/ Marta Lamas /
No se nace mujer, se deviene mujer. —Simone de Beauvoir
En el verano de 2021, al acercarse la elección intermedia de quince gubernaturas y docenas de presidencias y regencias municipales, el partido Fuerza por México de Tlaxcala enfrentó un problema: las nuevas regulaciones de paridad de género requerían que cierto porcentaje de sus candidaturas fueran ocupadas por mujeres, pero el instituto político nominó a muchos más hombres que los que la ley permitía. El partido encontró una solución en apariencia sencilla: dieciocho candidatos que se habían presentado originalmente como hombres —quienes, cabe añadir, habían vivido toda su vida como varones— se declararon mujeres trans, supuestamente para así cumplir el requisito.
Este burdo intento de evitar las regulaciones electorales desató fuertes cuestionamientos contra Fuerza por México.
—Quienes hoy se asumen como mujeres en ese partido, los desconocemos completamente, porque nunca los hemos visto manifestando su identidad como tal en la vida pública —dijo en su momento Paola Jiménez, integrante de la Red Mexicana de Mujeres Trans de Tlaxcala, al portal de noticias de Televisa.
Luis Vargas, entonces presidente de Fuerza por México en el estado, respondió en el mismo noticiero que los candidatos habían afirmado su identidad LGBT desde el “momento cero”.
—O sea, no son falsos —siguió Vargas, al parecer sin darse cuenta de que al usar el adjetivo en el género masculino traicionaba su estratagema. —En el tema trans son tres vertientes: es transgénero, transexual y trasvesti y es muy amplio el tema de la comunidad. Yo no puedo entrar en la privacidad de la gente y decirles tú sí y tú no.
Al final, sin embargo, las autoridades electorales no hicieron nada por impedir el registro de los candidatos que habían usurpado una identidad trans en Tlaxcala, alegando que la ley tomaba la autoadscripción en términos de género como firme e inapelable. No era la primera vez que ocurría un incidente de este tipo, pues lo mismo ocurrió en los comicios de 2018 en Oaxaca, aunque entonces el órgano electoral lo impidió.
Tales usurpaciones por parte de hombres que buscan cargos públicos son algunos de los ejemplos más citados por ciertos sectores de la sociedad mexicana que temen que las mujeres trans, a quienes consideran “hombres disfrazados de mujeres”, borren la diferencia que existe con las mujeres auténticas. Este temor se expresa de varias formas; una de ellas es que estos machos biológicos desplacen a las “verdaderas” mujeres de lugares que ellas han conquistado como acciones afirmativas. Sin embargo, la discusión sobre el “borrado” de las mujeres remite a algo mucho más serio que la burda trampa por las cuotas electorales.
En este ensayo ofrezco algunas coordenadas para entender lo que está en juego, así como un argumento en favor del reconocimiento pleno de los derechos de las personas trans, dentro y fuera del feminismo. Estoy convencida de que las posiciones transfóbicas de ciertos sectores de la sociedad mexicana son resultado de una concepción empobrecida —y francamente conservadora— de la condición humana y de la ausencia de un debate público acerca de la construcción identitaria.
La existencia de personas con identidades de género distintas a las hegemónicas viene desde épocas muy lejanas. En su libro Historia de lo trans (2017), Susan Stryker habla de “más de cien años de historia transgénero”, sin embargo, existen casos más antiguos registrados. Por ejemplo, está el del emperador romano Marcus Aurelius Antoninus, nacido en el siglo III de la era cristiana; este personaje ofreció la mitad del Imperio romano al médico que pudiera convertirlo en mujer o equiparlo con genitales femeninos. Hoy la irrupción mediática de expresiones disidentes de la norma binaria se perfila como un fenómeno distinto, potenciado por las características médicas y tecnológicas del momento, en especial por avances quirúrgicos y farmacológicos que antes no existían. Esta irrupción ha desatado debates porque las personas trans alteran la creencia tradicional acerca de que las criaturas humanas que nacen hembras se convertirán indefectiblemente en mujeres y las que nacen machos en hombres.
Lo cierto, sin embargo, es que los términos “macho” y “hembra” describen una serie de características biológicas (el sexo), mientras que las palabras “hombre” y “mujer” describen una realidad más compleja (el género), que implica factores sociales, culturales y psíquicos además de biológicos. Existe una disputa relativa a si el “sexo” y el “género” son dos cuestiones distintas y vale la pena recordar que dicha distinción entre el sexo y el género no la “inventaron” las feministas, aunque indudablemente fueron las que la visualizaron y la desarrollaron teóricamente. Una aportación indiscutible es la de la antropóloga feminista Gayle Rubin, que introdujo el concepto de “sistema sexo-género”, para nombrar al conjunto de acuerdos a partir de los cuales una sociedad da significados culturales a la diferencia sexual biológica. Y otra decisiva fue la de Joan W. Scott, que propuso una definición de género con dos ideas analíticamente interrelacionadas, aunque distintas: el género es un elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias que distinguen los sexos y el género es una forma primaria de relaciones significantes de poder.
Publicado en Nexos en 2023.