* Por Marisol Escárcega .
/ Ninguna será libre hasta que todas lo seamos/
Cuando estaba en mis veinte, me había resignado a que no vería los cambios por los que luchaba desde los 16 años. Sin embargo, me reconfortaba saber que era posible, que todas las mujeres que venían detrás de mí vivirían en un mundo mejor.
Contrariamente a lo que se cree, la “gran marcha” feminista no fue la de marzo de 2020, justo antes de que las autoridades mexicanas declararan el inicio del confinamiento debido a la pandemia por covid-19.
No. El 24 de abril de 2016, en México, pero en especial en la capital, tuvo lugar una marcha histórica. La llamamos en ese momento: Primavera Violeta, que no sólo hacía alusión a la Primavera Árabe de unos años atrás, sino que, además, tuvo una organización esencialmente feminista.
Aquella marcha logró una unión que, al menos, yo no había visto en todos los años que llevaba participando en el movimiento feminista. Aquella vez, el primer eco se logró en redes sociales, donde los #24A, #MiPrimerAcoso y #VivasNosQueremos permitió que miles de mujeres compartieran los tipos de violencia que habían vivido, pero, sobre todo, reflexionar acerca de la violencia de género, el patriarcado y cómo se han normalizado estas acciones, en particular, el acoso, abuso y hostigamiento sexual.
En ese momento, muchas mujeres se dieron cuenta de que no eran las únicas, que lo que estaba viviendo una chica en Guadalajara era lo mismo que sufría una niña en Tabasco; que lo mismo acosaban en las universidades de Monterrey que en las de la Ciudad de México. Nos reflejamos en las historias de las demás y ellas en las nuestras. Nos encontramos.
La Primavera Violeta se realizó y miles de mujeres agrupadas en decenas de colectivas feministas hicieron visibles las demandas que nuestras bisabuelas, abuelas y madres, consciente e inconscientemente, hubieran querido para ellas.
Aquella marcha nos sirvió para exigir alto a la violencia machista para exhibir que, en promedio, el primer acoso que vive una mujer es a los cinco años. Las pancartas no sólo tenían consignas feministas, también visibilizaron los feminicidios, que, en ese momento, ningún medio mexicano llamaba así; otras pedían acceso a servicios de salud e información sexual y reproductiva dignos, así como despenalizar el aborto.
Ese #24A nos permitió converger y recordarnos una premisa que, hasta el momento, seguimos al pie de la letra: “Las calles son nuestras”.
Nos apropiamos de la Primavera Violeta, dejamos un precedente que, después, en 2019 dio lugar al #MeToo (Yo También) en el que volvimos a tomar las calles para visibilizar que, si bien las denuncias oficiales por acoso, abuso y hostigamiento sexual eran alarmantes, las llamadas cifras negras eran exorbitantes, de ahí la importancia del #MeToo y de visibilizar en redes sociales a todos los hombres, sin importar su posición, que han acosado, abusado, hostigado e incluso violado a mujeres.
Sentimos entonces que si la justicia no la obteníamos de las autoridades, el escarnio social de nuestros agresores sería suficiente, por el momento. Y es que de sobra sabemos que lo primero que hacen las autoridades es dudar de nuestro testimonio y culparnos de lo que nos pasó. De acuerdo con datos oficiales, 91% de los casos de violencia sexual denunciados queda impune. Aquí vale cuestionar(nos) ¿para qué denunciar?
A ocho años de aquella histórica marcha hago un alto y reconozco que mis ojos sí están viendo un cambio, y que muy posiblemente en unos 20, quizá 30 años, habrá más justicia para nosotras, pero, sobre todo, sé que aquella marcha nos acercó, pues cada chica que compartió su caso animó a otra a denunciar y ésta a otra y así sucesivamente.
Formamos una cadenita que, desde entonces, se ha fortalecido día a día.
marisol.escarcegagimm.com.mx