Ser feminista y lamentar la muerte de Kobe Bryant.

María Carolina Sintura.

Sucede algo aterrador cuando el feminismo se vuelve dogma. No me canso de repetir que el feminismo es una ética y una práctica. Y como los seres humanos somos falibles, por mucho que nos comprometamos con una ética y una práctica, fallaremos, flaquearemos y fracasaremos constantemente en cumplir con el ideal que esa ética nos demarca. Pero, además, seremos incapaces siquiera de definir las exigencias concretas de esa ética en todos y cada una de los dilemas que se nos puedan presentar, especialmente cuando ese estándar –es decir, el feminismo mismo como ética – se encuentra en constante desarrollo, movimiento, adaptación e iteración. Todo a lo cual se suma que el feminismo mismo tiene como uno de sus pilares la oposición a las categorías cerradas, a la binarización, a la imposición de jerarquías sobre la lógica de que alguien es inherentemente mejor que otro.

Por todo esto es que todas las preguntas sobre si “se puede ser feminista y…” parten por su propia naturaleza de una falacia: la idea de que el feminismo crea un nuevo centro (del que te pueden expulsar en cualquier momento) y por lo tanto unas nuevas márgenes, cuando en realidad el feminismo se opone a esa lógica del centro y la margen, de la identidad –es decir, de definir lo idéntico como aquello que pertenece y es como yo porque actúa igual que yo – y del “Otro” – que no es como yo y no actúa igual que yo y por lo tanto no pertenece.

Todo lo anterior para decir, primero, que no es blanco o negro, que no hay respuesta del todo correcta ante la situación que se nos presenta a las feministas con la muerte de Kobe Bryant, una estrella mundial del deporte con un historial de abuso sexual. Y, segundo, que, en mi opinión, hacen mal quienes asumen una posición al respecto para después condenar al exilio feminista a quienes asumen la posición contraria.

Las minucias del caso en cuestión están disponibles en diversos medios digitales y dada la coyuntura no creo pertinente referirme a ellos cuando no es necesario para lo que quiero decir. Lo que sí es pertinente abordar en detalle son las muchas sensibilidades y dignidades en conflicto. Por un lado, la muerte de cualquier ser un humano en circunstancias accidentales es un hecho objetivamente lamentable. Mucho más cuando mueren él y su hija dejando a una familia destrozada y a una multitud de aficionados conmocionados por la pérdida de su ídolo. Por ese motivo, es evidentemente un momento absolutamente desafortunado para recordar pública y masivamente un episodio de este estilo en la vida del fallecido. Sin embargo, del otro lado están las sobrevivientes de abuso sexual que tienen que ver cómo una persona que ha cometido un acto del que ellas fueron víctimas recibe las alabanzas de una sociedad global en la que los hombres poderosos y famosos como él no suelen enfrentar consecuencias por los actos violentos que cometen. Y quiero precisar que me refiero a las víctimas de abusos en general y no únicamente a la mujer que tuvo que pasar por un acto sexual al que, en palabras del propio Bryant en las disculpas públicas que le ofreció en su momento, ella no consintió. Y es importante entender que este tipo de situaciones son potencialmente revictimizantes para todas las víctimas de situaciones similares (muchísimo más para la víctima específica en cuestión, por supuesto), por que son la muestra patente de que vivimos en un mundo y una sociedad que está dispuesta a mirar para otro lado cuando se cometen las violencias más atroces contra mujeres. Una sociedad en la que la fama, la reputación o las aptitudes particulares de un hombre son suficientes para darle la posibilidad de minar la dignidad más básica de una mujer sin tener que enfrentar consecuencias proporcionales por ello. Una sociedad en la que, tal y como sucedió en este caso en particular, la que recibe el escarnio masivo es la mujer que denuncia y no el hombre que comete la violación.

Ante un dilema así, creo que es importante preguntarse cuál es el propósito de actuar de una manera o de otra (que es muy distinto de intentar discernir qué es “lo feminista” y qué lo que te cancela inmediatamente el documento de identidad feminista). Hubo feministas y aliados que, ante la cascada de expresiones de afecto y admiración por el jugador, se sintieron llamadas a recordarle al público doliente el que posiblemente sea el acto más oscuro cometido por su ídolo. Hubo también quienes expresaron públicamente que consideraban desatinado actuar de ese modo precisamente en el momento de una tragedia de esta escala. Y hubo un número sorprendente de personas que expresó afecto y admiración por él para luego enterarse de ese dato de su pasado que hasta ayer no conocían (lo cual, probablemente, confirma la necesidad de que el primer grupo exista) y proceder a radicalizarse en una de las primeras dos posiciones. Y estuvimos quienes, conociendo todos los matices de la controversia, guardamos silencio.

Como dije, no considero productivo procurar establecer quién actuó bien y quién actuó mal. Precisamente, porque el feminismo no es un dogma y no existe para separar a las justas de las pecadoras. Pero lo que sí nos ofrece son las herramientas para examinar nuestras motivaciones para actuar de uno u otro modo ante esta situación, y, sobre todo, sus efectos.

Está clarísimo que el feminismo no es unívoco. Que, por el contrario, como proyecto ético y político, es múltiple y se alimenta de las muchas discusiones sobre cómo se debe propender por una transformación radical en las relaciones de género y la forma en que la sociedad concibe y trata a las personas históricamente oprimidas. Hoy en día, además, el feminismo es interseccional, es decir, las feministas procuramos entender (o si no por lo menos contemplar en nuestra visión del mundo) que la opresión en razón del género no existe de manera aislada y que históricamente se han configurado también opresiones en razón de la raza, la orientación sexual, la atipicidad cognitiva, la diversidad corporal, la nacionalidad, la clase económica, entre otras categorías. Y entendemos que las personas se ubican en niveles distintos de opresión y dominación en cada una de estas categorías, lo cual implica que cada persona ocupa una posición particular en cada uno de estos aspectos que se interceptan unos a otros y que cambian de una situación a otra. (Lo anterior no es un detalle menor cuando se tiene en cuenta que Bryant es un hombre de raza negra sobre quien recaen un cúmulo histórico y actual de prejuicios y discursos que hacen que su situación ante la acusación de abuso sexual tenga matices muy distintos de cuando se presenta la misma situación con un hombre blanco).

Hablo de la multiplicidad del feminismo y de su carácter interseccional porque creo que solo desde ahí se pueden tomar los parámetros para hablar sobre las motivaciones y efectos de asumir una determinada actitud frente a la muerte de una celebridad con una acusación muy creíble de violación en su prontuario. Supongo que quienes se apresuraron a recordar los hechos del abuso lo hicieron con el ánimo de contrarrestar ese efecto de exaltación de una persona que representa para muchas un recordatorio de su propio sufrimiento y de la injusticia con que se trata a las víctimas de abuso. Pero si esa motivación va acompañada de un ánimo de venganza o ajusticiamiento (como creo que ocurre en más de una ocasión) se desvirtúa completamente este propósito pues lo que se está buscando es dañar a quien ya sufre (la familia, los amigos, los aficionados) y no, precisamente, acompañar a quien sufre pero por motivos distintos.

Del otro lado, quienes han expresado su descontento con que se hable de este tema en el momento preciso de una tragedia, supongo que están contemplando como prioridad en este momento particular las necesidades de una familia y de una comunidad de aficionados que sufren una pérdida inconmesurable. Pero si al intentar conciliar su afecto por un ídolo mundial con los actos que cometió han intentado justificarse (diciendo, por ejemplo, que se vale hacer la de la vista gorda porque Bryant “indemnizó” a la mujer que lo acusó) antes que simplemente reconocer sus propias contradicciones internas como feministas, entonces están acudiendo a falacias dañinas para todo el movimiento que no tardan los verdaderos opositores en usar en nuestra contra.

Eso sí, está claro que se paran en el mismo pedestal el fanático en total negación ante los actos cometidos por su ídolo y que propende por la total invisibilización de las sobrevivientes y de las injusticias de una sociedad y justicia patriarcales y la feminista que se solaza en cancelar a todo aquel que llora la muerte de su ídolo. Ambos comparten una incapacidad absoluta por contemplar la complejidad de los seres humanos y por cuestionar sus propias visiones y experiencias del mundo. También tienen en común que no contribuyen en absoluto a la causa que buscan defender. La admiración ciega saca al sujeto de su humanidad y, por lo tanto, no es admiración alguna sino deshumanización del ídolo. Y el feminismo como superioridad moral absoluta – como moralismo – restablece el pensamiento dogmático y las jerarquías que el feminismo mismo busca combatir.

Y por último, a quienes guardamos silencio probablemente podrían recordarnos, desde cualquiera de las orillas, aquella frase que dice que quien calla ante una situación injusta se ha puesto del lado de los injustos. Ante este último grupo solo puedo decir que espero que el silencio sea un silencio reflexivo, un reconocimiento de contradicciones y conflictos propios, un auténtico reconocimiento de y empatía por todos sujetos involucrados. Y no un silencio perezoso, de ese que nos evita pensar y preocuparnos por lo realmente difícil. Ni un silencio indiferente, que nos haría doblemente canallas por ser incapaces de contemplar el dolor de otros, los de un lado y otro de la controversia, solo porque nos causa un dilema ante el que nos sentimos impotentes.

No soy quien para decidir cuál es la actitud apropiada en una situación tan compleja como la que se nos presenta. Yo misma he sido incapaz de formular para mí misma una opinión definitiva y es altamente probable que nunca lo logre. Pero sí puedo decir dos cosas. La primera, que no tiene sentido y nos aleja de cualquier motivación que pueda adjetivarse como feminista cualquier actitud que condene a quien no comparte nuestra decisión sobre cómo actuar sin ningún tipo de reflexión ni espacio para el disenso verdadero y la contradicción productiva; es decir, cualquier actitud que se cierre a establecer una jerarquía de mejores y peores reacciones y de revocatoria de la identidad o la autenticidad feminista de quienes se ubican en la orilla contraria. Y la segunda, que lo que sí considero profundamente problemático y absolutamente contrario a cualquier práctica o ética feminista sería no sentirnos profundamente conflictuadas al asumir cualquiera de las posiciones posibles. Porque eso querría decir que en la búsqueda por empatizar con el sufrimiento de un grupo de personas, cualesquiera que estas sean, hemos perdido completamente la capacidad de empatizar con otras.

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