Paula Gaitán, cineasta de la observación.

*El cine de Paula Gaitán exhibe sus preocupaciones. 

/ Roberto Frías / Cultura UNAM  / 

La cineasta Paula Gaitán rompe sistemáticamente con los lugares comunes: inconforme e insumisa, es autora de una obra cinematográfica que se reafirma en la periferia de los discursos dominantes. El Festival Internacional de Cine UNAM (FICUNAM) le rinde homenaje programando un foco temático que lleva el mismo título de una de sus obras cumbre: Luz en el trópico, y que incluye ésta y otras cintas, además de una videoinstalación.

Paula Gaitán nació en París en 1954, en medio de una pluralidad cultural y artística que la definieron. Hija del poeta colombiano Jorge Gaitán Durán (quien le puso el nombre de pila en honor al poeta surrealista Paul Éluard, quien había muerto poco antes) y de la dramaturga brasileña Dina Moscovici. Su biografía transcurre entre Brasil, Colombia y Europa, y su creatividad se interna en la multidisciplina: poeta, artista visual, fotógrafa y, sobre todo, cineasta que explora el documental, la ficción y la instalación.

Se muda de Colombia a Brasil en 1977 y ahí trabaja como directora de arte en La edad de la tierra (1980) de Glauber Rocha, quien se convierte en su pareja y con quien tiene dos hijos. Juntos se exilian para vivir en la ciudad de Sintra, Portugal. Glauber Rocha muere en 1981. Estas experiencias marcarían parte de la obra de Gaitán.

Entre la última década del siglo pasado, la cineasta vuelve a Colombia y trabaja para la televisión pública filmando documentales con bajo presupuesto y equipos de cuatro personas. Los 50 documentales que realizó a lo largo y ancho del país serían su mejor aprendizaje fílmico.

“Cuando hice esa serie de documentales, verifiqué que hacer cine sería mi destino. Sobre todo al tener ese rigor de la televisión pública, que en aquella época te daba 34 horas para montar, y entre dos y cuatro semanas para entregar. Y no había discusión. Eso me dio la facilidad para mi futuro como cineasta porque hoy tengo noción de diversas modalidades de producción y me adapto rápidamente”, comentó en entrevista.

El cine de Paula Gaitán exhibe sus preocupaciones: el mundo de los pueblos originarios, la memoria, el cuerpo, lo poético y el tiempo y, sobre todo, la observación, entendida como el ejercicio de comprender lo mejor posible la realidad que se pretende filmar.

En este sentido, la observación del mundo de los pueblos originarios es parte fundamental de su mundo creativo. Su primera cinta, Uaka (1989) queda entre el documental y lo surrealista, y retrata la fiesta en honor de los muertos del pueblo amazónico xingú. Mientras que Luz en el trópico (2020), es un monumento de cuatro horas que retrata América, desde los pueblos originarios del Amazonas hasta los de América del norte, cruzando por la modernidad. Y su videoinstalación Dos orillas (2021), plantea de nuevo el choque de civilizaciones en dos grupos de pantallas divididas por otra que retrata un río.

La cineasta refiere que en varias de sus películas tiene por costumbre suscitar un tiempo de reorganización de su equipo para ser más sensibles a lo que está sucediendo efectivamente en el lugar en el que se encuentran.

“Como si el paisaje estuviera también en movimiento, participara, y las fuerzas de la naturaleza estuvieran presentes en la película. En Uaka, recuerdo que había días en que yo no quería filmar porque me parecía más importante observar cómo los indígenas observan. Ellos van de lo macro a lo micro. De la observación de pequeños animales a la observación del movimiento de las nubes. Yo digo que es como un cine meteorológico, donde la meteorología es lenguaje”, señaló.

“En Luz en los trópicos me parece muy importante el tiempo de las cosas, como la preparación de la comida. Puede parecer sólo el registro de la preparación de una comida en ese pueblo indígena, pero todo tiene una estructura que se va conectando. La comida tiene relación con la cosmología en todos los sentidos. ¿Cómo me coloco con respecto a eso? ¿Es filmar que están comiendo o es un registro del tiempo de las cosas? Me parece que estamos perdiendo el tiempo de la observación de las cosas. ¿Por qué no nos detenemos a ver la preparación de una comida que, para mí, es también un acto político?”, consideró.

Por otro lado, la memoria colectiva, de los individuos, incluso la personal, está presente en su cine y, particularmente en dos películas que se relacionan con su pareja, Glauber Rocha, Diario de Sintra (2007) y Exiliados del volcán (2013). En la primera retoma cintas de superocho y fotografías de cuando vivió con Rocha y los hijos de ambos en Portugal y visita Sintra 25 años después para hacer contraste de ambos tiempos. Mientras que en la segunda asistimos a una ficción donde una mujer intenta seguir las huellas de un marido de quien sólo conserva unas cuantas fotografías y un diario.

Paula afirmó que cada uno tiene su metodología y sus estrategias para filmar, y que en su caso le interesa deconstruir o subvertir lo que en las escuelas se enseña que debe ser la película de ficción o la documental.

Diario de Sintra comienza con la frase: ‘Caminos que llevan a Sintra o tal vez a ningún lugar’. Yo tampoco sabía para dónde estaba yendo. Siento que la película va girando hasta encontrar su núcleo. El público tendrá que quedarse en esa órbita para acompañar esa búsqueda, si es paciente. No es que sea una película confusa, improvisada o diletante, sino que contiene tipos de raciocinio que se conectan. Son cosas que surgen en el momento del montaje. Es un organismo vivo. Así es como yo veo el cine”, explicó.

Consulte la programación detallada en: https://ficunam.unam.mx