*Por Marisol Escárcega
A principios de este año me encontré con un post en Facebook que me pareció curioso. El título decía: “Si los tres Reyes Magos fueran Reinas Magas”. En la imagen se veía a María, sentada en el piso cargando a Jesús, claramente recién nacido. A su lado no estaba José, el padre adoptivo de Jesús, ni las vacas, bueyes, burros, gallinas y demás animales, tampoco estaban Melchor, Gaspar o Baltasar con el oro, el incienso y la mirra que le obsequiaban al llamado hijo de Dios. No, al lado de María estaban tres mujeres. Las Tres Reinas Magas.
La primera tenía una corona en la cabeza, era la mayor, quizá de unos 65 o 70 años, quien amorosamente le preguntaba a María cómo le había ido en el parto. La segunda mujer, con una mascada roja que envolvía su pelo rizado, le dijo a María: “Te hemos traído un sándwich de jamón. Y, la última, claramente, la más joven, también con una corona en la cabeza, le comentó a María: “Tú dinos todo lo que necesitas y te ayudamos”.
Sororidad sin más, ¿se imaginan algo así? Yo sí.
Esa imagen trajo a mi mente una charla con mi madre en la que se quejaba que, cuando una mujer paría, todo mundo se desvivía en atenciones y regalos para la o el bebé y olvidaban por completo cómo había llegado ahí. Sin duda, la madre pasaba a un segundo término.
No se acordaban, me decía, que gracias a la madre (y sólo a ella) la o el bebé estaba ahí, viv@, san@ y sonriente y, aunque ella todavía tuviera una panza de embarazada, pese a ya no estarlo, o con una herida que le atravesaba el abdomen y/o varias puntadas que iban desde su vagina hasta el ano, los pechos inflamados, sangrado vaginal y un rosario de dolor, tenía que fingir estar bien “porque las madres todo lo soportan”.
Acaso no nos han dicho que sólo con ver a nuestr@s hij@s se nos olvida de inmediato todo el dolor y cansancio físico y mental que nos provocó el embarazo, el parto y el puerperio.
Y, es que, además de ser olvidada por todo el mundo, la madre primeriza (o ya con varios hij@s) tenía que recibir casi el mismo día del alumbramiento las innumerables visitas (inoportunas, diría yo) de las familias que le preguntaban una y otra vez cuánto había durado su parto. Si éste fue por cesárea luego, luego había un reclamo por no ser una “verdadera mujer”, porque ésas paren hasta en campo abierto, como si tener una cicatriz en la panza no significara que esas madres pusieron todo su cuerpo, no sólo para crear a una persona, sino también para traerl@ a este mundo.
Sólo otras mujeres, no todas, me decía mi madre, entendían por lo que esa mujer estaba pasando y, entonces, cual hormigas, se organizaban para darle una mano, porque pareciera que el mundo (en especial las parejas masculinas) cree que sucede como en las novelas o en las series de televisión, y que todas las mujeres recién paridas al día siguiente ya están flacas, maquilladas, saltando, cocinando y andando por la vida como si no hubieran hecho algo sobrehumano.
Porque, efectivamente, parir en un acto heroico, pero, al parecer, a la sociedad se le olvida que esas mujeres pasan por mil y un cambios en sus cuerpos y mentes, y que la misma pancita que les parecía hermosa cuando estaban embarazadas, es la misma que casi, casi al siguiente día de parir les parece espantosa.
Parir es un momento casi exclusivo de una madre con su hij@, así que cuando deseen visitar a una nueva mamá, primero pregunten si pueden hacerlo, si no incomodan, si es pertinente, y si sí, cuándo y a qué hora pueden ir. Pregunten “¿qué necesitas?, ¿qué se te antoja?, ¿cómo te ayudo?”.
Dejemos a un lado las críticas y los juicios y hagamos acopio de toda la ternura, atención y el apoyo que nos permita le brindemos, porque, incluso, dar espacio también es ayudar.
marisol.escarcegagimm.com.mx