Ser mujer .

/Guadalupe Loaeza /

No hay nada que me guste más, y lo he dicho y escrito varias veces, que dirigirme a las mujeres para hablar de los derechos de las mujeres. En esta ocasión, por el Cuarto Foro Internacional Ser Mujer, en Puebla. Hace apenas unas horas, me dirigí, en San Andrés Cholula, ante mil mujeres poblanas para “Mostrar cómo el empoderamiento femenino, a través de su desarrollo, contribuye directamente a la igualdad de género, al acceso a la educación, a la eliminación de la violencia, a la erradicación de la pobreza y al crecimiento económico inclusivo”. Más oportuno no podía ser el tema en estos momentos en que se debate, entre dos candidatas, la posibilidad de tener, por primera vez en la historia de nuestro país, una mujer Presidenta.
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Foros como este, al que han venido ponentes como Rosi Orozco, defensora de derechos humanos; Beatriz Paredes y hasta la misma Xóchitl Gálvez, por citar algunas, han sido muy inspiradores e incluso atrevidos respecto a nuestros desafíos, miedos, debilidades y prejuicios que acarreamos desde las abuelas. Cuánto camino hemos recorrido para llegar a “ser mujer” con libertad y con muchas ganas de conquistar nuestro espacio laboral, familiar y como ciudadanas que sí creemos en la democracia y que sí contamos con la capacidad para indignarnos cuando ésta parece que se nos escapa y se aleja de más en más.

Más que hablarles de política, les hablé de mi más reciente novela, La amante de Río Nilo, la cual trata de una mujer víctima de sus circunstancias. De una mujer que supo desafiar los límites del amor, de allí que su marido armara una puesta en escena para condenarla como adúltera, pecado que era considerado en México, a inicios de los cincuenta, como delito penal. Imagínense en 1951 que una mujer adúltera va a la cárcel y un hombre adúltero se va a su casa como si nada, y la sociedad no nada más lo encubre sino que hasta lo justifica. Imagínense, en la novela, el marido es el que arma el montaje, hasta selecciona el galán para que su esposa le sea infiel y así quedarse con todo el dinero y los bienes conyugales. Porque estaban casados por bienes mancomunados.

La novela explora no solo el caso legal, que es muy interesante, sino la opresión de esta mujer que nos representa a todas las mujeres. Narra también con detalle y con mucha nostalgia una época que pareciera estar lejana pero no lo está tanto; las obsesiones de la época, las modas, la opresión del patriarcado, el machismo, etc. Pero hay una cosa que se mantiene en esa época y en cualquier otra y ese es el corazón de mi novela: la pasión y la búsqueda del amor. Fue tal el escándalo que se armó que durante más de dos meses se convirtió en la nota roja de todos los diarios: “Triángulo amoroso entre aristócratas”, se leía en grandes letras en la sección de crímenes y robos.
Entonces, claro, la voz de la mujer no existía, no votaban, no participaban en la política y lo único que hacían era conjugar el verbo “aguantar” en todos los tiempos. Imagínense que en ese México, de la década de los cincuenta, eran excomulgados los que se atrevían a bailar mambo, baile que por cierto estaba muy de moda. La doble moral y la hipocresía estaban más que arraigadas entre la alta burguesía mexicana. Ellos, los maridos, tenían su “casa chica”, mientras que ellas, las esposas, jugaban a la “casita” con sus hijas. Ellos aprovechaban la corrupción alemanista que campeaba tranquilamente en todas partes, y ellas se hacían las que no se enteraban con qué dinero se había pagado el Cadillac último modelo, ni la casa en Las Brisas de Acapulco, ni la compra de todas sus pieles.

Tal vez muchas pensarán que nada ha cambiado y que en nuestro país sigue la corrupción, la impunidad, pero sobre todo la desigualdad. Es verdad, pero ahora las mujeres estamos más informadas, más politizadas y más participativas. Ahora, denunciamos, nos indignamos y vamos a las marchas levantando el puño. Ahora, las mujeres, si no estamos felices en nuestro matrimonio, nos divorciamos, con toda libertad, nos volvemos a casar; trabajamos, vamos a la universidad y buscamos nuestra felicidad e independencia, sin culpas. Y lo que es más, el término “adulterio” ya estará totalmente en desuso.

El próximo 2 de junio del 2024, aparecerán en nuestra boleta para votar dos mujeres. Salga quien salga triunfadora, las ciudadanas ya no seremos las mismas. Seguramente el “Ser mujer” nos hará más libres y más felices.

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