Patriarcado, lo invisible a la mirada común .

Por Elsa Lever M.*

Elsa Lever Montoya explica en este ensayo qué es el patriarcado como categoría teórica feminista, y la importancia que tiene para entender la labor que el feminismo ha tenido durante más de tres siglos para identificarlo, visibilizarlo y desmontarlo.

A las asesinadas y desaparecidas. Porque el feminicidio también es crimen de Estado.

Sin duda una de las categorías cruciales para entender la importancia del feminismo y su labor durante más de tres siglos es la de patriarcado , ya que, como ha dicho Amelia Valcárcel, el feminismo es la alternativa global al patriarcado y el modo de funcionamiento social y simbólico de éste se convertirá en el centro de análisis de la teoría feminista. (1994:129)

Desde la explicación teórica feminista, Kate Millett, feminista estadounidense, en su libro de 1969 Política sexual definió al patriarcado como el “sistema de dominio masculino que utiliza un conjunto de estratagemas para mantener subordinadas a las mujeres” (citada por Cobo, 2014:11).

A partir de ahí derivarán otras definiciones, pero serán constantes tres aspectos: que es un sistema de dominación universal, que es institucionalizado y es consensuado. Ana de Miguel Álvarez, en su ensayo “Deconstruyendo la ideología patriarcal: Un análisis de ‘La sujeción de la mujer'” explica que el patriarcado es “el sistema de relaciones que institucionaliza y legitima la dominación de un género-sexo sobre otro” (1994:54). Y Ángeles J. Perona, en su texto “El feminismo americano de post-guerra: Betty Friedan”, en el cual analiza el libro de dicha autora La mística de la feminidad, explica que el patriarcado, “como todo buen sistema de dominación, se ocupa de socializar al dominado/a o al oprimido/a de manera que asuma el papel que le ha sido asignado” (1994:131).

Pero es importante regresar al concepto de Kate Millett, ya que es en ese donde se explica el peso teórico que marca la intencionalidad, profundidad y trascendencia del patriarcado; es decir, su calidad de “política sexual”, donde por política se entiende “el conjunto de estratagemas destinadas a mantener un sistema” (citada por Puleo, 1994:145). Es decir que “la relación entre los sexos es, pues, política. Es una relación de poder” (Puleo, 1994:145).

Por esto es que, dice Amelia Valcárcel, la posición subsidiaria de las mujeres se convierte en política y el patriarcado en la política sexual. “El patriarcado será definido como una política sexual ejercida fundamentalmente por el colectivo de los varones sobre el colectivo de las mujeres, cuyo origen tendrá dos tipos principales de explicaciones, biológicas o económicas” (1994:129).

Este sistema de dominación genérico que es el patriarcado, explica Valcárcel, “dispone de sus propios elementos políticos, económicos, ideológicos y simbólicos de legitimación y cuya permeabilidad escapa a cualquier frontera cultural o de desarrollo económico. El patriarcado es universal y es, sin embargo, una política que tiene entonces solución política”. (1994:129).

Patriarcado, en términos prácticos, es una estructura social de poder que ha resultado inadvertible para prácticamente todas las sociedades debido a su “naturalización” y “normalización”. Es decir, difícilmente cuando se está inmerso/sa en un núcleo se puede tener una visión más amplia y profunda de en dónde se está. Regularmente es cuando nos colocamos afuera o en la periferia cuando podríamos tener otro ángulo de visión; o una opción más viable es permanecer en ese núcleo, pero con unas gafas que permiten detectar lo invisible a la mirada común. Esas gafas son la perspectiva feminista, y ese núcleo es el patriarcado.

“Si bien la institución del patriarcado es una constante social tan hondamente arraigada que se manifiesta en todas las formas políticas, sociales y económicas, ya se trate de las castas y clases o del feudalismo y la burocracia, y también en las principales religiones, muestra, no obstante, una notable diversidad, tanto histórica como geográfica”. (Kate Millett citada por Cobo, 2014:11)
Esta estructura social referida trabaja como un sistema en el que todo está interconectado para asegurar su mantenimiento, aplicando estrategias para una reproducción de sí mismo con bajos costos y esfuerzos. La “naturalización” y “normalización” de este sistema ha permitido que su reproducción sea de igual forma “natural” y “normal”, ya que no se cuestiona. Y no se cuestiona porque no se alcanza a ver, pues las miradas no conocen otras opciones de mirar. Y quienes sí tienen conocimiento de él, tampoco lo cuestionan porque conviene a sus intereses. Es al final, como dice Marcela Lagarde (2012:361) “una dominación consensual, lograda a través de mitologías, ideologías y creencias, como por una dominación violenta”.

El patriarcado, como explica Rosa Cobo parafraseando a su vez a Kate Millett, es una antigua y longeva construcción social, cuyo rasgo más significativo es su universalidad y su carácter adaptativo, pues logra constituirse en estructura central de todo tipo de sociedades. Hace énfasis en que no importa si las sociedades son tradicionales o modernas, del norte o del sur, ricas o pobres; en todas está presente y las constituye. Lo mismo sucede en las distintas religiones, o en las diferentes formas de Estado, “los distintos tipos de economía, las diversas culturas, organizaciones sociales, formas raciales u otro tipo de estructuras” (Cobo, 2014:11). Y que además no se incrusta de la misma forma en todas las sociedades, sino que su enorme capacidad de adaptación adquiere dimensiones “casi fusionales en cada sociedad; en efecto, no pueden analizarse las estructuras sociales o las instituciones de cada sociedad sin tener en consideración que en todas ellas los rasgos patriarcales tienen un carácter estructural”. (Cobo, 2014:11)

Y para constatarlo sólo basta con observar en manos de quiénes está el control de los recursos económicos, políticos, culturales, de autoridad o de autonomía personal. El sistema patriarcal mantiene, como dice Lagarde (2012:365), a las mujeres como “carenciadas” frente a los hombres “dotados”, lo que provoca una gran “dependencia vital de género y se da en grados diversos de desigualdad, autoritarismo y violencia”. Muestra de ello son los fenómenos de la feminización de la pobreza y la pauperización de las mujeres, relacionados directamente con la expropiación de sus bienes materiales y simbólicos (Lagarde 2012).

Algo con lo que podríamos compararlo es con el aire que respiramos. Supongamos que el patriarcado es como el aire. No lo podemos ver pero ahí está. Lo aspiramos desde el momento de nacer, sin darnos cuenta. De hecho nos lo hacen respirar como un mecanismo de sobrevivencia, y después se vuelve natural hacerlo, y hasta vital. Y luego buscamos y hasta exigimos hacérselo a los nuevos seres como ritual de nacimiento.

El aire está en todas partes, y sin embargo no lo vemos. Afecta la vida de las personas según su calidad, pero ese daño es imperceptible e incluso se buscan otras causas antes de pensar en que pudiera ser el aire la fuente del daño. El aire transita y se cuela por cualquier área, rincón, cuarteadura, rendija. Llena cualquier espacio que aparentemente está vacío. Y si se hiciera algún acto de vacío, pondría en jaque la sobrevivencia de las personas, provocando pánico, miedo, desesperación y violencia.

El aire, su calidad, no puede ser vista por cualquiera. Sí, cualquiera puede mirar al horizonte y percibir que está “algo” o “muy contaminado”, pero no entender por qué, hasta qué punto, cuáles otras manifestaciones hay aparte de lo denso y negro del ambiente. Se necesita de un conocimiento específico, una forma de verlo, analizarlo, investigarlo para determinar y explicar cuál es la calidad y estado de ese aire.

El aire es respirado tanto por la clase alta, como la media y la baja. Ninguna edad o raza queda fuera de ese acto de respirar, aunque sí tienen sus diferencias al llevarlo a cabo. Un rico tendrá más posibilidades de proveerse de un mejor aire que el pobre; y qué decir del sexo: un hombre y una mujer respirarán el mismo aire pero de distinta manera, según le enseñaron: respira a bocanadas, fuerte, que se note; respira despacito, sin ruido, que ni se note, respectivamente. Y aunque la calidad del aire varíe de continente a continente, está presente en todos.

En cada poro de cada ladrillo de cada estructura de la sociedad está el aire. En cada casa, en la cama en el espacio entre cónyuges o entre hermanos y hermanas. Entre los mesabancos en las escuelas, entre el piso y el techo de iglesias, institutos; entre las cuatro paredes de cualquier organización. Está entre dos personas que se miran o se tocan; incluso entre los dedos de uno mismo, de una misma.

Y el poder de este aire radica precisamente en su invisibilidad, en su dificultad de ser visto como algo no natural y no normal. Se da una especie de dominación de este aire sobre la vida de los seres humanos; sin que éstos se percaten de ello, están siendo oprimidos y subordinados por un aire que ni alcanzan a ver.

“Todo sistema de dominación para serlo y para reproducir su hegemonía debe tener la fuerza y el poder suficiente para producir las definiciones sociales. En otros términos, los sistemas de dominación lo son porque los dominadores poseen el poder de la heterodesignación sobre los dominados, el de la autodesignación sobre sí mismos y el de la designación sobre las realidades prácticas y simbólicas sobre las que se asienta su dominio”. (Cobo, 2014:12)
Tal vez es un ejemplo muy sencillo, pero no por eso deja de acercarse a explicar lo que es el patriarcado. Quizá la única diferencia entre el aire y el patriarcado es que el aire sí es un elemento natural del que no podemos prescindir y del patriarcado sí podemos prescindir.

De ahí la naturaleza androcéntrica de toda construcción social, sea ésta simbólica o material. “El patriarcado se asienta en un sistema de pactos entre los varones a partir de los cuales se aseguran la hegemonía sobre las mujeres. Es un sistema de prácticas simbólicas y materiales que establece jerarquías”. (Cobo, 2014:11)

Por eso Lagarde (2011) identifica en primer término a los hombres como los opresores patriarcales, pero aclara que también “sus instituciones y sus normas (el Estado: la sociedad política, pero también la sociedad civil), y quienes por delegación patriarcal deban ejercerlo” (2011:92), incluyendo a las mismas mujeres que ejercen poder patriarcal sobre otras mujeres, menores de edad, enfermos y desvalidos. Para el feminismo, identificar, visibilizar y desmontar el patriarcado ha sido una labor de mucho tiempo y esfuerzo. No perdamos la ruta ni el objetivo.

Así, podemos concluir con la siguiente definición de Rosa Cobo:

“El patriarcado es un sistema de dominio de los varones sobre las mujeres, cuya trama está organizada en torno a ese objetivo. Las sociedades patriarcales están articuladas de forma tal que su entramado simbólico y todas sus estructuras sociales tienen como finalidad reproducir ese sistema social […] Para evitar la fragmentación y la ruptura social hay que construir estructuras y mecanismos institucionales, económicos, religiosos, culturales y socializadores -entre otros- que reproduzcan con la máxima cohesión social esa urdimbre social patriarcal tan pacientemente construida. Pues bien, las sociedades patriarcales poseen mecanismos y dispositivos para evitar su disolución y reproducir las instancias de dominio. El poder socializador que emana del imaginario simbólico patriarcal es necesario para que esta estructura de dominio se reproduzca ‘consensuadamente’.” (Cobo, 2014:12)

Bibliografía:

Cobo, Rosa (2014): “Aproximaciones a la teoría crítica feminista”. Boletín del Programa de Formación No. 1-Año 1. Abril 2014 del Comité de América Latina y el Caribe para la Defensa de los Derechos de las Mujeres (CLADEM).

De Miguel, Ana (1994): “Deconstruyendo la ideología patriarcal: Un análisis de ‘La sujeción delamujer'”. En Historia de la teoría feminista, Celia Amorós (coord.) España: Consejería de Presidencia -Dirección General de la Mujer, e Instituto de Investigaciones Feministas de la Universidad Complutense de Madrid.

Lagarde, Marcela (2011 ): Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas. México: UNAM, Coordinación de Estudios de Posgrado, CEIICH.

Lagarde, Marcela (2012): El Feminismo en mi vida. Hitos, claves y topías. México: Instituto de las Mujeres del Distrito Federal.

Perona, Ángeles (1994): “El feminismo americano de post-guerra: Betty Friedan”. En Historia de la teoría feminista, Celia Amorós (coord.) España: Consejería de Presidencia -Dirección General de la Mujer, e Instituto de Investigaciones Feministas de la Universidad Complutense de Madrid.

Puleo, Alicia (1994): “El feminismo radical de los setenta: Kate Millet”, en Historia de la teoría feminista, Celia Amorós (coord.) España: Consejería de Presidencia -Dirección General de la Mujer, e Instituto de Investigaciones Feministas de la Universidad Complutense de Madrid.

Valcárcel , Amelia (1994): Sexo y filosofía. Sobre “mujer” y “poder”. Colombia: Anthropos.

*Lic. en Periodismo con Maestría en Comunicación por la FCPyS de la UNAM, actualmente doctorante en Ciencias Políticas y Sociales con orientación en Ciencias de la Comunicación (FCPyS-UNAM). Está diplomada en Género por el PUEG de la UNAM, y en Feminismo por el CEIICH de la UNAM. Es directora de http://www.mujeresnet.info/