Retirarse a tiempo, también es ganar .

** La inmaculada percepción .

/ Vianey Esquinca / 

Resulta lamentable ver a figuras políticas, deportivas o del ámbito del entretenimiento que se aferran desesperadas a su pasado de gloria, que no tienen la madurez de retirarse a tiempo y, por consiguiente, comienzan a ser irrelevantes o a sufrir un proceso irremediable de decadencia.

En la política, el problema es especialmente preocupante porque no hay un relevo generacional en puerta. Son los mismos actores quienes encabezan los partidos, los que se inscriben como candidatos y quienes toman las decisiones. Incluso, ahora son los que buscan alternativas o ser un contrapeso como sucedió con el proyecto Punto de Partida, que se presentó el 30 de enero. Quienes encabezaron el evento fueron los mismos viejos lobos de mar de siempre, con una experiencia probada sí, pero con demasiada vida recorrida.

En ocasiones, en esa necedad de seguir vigentes, los políticos se vuelven cómicos y dan entre risa y pena, porque hacen lo que sea por llamar la atención. Los que alguna vez fueron protagonistas de primera línea, se niegan a formar parte de la banca o de la reserva y eso llega a cerrarle las puertas a jóvenes que podrían darle otro aire al escenario público.

Otras personalidades se niegan a soltar el reflector o el hueso por sobrevivencia política y porque saben que saliendo del radar se vuelven vulnerables a investigaciones y persecuciones. Entonces, buscan el fuero o las conexiones que las protejan. En esta situación entran muchos de los funcionarios o políticos que se sirvieron con la cuchara grande en su administración, pensando que siempre estarían en el poder.

Hay otras personas que, sin embargo, se mantienen en sus cargos por torpeza. Es el caso de la ministra de la Suprema Corte de Justicia Yasmín Esquivel Mossa. Tuvo en sus manos la posibilidad de que el escándalo que hoy la persigue fuera menos letal. Si hubiera pedido licencia, señalando que lo hacía “para facilitar las investigaciones de la FES de Aragón y la UNAM y defenderse de las acusaciones”, otro gallo le cantaría. Ésa es una salida decorosa que viene en todos los manuales de gestión de crisis. Quien le haya recomendado lo contrario, debe compartir la culpa de lo que hoy vive la ministra.

Sin embargo, ella se rehúso, decidió dar la batalla pública, aunque con ello se llevara entre los pies su reputación que cada día está más abollada y de paso la imagen de la SCJN y la de la UNAM. Eso no le ha sido suficiente, parece empeñada en demostrar que es una kamikaze reputacional. En la semana se supo que había buscado un amparo y obtenido una suspensión provisional para evitar que la UNAM divulgue información sobre el caso de plagio.

La universidad respondió: “La UNAM lamenta y no puede estar de acuerdo con el mandato judicial que busca silenciarla, coartando su libertad y el derecho a la información de los universitarios y de la sociedad”. El problema, además, es que buscar el amparo la hizo ver más culpable y temerosa de la resolución. Logró generar la percepción de que sabe lo que viene y quiere detener a toda costa el desenlace de una historia por demás penosa.

Así, nuevamente Esquivel Mossa se convirtió en noticia por el caso que empañó su vida profesional. Basta poner su nombre en el buscador de Google para observar que, prácticamente no hay ninguna información positiva con la que se vincule su nombre y que la palabra plagio la perseguirá por siempre.

La ministra que ha insistido que no tiene nada de que avergonzarse, se está avergonzando a sí misma. Hoy todas sus actuaciones, sus decisiones y declaraciones serán filtradas bajo la óptica de un escándalo. Todo por no saber retirarse a tiempo.

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