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/ Marisol Escárcega /
Para Ana Laura y Zury
Alicia ve en el espejo a una mujer que no reconoce. Tiene una semana de haber parido a un varón, pero ella tiene los ojos hinchados por no dormir bien y por llorar, ya que la lactancia le está costando mucho.
A la par, una influencer famosa sube una imagen a su cuenta de Instagram en donde se lee: “Todo es posible si te lo propones”, al texto lo acompaña una foto de ella con una bebé de unas semanas de nacida y un abdomen que lucía casi plano.
En otro lugar, Rosita, de 16 años, va con su niño de un mes, que carga en la espalda. Tiene que trabajar para mantenerlo, no puede quedarse a guardar la “cuarentena” porque sólo son su madre enferma y ell@s dos.
Estas historias nos dan cuenta de algo: el posparto también se vive diferente. Reposar mes y medio mientras otras personas lavan, hacen comida y los demás quehaceres son privilegios que pocas madres tienen. Descansar es un privilegio de clases.
Las madres que viven al día, las que están solas, sin red de apoyo y/o de contención o sin pareja no pueden “guardar reposo”. Al día siguiente de parir o el mismo día ya andan de pie como si su cuerpo no hubiera hecho algo sobrehumano.
Y, es que después de parir, las mujeres son arrojadas a una sola tarea: el cuidado de ese nuevo ser. No hay tiempo para adaptarse, por lo que sus condiciones familiares, sociales, culturales y económicas determinarán cómo vivirá el posparto.
Si cuenta con ayuda que, curiosamente se la dan otras mujeres: madre, hermanas, abuelas, cuñadas, suegras y amigas, el trabajo será un poco más llevadero, pero si no es así, su agotamiento será mayúsculo, tanto que entre 50 y 80 de las recién madres experimentarán tristeza, fatiga, irritabilidad, insomnio, dolor de cabeza y lo que se acumule.
El posparto no es un “tiempo fuera”. Si la madre trabaja, no hará actividades relacionadas con su profesión, pero eso no significa que se la pase descansando. El posparto implica un tiempo en el que tratará de adaptarse a su bebé y éste a ella. Será un periodo en el que amb@s se reconocerán y eso requiere de mucho esfuerzo físico y mental que, por desgracia, no es valorado ni puesto en su justa dimensión, ya que se da por sentado que es algo “natural” que las madres hacen.
No nos detenemos a pensar que esa mujer, incluso si es lo suficientemente madura, no sabe cómo maternar. No sabe cómo amamantar ni cómo sentirse. Tiene una idea de cómo podrían ser las cosas o, a veces, ni eso.
De hecho estas emociones la hacen sentir culpable. Culpable porque se desespera que su bebé llore y no sabe cómo calmarl@. Culpable porque la lactancia no es como creía y amamantar le está doliendo. Culpable porque quisiera tomar un baño de horas sin que tenga que estar pendiente de esa nueva vida. Culpable porque llora sin querer y no sabe cómo lidiar con esa nostalgia que la invade.
Y, es que, en general, desconocemos todos los cambios físicos y mentales que vienen con el embarazo, el parto y el posparto, porque ¿a cuántas mujeres vieron descontentas con su cuerpo tras parir?, ¿cuántas de ellas les incomodaba que, a la menor provocación sus pechos se humedecían por la leche que secretaban? o, ¿cuántas de ellas estaban hartas del sangrado vaginal?
Mientras los hombres que se convierten en padres continúan su vida sin malestares físicos y mentales y vuelven a sus trabajos a la semana, a las mujeres se les otorga en exclusiva la tarea de la crianza 24/7 de ese bebé, además del cuidado de la casa. Por ejemplo, ¿sabían que, en promedio, una madre vuelve a dormir un poco mejor a los 251 días de haber parido, mientras que los hombres a los 111 días?
La maternidad no necesita de juicios, ni de consejos no solicitados ni de tabúes, sino de sororidad, de paciencia, de acompañamiento, de contención y sí, también de desobediencia, para entender que la maternidad no es esclavitud ni sufrimiento, sino una etapa, importante sí, en la vida de una mujer, pero vivida en libertad.