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/ Por Marisol Escárcega /
“No todos somos así”, es la frase más común que muchos hombres, sino es que todos, han dicho alguna vez para defenderse de los señalamientos que hacemos desde el feminismo.
“Yo no acoso ni violo ni asesino a mujeres”, sostienen. Sí, es verdad. No todos los hombres llevan a cabo estas acciones.
Sí, no todos son iguales, pero… sí dicen: “Sólo fue un chiste, un comentario”, para justificar un discurso machista, sexista u homofóbico.
Sí, no todos son iguales, pero… les parece normal que su madre se siente a comer hasta que haya servido a todos los hombres de la familia.
Sí, no todos son iguales, pero… deciden no “meterse” cuando un compañero acosa sexualmente a una compañera del trabajo.
Sí, no todos son iguales, pero… guardan silencio cuando saben que un amigo o familiar le es infiel a su pareja.
Sí, no todos son iguales, pero… sí se benefician de los privilegios de lo que significa ser hombre.
De eso se nutre el patriarcado. Es un sistema tan bien conformado que muchas acciones machistas las hemos naturalizado como normales, cuando son misóginas.
El pacto patriarcal es justo ese conjunto de acciones, complicidades y silencios que permiten que los abusos y todo tipo de violencias contra la mujer se sigan perpetuando. Es un acuerdo tácito, mayoritariamente entre los hombres que eligen no moverse y proteger a sus pares, incluso si no son amigos o gente cercana a su círculo familiar.
Ejemplos abundan, pero el más claro y reciente es la defensa que hicieron legisladores, hombres y mujeres, de diversos partidos para arropar a Cuauhtémoc Blanco e impedir su desafuero. Porque, seamos honest@s, ¿cuánt@s de l@s que votaron en contra son sus amig@s?, quizá uno o dos, sin embargo, 291 diputad@s decidieron protegerlo sin más.
El pacto patriarcal permitió que el acusado de varios delitos siga como si nada, además con fuero, porque, de facto sabía que ese acuerdo social lo amparaba, lo protegía de sus acciones.
Ese pacto social funcionó a la perfección, los hombres, salvo algunas excepciones, cerraron filas y, como vimos, mujeres, coaccionadas o no, decidieron apoyarlo. Sí, el pacto patriarcal no es exclusivo de los hombres.
Para algunas, su sororidad termina cuando un hombre de su círculo cercano es acusado de un acto machista o cuando afecta a su conveniencia. Ahí se acaba la empatía con las mujeres.
Y es que en el pacto patriarcal, la sociedad elige callar, mirar hacia otro lado. Como cuando vemos que un delincuente está asaltando a una persona e, inmediatamente decimos: “No te metas”. En el pacto patriarcal sucede lo mismo. Los cómplices de esas conductas machistas prefieren no ver o fingen que eso no pasó. Callan y siguen su vida tranquilamente.
Si en un grupo de amigos en WhatsApp alguien manda un pack de imágenes íntimas de una mujer, nadie le reprocha ese acto (ilegal, por cierto). Por el contrario, las guardan y las usan para satisfacción personal o, si mandan fotos o videos sensibles de un hecho violento nadie se incomoda, por el contrario, lo reenvían a sus contactos como si se tratara de un meme.
En su comodidad, claramente llena de privilegios, esos hombres violentan incontables veces a las mujeres. Facilitan que esas agresiones se perpetúen y que la misma sociedad elija justificar un golpe, una infidelidad, un feminicidio y culpar a las víctimas. El objetivo del pacto patriarcal es que conductas de poder, abuso y violencia permanezcan por siempre.
Sí, no todos los hombres son iguales, pero, al final, muchos, si no es que todos en algún momento, han optado por voltear la mirada ante un acto machista y seguir como si nada. Se le llama complicidad. Así forman más Porkys.