Repensar el acoso.

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/Adriana Sarur/

Pensemos en lo siguiente. Una mujer —una niña, una adolescente, de cualquier estrato social— sale a caminar a las calles de la Ciudad de México —o cualquier ciudad del país—, y es acosada por un hombre —ya sea de manera verbal o una persecución que incluso se atreve a tocarla de manera lasciva—, ante la complacencia de las y los observadores. El sobresalto de la mujer es una mezcla de miedo, enojo, impotencia, tristeza. Es un evento traumático que la va a acompañar cada día de su vida.

El gran problema es que este no es un guion de una serie o una situación aislada o extraordinaria. Lo vivimos todas las mujeres en este país; según datos del Inegi “70.1 % las mexicanas de 15 años y más, han experimentado al menos un incidente de violencia, que puede ser psicológica, económica, patrimonial, física, sexual o discriminación en al menos un ámbito y ejercida por cualquier persona agresora a lo largo de su vida”. Lo peor es que no sólo ocurre una vez a lo largo de nuestras vidas, ni sólo cuando caminas en las calles: ocurre en tu casa, en tu trabajo, en la escuela, en el transporte público, en el automóvil, en cualquier lugar y a toda hora.

Por estas razones, el acoso del que fue víctima la presidenta Claudia Sheinbaum en inmediaciones del Zócalo, es decir, de Palacio Nacional, fue un acto que retumbó en cada espacio donde exista una mujer en nuestro país. Una perspectiva y un agravante superlativo. Es la Presidenta de una República de más de 120 millones de habitantes, un país que es la economía número 11 del mundo, una nación clave para la región norteamericana e hispanoamericana. Es decir, la Presidenta de México es un personaje en el ajedrez geopolítico y un tipo tuvo acceso a ella por más de 15 segundos que pudieron tener tintes de fatalidad. ¿Quién cuida de la Presidenta?

Dejando de lado la investidura, el mensaje es muy fuerte, doloroso y triste para todas las mujeres que vimos tal acoso hacia la presidenta. A partir de aquel acto —que por cotidiano que sea no deja de ser ruin—, qué podemos pensar las mexicanas ante tal acto tan desesperanzador, si a la Presidenta le sucedió nos puede volver a ocurrir a cualquiera de nosotras. Y como si nos hubiera pasado a cualquier mexicana, el tipo acosador siguió en completa impunidad. ¿Quién cuida de nosotras las mujeres mexicanas?

Así, con lo visto y con lo que sucede cada día en nuestro país, me preocupa aún más las personas —hombres y mujeres— que señalan un montaje. ¿Acaso no ven, no entienden, no escuchan el clamor del 8M, no leen las cifras de los feminicidios y violencias de los que somos víctimas? Negar el acoso, a la Presidenta o a cualquier mujer, sería seguir invisibilizando el dolor de cada una de las víctimas, el dolor de cada una de las mujeres que han sido violentadas y que somos blanco de cualquier acosador todos los días. Negar el acoso es alentarlo.