/Carlos Elizondo Mayer-Serra/
Las mañaneras son imborrables testimonios. El pasado 20 de febrero, cuando los habitantes de Chilpancingo sufrían asesinatos de transportistas, presuntamente porque estos no habían pagado derecho de piso, AMLO dijo: “Hace como seis meses, ocho meses, tomaron Chilpancingo con mucha gente, no sé, mil, dos mil, y estaban buscando un enfrentamiento, y lo que hicimos fue no caer en la provocación. Se retiró la Guardia Nacional, porque querían la confrontación, entonces tomaron Chilpancingo”.
La semana pasada en plena balacera en Culiacán entre dos grupos criminales, se le preguntó sobre el tema y dijo: “Sí, pero tienen que buscar otras formas, o sea, que no perjudiquen a la gente inocente”. “¿Como cuáles?”. “Pues que no se enfrenten, que no haya pérdidas de vidas, que no afecten a otros y que no se afecten entre ellos”. “¿Que se sienten a negociar?”. “No, pues ese es un asunto de ellos. Nada más que no afecten a la población y que ellos también se cuiden y que cuiden a su familia. No queremos pérdidas de vidas”. “¿Confía en que atiendan su llamado?”. “Siempre, siempre. El presidente de México es escuchado”. “¿Incluso por los criminales?”. “Por todos; más, si se tiene autoridad moral, se lo aseguro”.
En esta respuesta celebra su autoridad moral y renuncia a la del Estado: el monopolio de la violencia legítima en un territorio dado. Esto cuando finalmente se concretó su objetivo de militarizar la seguridad pública, reforma que ya fue aprobada en la Cámara de Diputados.
No hay ningún país democrático donde la policía no sea civil. Incluso en las dictaduras suele serlo. La Guardia Nacional tendrá facultades de investigación y a la par fuero militar.
La llamada izquierda aprueba esto sin rechistar. Lo han justificado diciendo que, si el jefe del Ejecutivo es civil, entonces esto no es militarizar. No importa que antes eso sí era militarizar. Ahí están sus enfáticos discursos contra el uso de las Fuerzas Armadas en materia de seguridad pública. Con su lógica, si la oposición ganara la Presidencia, habría en automático militarización. Harán todo para que esto no pase.
Es difícil entender cómo, en el sexenio en el que el Presidente ha tenido el mayor poder en la historia del país, no usó ese poder para enfrentar al crimen organizado, el mayor reto que ya tenía México cuando arrancó su sexenio. Ofrezco dos hipótesis.
Una, la creencia de que, si no se enfrenta al crimen organizado, regresaremos a la supuesta paz que teníamos antes de la llegada de Felipe Calderón al poder. Es decir, si todo fue culpa de patear al avispero, mejor ni acercarse a él. El jueves AMLO culpó a Estados Unidos de haber provocado la violencia en Culiacán por haber apresado al “Mayo” Zambada, es decir, por haber pateado el avispero. Hay cierta lógica de corto plazo, pues el predominio de un grupo criminal en una zona contiene la violencia, e incluso puede servir para que disminuyan delitos como el robo de autos. Sin embargo, no es un equilibrio estable. En el camino, el crimen va penetrando cada vez más las instituciones públicas y en algún momento se rompe el orden mafioso. Ahí está Culiacán.
Dos, la idea de que la pobreza es la causa de la criminalidad. Una vez que se elimine, a través de transferencias de recursos públicos y mejores salarios, se contendrá la violencia. En un país donde el crimen organizado secuestra jóvenes para obligarlos a ser sicarios, esto es absurdo.
En términos mediáticos la estrategia de no confrontar al crimen ha sido un éxito. Según las encuestas de percepción de inseguridad, los mexicanos hoy se sienten en promedio más seguros que antes, pero la herencia que deja AMLO al gobierno de Sheinbaum es terrible.
En la Ciudad de México funcionó una policía civil, con un jefe muy competente, con fuerza propia y con el apoyo, en momentos críticos, de las Fuerzas Armadas. No se retiraron. ¿Lo podrán repetir a nivel nacional?