Partido feminista, un despropósito.

SARAI AGUILAR ARRIOZOLA

Después del éxito mediático del colectivo Las Tesis y la difusión en torno a la violencia machista que inspiró el performance “Un violador en tu camino”, un grupo de mujeres busca crear el primer partido feminista de Chile e influir en la redacción de una eventual nueva Constitución, de acuerdo con sus propias palabras.

“El despertar que ha habido en Chile y la fuerza de Las Tesis nos han demostrado que las mujeres sí podemos y que es el momento de influir en la construcción de un mejor país, más justo e igualitario”, dijo a la agencia EFE Rosa Moreno, presidenta del Partido Alternativa Feminista (PAF).

Esta idea parece ser atractiva a lo largo de la historia para algunas organizaciones feministas y colectivos de mujeres en diferentes momentos, aunque no haya demostrado ser exitosa o clave para la igualdad de género.

Está el caso de Julia Lanteri, quien en 1919, en Argentina, promovió el Partido Feminista Nacional. En 1949 se creó el Partido Peronista Femenino. En España fue fundado el Partido Feminista en 1979, el cual se terminó por adherir a Izquierda Unida. Y en Suecia, Iniciativa Feminista, establecido en 2005, se hundió electoralmente después de defender propuestas migratorias, entre otras: pasó de tener 2.6 por ciento de los votos a solo 0.4, desapareciendo de la política sueca.

El movimiento feminista no puede transformarse en un partido político ni en una organización sindical ni en una organización no gubernamental ni en ninguna forma de organización que tenga una estructura única. Es imposible que las agendas de una gran cantidad de grupos plurales de mujeres a los que une un interés común, que es la desigualdad, con muchas diferencias sociales, económicas y culturales, pretendan ser homogeneizadas en una ideología política.

Las agendas sociales del movimiento han luchado por las reivindicaciones feministas y no por algún color político. Hacerlo convertirá el feminismo en herramienta de lo electoral y no en el centro mismo.

Rosa Cobo, profesora de Sociología de Género en la Universidad de A Coruña, hace notar el carácter interclasista del movimiento de las mujeres: “Las hay de todas las clases sociales, con diferentes adscripciones culturales, raciales, de orientación sexual. Todas son objeto de desigualdad y violencia en las sociedades patriarcales, pero no todas lo sufren en la misma intensidad. ¿Puede un partido feminista representar a la mitad de la sociedad a pesar de las diferencias y desigualdades que existen entre mujeres?” (El País, 2019)

El feminismo es un movimiento de libertades y, como tal, transversal a cualquier postura política. Si bien dentro de los partidos de izquierda, al menos en el discurso, se ha enarbolado desde siempre la bandera feminista, hoy en día la visibilización de la violencia de género imposibilita a cualquier asociación política ser sorda a los reclamos de ellas.

De acuerdo con Constanza Valdés, una activista chilena política trans, una noción limitada del feminismo trae como principal efecto la no alteración del statu quo y la perpetuación del machismo y la misoginia al interior de la política, incluyendo a los partidos autodenominados feministas.

El feminismo no solo persigue la equidad de género, sino también transformar y erradicar el machismo en las instituciones de la sociedad, en todo nivel, y sus dinámicas. Para Margarita León, politóloga de la Universidad Autónoma de Barcelona, “el feminismo debe influir en los partidos, no convertirse en uno de ellos”.

Esto no implica que las mujeres, como sujetos activos en ejercicio de sus derechos, no busquen posiciones políticas. Los derechos políticos, como los conocemos, son la reivindicación de las luchas de mujeres de distintas posiciones. El feminismo, como un movimiento horizontal, no debe aspirar a repetir las jerarquías patriarcales de las que se busca liberar.

Ser feminista no es buscar el igualitarismo, sino la igualdad. No es replicar en la esfera pública las instituciones descompuestas, sino incidir en su transformación. Es incidir en los partidos, en los puestos de poder, tener un lugar en la toma de decisiones y marcar el rumbo de los programas y que el feminismo se convierta en algo sustantivo.

Al parecer, nada se ha entendido. Representatividad, presencia numérica, membretes, no significan cambios. De hecho, a últimas fechas, los sesgos por número y género son menos frecuentes, sin que esto implique transformaciones de fondo. Nada cambia si no se transforma la sociedad y la forma de hacer política, lo cual no cambia sumándose a viejos moldes. No basta crear partidos monotemáticos. Si bien es cierto que los partidos tienen agenda, no tienen el monopolio del cambio social. 

*Maestra en Artes y doctor en Educación. Coordinadora del Departamento de Artes y Humanidades del Centro de Investigación y Desarrollo de Educación Bilingüe UANL

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