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/ Por Marisol Escárcega /
Darle trabajo a una mujer sobre un hombre es un mandato de vida que, en lo personal he realizado desde hace años. Cada vez que requiero algún servicio, siempre pienso en femenino. Si necesito un servicio de taxi, busco en Aventón Feminista; si requiero un pastel para un cumpleaños, buscó a una chica de entre mis conocidas, y si no encuentro, entonces pido recomendaciones, pero siempre priorizando que sea mujer.
Y es que, hasta hace 60 años, trabajar de manera remunerada no era una actividad cotidiana en las mujeres. La mayoría se dedicaba a realizar actividades, muchas que implicaban gran esfuerzo físico, pero sin remuneración. Las conocemos como “amor”.
Sin embargo, eso que llamamos amor en realidad es explotación laboral, ya que las mujeres lavan, planchan, hacen comida, barren, trapean, etcétera sin pago alguno, y las que tienen un empleo remunerado, además, dedican 24 horas semanales al trabajo en sus hogares, mientras que los hombres sólo ocho horas.
Si las mujeres mexicanas tienen un ingreso mensual promedio de seis mil 360 pesos, los hombres ganan tres mil pesos más al mes. Las mujeres siguen ganando menos pese a que realizan el mismo trabajo y, peor, más de 24% ni siquiera tiene ingresos propios.
El Índice de la Brecha Salarial de Género en México es de 0.53%, es, de hecho, el segundo peor de Latinoamérica; estamos sólo detrás de Guatemala, que tiene 0.45 por ciento. Esto nos presenta una realidad: en el mercado laboral, las mujeres tienen 51% menos probabilidades de tener las mismas oportunidades que los hombres.
Pongamos un ejemplo: si hay un desperfecto en sus casas, llámese fuga de agua, falla mecánica o reparación de algún electrodoméstico, ¿a quién llaman, a un hombre o una mujer? ¿Cuánt@s de ustedes contratan a una albañila, una mecánica o a una electricista?, es más ¿cuánt@s de ustedes conocen o tienen entre sus contactos a mujeres que se dediquen a dar servicios que no sean de cuidado (enfermería), docencia o limpieza?
Cuando necesitamos de una persona para algún trabajo, casi siempre pensamos en masculino, no se nos ocurre que hay mujeres que son carpinteras, plomeras, taxistas, incluso en profesiones más comunes como dentistas, abogadas, arquitectas o diseñadoras.
Sin embargo, si nos vamos a los oficios o labores feminizadas encontramos que, las mujeres representan 90% del total de trabajador@s del hogar, mismo porcentaje que tienen puestos como enfermería, psicología o docencia o en ocupaciones relacionadas con comida, cocina, limpieza, bibliotecas o librerías.
De acuerdo con datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo 2024, sólo dos de cada cinco empleos relacionados con la ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas son ocupados por mujeres. Por el contrario, en el comercio y servicios, ocho de cada 10 mujeres trabajan en algo relacionado en estas áreas, de hecho, la tasa de informalidad de las mujeres es de 54.9 por ciento.
Las cifras siguen: sólo 36% de los puestos directivos y de mandos intermedios están ocupados por mujeres, y nueve de cada 10 personas que se queda sin trabajo ¿adivinen qué?, sí, son mujeres. Lo curioso es que cuando una mujer tiene un negocio propio le da trabajo a otra, aunque sólo 3% de las mexicanas tienen esa posibilidad.
Mientras las mujeres tendrían que trabajar 60 días adicionales para igualar los ingresos de los hombres, éstos tienen antigüedad laboral, ahorros, afore y demás ventajas gracias al trabajo doméstico de las mujeres, ya sea como sus parejas, madres, hermanas o hijas.
Por ello, aunque parezca exagerado, no me importa cuánto esfuerzo y años tuvo que pasar tal o cual hombre para obtener un título de equis carrera o sus años de trayectoria y experiencia, siempre priorizaré darle empleo a una mujer calificada para la labor, porque sé que trabajar es lo único que le garantizará una libertad completa.