Ángela Erpel. /Eldesconcierto.cl.
En este contexto, donde la televisión pauteada por el capital, insiste en mostrar diariamente vandalismos, saqueos y destrucción, las feministas proponen el espectáculo colectivo como resistencia. Pero hablar del espectáculo como herramienta de lucha, puede fácilmente confundirse con banalizacion, superficialidad y despolitización de un fenómeno de insurrección inédita en la historia reciente de Chile.
“Si no puedo bailar, esta no es mi revolución”
Emma Goldman
A 50 días del estallido social en Chile, cuando las tensiones se han intensificado, donde el gobierno no ha respondido frente a las demandas sociales (salud , educación, pensiones dignas y otras más) y en un acto de supina displicencia, ha optado por reforzar la represión policial con el argumento de que Chile está bajo un vandalismo sin control, irrumpen un grupo de feministas que ponen en la escena callejera una acción feminista que a través de redes se viralizó y alcanzó un impacto que jamás imaginaron ni siquiera las integrantes del colectivo que la creó. Y es que Lastesis, grupo compuesto por cuatro activistas, tocaron un tema que, como suele hacerlo el patriarcado, había sido invisible hasta la fecha en el contexto de los abusos policiales recurrentemente denunciados: la violación.
En este contexto, donde la televisión pauteada por el capital, insiste en mostrar diariamente vandalismos, saqueos y destrucción, las feministas proponen el espectáculo colectivo como resistencia. Pero hablar del espectáculo como herramienta de lucha, puede fácilmente confundirse con banalizacion, superficialidad y despolitización de un fenómeno de insurrección inédita en la historia reciente de Chile.
La performance en sí se basa en la naturalización del accionar policial diferenciado con las mujeres, desde la práctica común de hacer que las mujeres detenidas se desvistan y hagan sentadillas (que se recrea en la performance), hasta la violación misma, utilizando recursos como una inquietante estrofa del himno de Carabineros de Chile, donde nombra las frases “duerme tranquila niña inocente” y “tu amante carabinero” en un mismo párrafo. La performance tiene por nombre “Un violador en tu camino”, en alusión al lema institucional que dicha institución creó en tiempos de dictadura: “Un amigo en tu camino”.
Con la inmediatez y velocidad que operan las redes sociales, la acción se viralizó, alcanzando un impacto inusitado, siendo replicada en varias partes del planeta, en varios idiomas y con letras que fueron adaptadas a la especificidad del grupo que la ponía en práctica. Fue así como comenzaron a surgir decenas de versiones: ecologistas, indígenas, seniors (+de40 años), luchadoras territoriales, populares, todo a una masiva escala internacional. En resumen, con una coreografía simple y un estribillo fuerte, multiplicado a nivel global, se echó por tierra la imagen de la protesta social como sinónimo de delincuencia común y peligro público, imagen que por cierto se viene asociando históricamente a las poblaciones periféricas, a grupos marginados y al pueblo mapuche, solo que ahora, que la represión tocó la puerta de la “ciudadanía” de las grandes urbes, el asunto de la brutalidad policial se hizo un problema colectivo.
Muchas columnas se han escrito sobre el impacto de esta expresión creativa de la performance “Un violador en tu camino”, pero quiero detenerme en algunos puntos que profusamente hemos conversado las feministas tras este “momentum” histórico:
-La crítica por una pretensión de universalidad de las demandas y de uniformidad del sujeto político.
La irrupción de una sujeta casi homogénea en las primeras acciones callejeras (chicas jóvenes, urbanas, muchas universitarias), atrajo las primeras críticas desde el mundo activista, pero el argumento de universalidad se pone en entredicho cuando son las mismas mujeres indígenas, migrantes, con diversidad funcional, quienes toman por sus propias manos la idea artística original y la adaptan a su propia realidad. El “hablar por otras” ya no tiene cabida, la colonizadora idea de que la dirección política debe estar en manos de “expertos y expertas” o de representantes como los partidos políticos o los sindicatos tradicionales está en tensión.
La construcción permanente de la sujeta política del feminismo, desde lo situado y en primera persona, claramente no requiere intermediación.
-El peligro de lo masivo como primer paso a la despolitización y la amenaza de cooptación final también criticado por caer en una liviandad occidentalizada, nutrido de estética “pop”, aunque lo que olvidaron es que el arte pop de los años 1960s tuvo como finalidad justamente criticar la sociedad de consumo. La lucha a través del espectáculo es también prejuiciada, pero lo estético es y será parte del arsenal político de las insurrecciones, como también lo es la violencia callejera. Ambas son puntas de lanza de la lucha central y se constituyen como elementos que dan profundidad a la crítica cotidiana. La ética y la estética no son mutuamente excluyentes, por el contrario, se intensifican.
-La creación colectiva de un proceso de reparación a la violencia hacia las mujeres, que es histórico, en especial en la sociedad chilena, ha sido un tremendo logro de esta performance que ha dado vuelta al mundo. La violación al cuerpo de la mujer como un “daño colateral” de las guerras y revoluciones, la imagen del cuerpo disponible para el consumo masculino, es un asunto tan violentamente naturalizado, que recién el año 2014 se posicionó la violación política sexual como un proyecto de tipificación diferenciada. Este hecho sucedió cuando las mujeres ex presas políticas de la Venda Sexy – centro de torturas que operó en la dictadura donde se vejaba y violaba mujeres – se pronunciaron para visibilizar ante las cortes nacionales, este delito como crimen político. En este sentido, la catarsis social que la visibilización del abuso sexual a través de la performance de Lastesis significó para muchas mujeres, ha demostrado ser de una envergadura mayor. Desde que empezó a masificarse este fenómeno político- artístico – colectivo, han aumentado las denuncias por violación y abuso, silenciadas por años tras las cortinas del secreto familiar, cubiertas por la vergüenza de la exposición, así también han aumentado las denuncias públicas en redes, donde han salido a la luz casos de muchos años. El hecho de que una acción callejera colectiva haya impactado a nivel personal a tantas mujeres, da una señal clara del alcance de la propuesta y su potencial liberador.
-También, como feministas, sabemos lo necesaria que es la cautela con lo masivo y popular, para que no deslumbre la pirotecnia y no utilicen nuestras propias herramientas de lucha, como el espectáculo, para usarlas contra nosotras y desviar la atención de temas centrales que están aquejando a la sociedad chilena en resistencia: No olvidemos que el modelo que se está cuestionando, hoy, tras 50 días de lucha, aún permanece intacto. Que tampoco se nos olvide, que interpelar a la moral del adversario que piensa en clave capitalista no es suficiente, pues detrás de los discursos que apelan al orden público, la paz y la justicia, hay un fuerte cerrojo sobre sus intereses económicos y ese resguardo impedirá siempre un cambio. Nuevamente cito a Emma Goldman, quien planteaba que “La corrupción de la política no tiene nada que ver con la moral, o la laxitud de la moral de diversas personalidades políticas. Su causa es meramente material”.
El cambio es cultural, pero es necesario golpear la médula capitalista del modelo.
Mientras tanto, bailemos, cantemos e internalicemos, que la culpa nunca fue nuestra