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/Juan José Rodríguez Prats/
Un gobierno por definición no tiene conciencia. A veces tiene política y pare usted de contar.
Albert Camus
Pericles, escribe Taylor Cadwell, “sabía que su liderato en Atenas era precario. Trataba con una democracia degenerada y no con la República de Solón”. Eso nos pasa, dejamos atrás una situación no acorde con el texto constitucional, pero no fuimos capaces de culminar la tarea.
Muchas explicaciones de nuestra cultura se encuentran en el periodo anterior a nuestra independencia, en el México prehispánico o en el virreinato. A mi juicio, la principal institución de nuestro sistema político, la Presidencia, nació muchas décadas después de nuestra proclamación como nación. Si me apuran, diría que el primer titular del ejecutivo, con un Estado incipiente de derecho, fue Benito Juárez cuya toma de posesión fue el 21 de enero de 1858, después de ser liberado por Ignacio Comonfort para que defendiera nuestra carta magna. Primero en una lucha interna y después de la invasión francesa. Su entrada a la ciudad de México (15/07/1867) es la consolidación de un largo proceso de los órganos de poder que permitieron estabilidad y gobernanza.
Porfirio Díaz, con una extraordinaria capacidad para relacionarse con los hombres fuertes en los estados, vigorizó un orden público y le dio andamiaje legal. Venustiano Carranza, siguiendo los lineamientos del jurista Emilio Rabasa Estebanell, fortaleció el poder presidencial en la Constitución de 1917, contrario a lo que Madero había sostenido. Obregón y Calles hicieron su parte y Lázaro Cárdenas, al terminar con el Maximato, le dio un gran impulso a la vida institucional. Adolfo Ruiz Cortines, con sigilo y habilidad, definió los principios que orientaron al presidencialismo priista. A saber:
• El poder presidencial tiene dos limitaciones: el término sexenal y su sentido de responsabilidad
• Los cinco minutos más importantes del periodo son los previos a la designación del sucesor
• El PRI es un traje a la medida del pueblo de México
• La palabra del Presidente debe ser la última, por lo que se debe hablar poco y con claridad
• El Presidente predica con el ejemplo: austeridad y trabajo
• El tiempo es un recurso no renovable, hay que utilizarlo en lo más benéfico para la gente
• Inteligente para qué, todos servimos para algo y no para todo
• La política es arreglar conflictos
• La economía no debe contagiarse con asuntos ajenos
• Elogio en boca propia es vituperio
• El Presidente nunca debe asumir pleitos personales
• No siembro para mí, siembro para México
• Somos como un puño, dedos diferentes, pero unidos en la tarea
• Si uno se equivoca al designar a un colaborador, se producen tres consecuencias: se daña a la institución, se daña a la persona elegida y se pierde al amigo al destituirlo
• El animal más político es el elefante: larga trompa para husmear, grandes orejas para oír, buena memoria para recordar, piel gruesa para que todo se resbale, parsimonia para avanzar, cola corta que no te pisen y cuatro patas planas para asentarse en la realidad.
Remito a quien desee ampliar su conocimiento de la vida de don Adolfo a la biografía que escribí, editada por Miguel Ángel Porrúa.
No coincido con la severidad con que se juzga al largo periodo priista. Milité 24 años en sus filas y, como casi todos los políticos mexicanos, le dimos continuidad a un mecanismo transitorio pensado como medida de emergencia, siempre consciente de su falta de legitimidad. por eso sexenalmente se hicieron reformas. Don Adolfo, por cierto, modificó la Constitución solo en una ocasión para reconocer el voto a la mujer. No le gustaba hacer demagogia con el derecho. Tampoco hablaba de ideologías.
Al ocupar un cargo, siempre es más importante conservar que cambiar. Desconfío de quienes prometen desechar todo sin reemplazarlo; una vocación de demoledor y no de constructor. No propongo retornar a un sistema que se agotó, pero si repasamos algunas prácticas de nuestros antepasados, confirmaremos que no todo lo hicieron mal.