Prosa aprisa.
Arturo Reyes Isidoro.
Sobre el regreso a clases presenciales, el presidente Andrés Manuel López Obrador dijo el viernes que se deben “correr ciertos riesgos como todo en la vida”.
Reforzó su dicho con otro argumento, para mí un tanto falaz: “Imagínense si no salimos porque nos puede pasar algo, nos vamos a quedar todo el tiempo ahí, encerrados”.
En parte es cierto lo que dijo. Muchas veces en la vida se tienen que correr riesgos, pero no es lo mismo, y ahí por qué digo que es un tanto falaz, decidir correr riesgos en la persona de uno que exponer a que los corran otros, menos si son niños, adolescentes, jóvenes, nuestros hijos.
El presidente no entiende la gravedad de la situación. Quiere, insiste en exponer a millones de menores cuando vivimos la cresta de la tercera ola de Covid-19, incluso con la variante Delta casi dos veces más contagiosa que las variantes de las olas anteriores y tan contagiosa como la varicela, de acuerdo a los expertos.
Su argumento no se sostiene, menos en este momento, cuando expresa que si no salimos porque nos puede pasar algo nos vamos a quedar encerrados todo el tiempo.
Precisamente, obligados por las circunstancias, de estar encerrados se trata. Contradice el llamado, la campaña oficial puesta en marcha desde marzo de 2020 que nos pide quedarnos en casa, no salir para no exponernos y no aumentar los casos de contagio, incluso no exponer a nuestra propia familia y de paso no aumentar el número de pacientes en los hospitales, que ya están saturados, y no cargar más de trabajo al bendecido personal que atiende los casos y que ya está exhausto, pero que aun así se sobrepone para no dejar de cumplir con su deber.
Si nos atuviéramos entonces a la lógica del presidente, no tiene ningún sentido que, como está sucediendo en el estado, cierren vialidades, restrinjan el acceso a sitios públicos, prohíban reuniones o actos masivos, alienten a que los presidentes municipales tomen las medidas que crean pertinentes para contener a quienes quieran salir, incluso imponiéndoles multas, y que el gobierno esté expidiendo gazetazos restrictivos a diestra y siniestra.
¿Qué caso tiene todo ello si, de hecho, lo que el presidente está proponiendo es que salgan todos, que salgamos todos, con el riesgo de contagiarnos, de ir a dar al hospital, incluso hasta de perder la vida, porque de otra manera nos vamos a quedar encerrados todo el tiempo que dure la pandemia?
El presidente y varios gobernadores, como el de Veracruz, y secretarios de Educación de los estados, insisten en el regreso a clases presenciales dentro de dos semanas para que, de acuerdo a lo que dijo López Obrador, los niños, los adolescentes y los jóvenes, desde ya asuman que “como todo en la vida”, en su corta vida, deben correr ciertos riesgos o condenarse a estar encerrados
Que tonto te lo hallaste, dirían en su natal Tabasco o en el sur de Veracruz, casi en vecindad. Como dice el dicho, hágase la ley en los bueyes de mi compadre. Por fortuna, estoy seguro, los padres razonan.
Al menos, después de que AMLO sonó tajante cuando de visita en el puerto jarocho dijo que “llueva, truene o relampaguee” el retorno a clases presenciales era obligatorio, con el paso de los días y ante la resistencia de los padres a exponer a sus hijos le ha ido bajando hasta expresar también el viernes, en el caso de los maestros, que el retorno no es obligatorio para nadie, porque “nada por la fuerza, todo por la razón y el derecho” y porque “no somos conservadores” (uf).
Días antes había dicho también que el regreso a clases será voluntario, opcional, pero que van a tratar de convencer y persuadir a los padres que hace falta. Así debe de ser.
Es posible, por qué no, que algunos o muchos padres, o todos, se mueran porque sus hijos regresen a las aulas aun con el riesgo que corran, pero también puede ser todo lo contrario. Ya faltan pocos días para saberlo.
Aparte, en el fondo o en el trasfondo, ¿lo has pensado lector?, si bien se trata de una decisión polémica, su propuesta tiene el tinte de otra consulta: saber si la mayoría lo escucha, le hace caso, lo sigue hasta el grado de exponer al sacrificio a sus hijos o lo rechaza, como lo rechazó en forma masiva el día primero de este mes.
Que lo que finalmente pase sea para bien de todos. Los padres, cada uno, sin duda, actuará en consecuencia con las circunstancias. Los niños, los adolescentes y los jóvenes tienen derecho a la vida, a su vida, a vivir un mundo mejor, en condiciones de seguridad, de su seguridad, pero no a truncar su futuro, a ponerlo en riesgo solo por una decisión política de alguien que ya vivió la suya y lo único que le queda por delante es irse a “La Chingada”, su rancho que así se llama.
Intentan un proyecto que ya fracasó
El último intento serio que hubo de establecer un tren turístico Ciudad de México-Veracruz, tan serio como que se realizó el viaje inaugural, fue durante el gobierno de don Fernando Gutiérrez Barrios. Debió haber sido en 1987 u 1988, no recuerdo exactamente el año. Lo acompañé y creo que soy de los pocos periodistas sobrevivientes que hizo el viaje.
Salimos de noche de la estación de San Lázaro en la capital del país, viajamos toda la noche y nos amaneció cuando ya íbamos rumbo a Soledad de Doblado. Nuestro viaje terminó en la estación ferroviaria del puerto jarocho. Don Fernando viajó con invitados especiales, ejecutivos de la línea ferroviaria y promotores turísticos.
A decir verdad, salvo la novedad, que el carro comedor estaba muy bien equipado y decorado, de lujo, que los carros dormitorios eran de lo mejor, que la cena estuvo bastante buena y que un carro salón de juegos invitaba a pasar un buen rato (hubo quienes se pusieron a jugar a las cartas y a tomar la copa de vino), el trayecto en sí no ofreció mayor atractivo. El trac, trac, trac de las ruedas pasando sobre los rieles nos arrulló y nos quedamos dormidos.
Aquello fue un fracaso. No interesó, no “pegó” y, que recuerde, no hubo un segundo viaje.
Traigo esto a colación porque el señor secretario de Gobierno, Eric Cisneros, que se ve que no tiene otra cosa en que ocuparse puesto que Veracruz no tiene un solo problema pendiente de resolver, no descartó el sábado, en un acto en Córdoba, abrir de nuevo la ruta.
El señor declaró que se espera tener un avance el próximo año y que de concretarse iniciaría dos años después, pero el Consejo Nacional Empresarial Turístico, que ya traía la idea desde 2017, proyectó desde entonces que se requeriría una inversión de 100 millones de dólares. Como Veracruz nada en dinero, entonces ya se pueden echar las campanas a vuelo.
Antes, a finales de julio, don Eric había hablado de rescatar las estaciones de Manlio Fabio Altamirano, Soledad de Doblado, Camarón de Tejeda, Paso del Macho, Atoyac y Córdoba. Como dice el dicho, de buenas intenciones está lleno el camino al infierno. De todos modos, se le desea éxito. A propósito, el catamarán turístico que promovió, que recorrería el río Papaloapan, de Tlacotalpan a Otatitlán, no despega.