Sandra Estéfana Domínguez Martínez.

*Mujeres y Política .

/ Soledad Jarquín Edgar/

SemMéxico – El nombre de Sandra Estéfana Domínguez Martínez es sinónimo de resistencia a la falta de justicia.

Respirar el aire de las montañas ayuuk o despertar con la cara al sol, le fortaleció la conciencia y se convirtió en la luz de muchas mujeres que encontraron con ella el camino para romper el silencio y la opresión.

Nació en San Isidro Huayapam, Mixe. Una pequeña comunidad que pertenece al municipio Santa María Alotepec, y pasó su infancia en San Pedro y San Pablo Ayutla, Mixe, población donde los arroyos parecen cantar. Ambas localidades ubicadas en la zona habitada por el pueblo que habla ayuuk en las montañas del noreste de Oaxaca, donde hace miles de años se empezó a forjar una de las más importantes culturas de la entidad.

Los anhelos de justicia no se arrebatan. Sandra, la mayor de las hermanas y hermano Domínguez Martínez, es hija de Aracely Martínez Villanueva y de Teódulo Domínguez Martínez. El 17 de junio próximo cumpliría 39 años, nada, ella no estará más físicamente, lo cierto es que su obra en vida trascenderá el tiempo, se esparcirá entre el viento frío, las lluvias tempranas o las nubes blancas que se dispersan entre los caseríos de los lugares que amó.

Sandra Estéfana Domínguez Martínez, abogada egresada de la Universidad Indígena de México, ubicada en Mochicahui, El Fuerte, Sinaloa -a más de dos mil kilómetros de casa-, supo centrar su tarea en la defensa de los derechos humanos de las mujeres, preocupada porque “la tradición” resulta en violencia contra las mujeres por ser mujeres.

Sandra pertenece a esa generación de jóvenes profesionistas que despiertan a la vida con una visión diferente, quieren ser como sus abuelas y madres, por sabias, pero no quieren repetir esas historias que lastiman sus cuerpos y laceran sus almas. Se asume feminista y defensora. Por conciencia, en su vida la violencia no entra, le quita la culpa a las mujeres con las que habla, pero también las escucha, les hace justicia y lo mejor les enseña que siempre hay una puerta para salir.

El recuento de lo conocido es amplio, sin embargo, hay muchas historias cosidas a los huipiles, hilvanadas en los telares y en las cosechas de milpas o frijol, milagrosamente sostenidas en las laderas de los altos cerros donde ellas, las mujeres, también siembran y también cosechan.

Sandra Estéfana las vio tejer, coser e hilvanar, las vio sembrar, cuidar y cosechar, mientras sus palabras iban de un lado a otro, un eco que se repetía incansable, y que hoy ante su ausencia correrán entre el agua de cada arroyo, entre el viento aromatizado por los pinos y encinos de sus bosques.

Abogada y defensora de derechos humanos forjó por cuenta propia una trayectoria, dentro y fuera de las instituciones, centró su trabajo como una defensora de mujeres indígenas y hubo en su tarea dos aspectos que la llamaron a la sororidad: la desaparición y el feminicidio.

Ejemplos, fueron Zayra y Fany. Ambos casos, ocurridos con diferencia de casi un año en 2020 y 2021, también sucedieron en lugares distantes y en entre dos grupos étnicos, el mixteco y el mixe. Una joven y una adolescente, ambas madres, que tenían algo más en común: las graves deficiencias en las carpetas de investigación y la negligente actuación de las autoridades que dificultaron el acceso a la justicia.

Sandra Estéfana, sin duda, vivió en carne propia ser desoída por las autoridades, vivió la discriminación y también el racismo que permea como hierva mala entre el funcionariado cuando denunció la violencia contra ella misma. Por eso, estamos seguras: ¡fue el Estado!

Cuando la noticia de su desaparición se conoció, hubo para las mujeres que hablan ayuuk o mixteco o castellano una sensación de orfandad y se sintió la inmensidad de la intrincada geografía oaxaqueña, porque al paso de los meses hacía falta la sensación de su rabia y su coraje frente a la injusticia.

Rabia y coraje que fueron sus escudos para emprender una denuncia que, esos hombres nunca imaginaron, una acusación contra un puñado de personas mareados por el poder. Ella, indignada, habló desde el corazón de Oaxaca, el zócalo, pero también desde su corazón porque asumió la responsabilidad de lo que hacía, demostró las aberraciones que esos hombres cometían contra mujeres, sus paisanas. Ella, puso nombre a los autores y señaló a otros “señores del poder”.

Hoy, a pesar de todo, Sandra nos dejó una lección: ellos ya no tienen paz. Sandra sí.

Encaró a Donato Vargas Jiménez, su voz y su imagen están ahí hasta que el infinito desaparezca, sin duda, esa acción valiente, desnudó a un funcionario que faltó a su palabra, también cuestionó al gobierno y a la fiscalía, además llamó a denunciar a los cómplices que se defienden entre ellos, que se cubren y permanecen intocados, generando ese efecto, físico y mental, que ante la impunidad se hace intolerable. Fue entonces cuando la voz de Sandra, la voz de las mujeres que fueron víctimas de esa infamia, rompió sus corazas y los pedazos de esas armaduras los laceraron, se quedaron heridos, retorciéndose de dolor, porque lo que era intocado se tocó.

Sandra Estéfana no volvió a casa como habríamos querido, pero volvió. Hoy Sandra habita un lugar distinto, uno lleno de paz. Ya cumplió la misión que le fue asignada en esta vida. Su voz no se apagará nunca y hoy tiene más fuerza; estará entre nosotros y nosotras mientras honremos su legado; será para siempre un ejemplo de amor para su hija; fortaleza y un lugar seguro para su madre; una guía para sus hermanas y hermano, y para muchas mujeres será siempre una maestra, una defensora, una hermana.

Gracias Sandra Estéfana Domínguez Martínez por haber transitado en nuestro tiempo.