Puntos de quiebre.

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/  Paula Roca /

Cuando me rompo, mi alma lo siente. No sé exactamente qué sucede, pero algo silencioso dentro de mí comienza a transformarse. Es como si un poder superior en medio de la tempestad, mientras trato de sobrevivir, me tomara suavemente por la espalda y me empujara hacia la superficie, como si una fuerza invisible me sostuviera mientras que intento salir a flote.

Los puntos de quiebre no avisan; llegan como avalanchas que te sacan del camino sin previo aviso. Muchas veces, las caídas no son amables. Quedas lastimada, desorientada y con muchas lágrimas que te empapan. Y cuando finalmente te levantas, lo haces sin ganas, como si tus pies fueran de plomo y apenas estuvieran aprendiendo a caminar otra vez.

A veces, los senderos son oscuros, cubiertos de neblina, y pareciera que caminas entre leones y dragones, buscando a tientas dónde sostenerte entre el fuego y la traición.

Porque las injusticias y los juicios parecen pasillos interminables y solo terminan cuando yo decido frenar para encontrar la salida. Y al proyectarme en mi propio espejo, deseo verme como un águila poderosa y libre, atravesando nuevos valles, en completa libertad.

Siempre habrá quienes no soporten mi vuelo, quienes, al no poder alcanzarme, intenten derribarme. Pero cuando estoy en lo alto, todo aquello que antes me dolía se ve pequeño y lejano. Desde aquí, comprendo que todo se ve mejor.

Recuerdo mis pasos sobre piedras filosas, los senderos frágiles como cascarones de huevo, que parecían dispuestos a quebrarme. Pero ahora entiendo: cada caída fue necesaria para reconstruirme y ver, a lo lejos, esos lugares soleados que me esperan, llenos de nuevas oportunidades.

A veces, los aprendizajes más duros y dolorosos son también los más esenciales.

En esos momentos de quiebre, es mi amor propio quien habla más fuerte, enseñándome a distinguir —desde las alturas— quién se atreve a contemplar el atardecer a mi lado y quién, en cambio, intenta arrastrarme hacia su oscuridad.

Esa energía la siento vibrar en mí, como una luz dorada que regresa a mi pecho, devolviéndome la fuerza para reencontrarme.

Y entonces recuerdo: hay personas que, incluso en los momentos más frágiles, acarician tu alma con su voz y te alientan con tanta ternura que evitan que termines de romperte.