importante que me ha sucedido en la vida son mis muertos, y con ello me refiero a la muerte de mis seres queridos. ¿Te parece lúgubre, quizá incluso morboso? Yo no lo veo así, antes al contrario: me resulta algo tan lógico, tan natural, tan cierto. Sólo en los nacimientos y en las muertes se sale uno del tiempo; la Tierra detiene su rotación y las trivialidades en las que malgastamos las horas caen sobre el suelo como polvo de purpurina. Cuando un niño nace o una persona muere, el presente se parte por la mitad y te deja atisbar por un instante la grieta de lo verdadero: monumental, ardiente e impasible.”
La grieta de lo verdadero. Acertada, querida Rosa.
De cinismo y anexas
Si sigo vivito y coleando, nos leemos prontamente, después del Día de Muertos. Mientras les dejo el microcuento “La ventana”, de Antonio Araiz:
“Aquella noche no podía dormir. Me levanté y fui a la cocina a por un vaso de agua. Al mirar por la ventana me quedé helado. Enfrente tenía al monstruo más horroroso que jamás había visto. El miedo se adueñó de mí. No grité. No me moví. No podía respirar bien. Y él, tampoco. No era una ventana. Era un espejo.”
Hasta la próxima.
 
		 
		

