Sobre mandos, bastones y migración .

 

/ Clara Scherer /

Fernando VII quería que su pequeña hija, Isabel, heredara el reino, pero eran tiempos de la Ley Sálica, que prohibía dar el poder a las mujeres. Enfermo de gota, y en medio de intrigas terroríficas, decidió entregar el bastón de mando a María Cristina, su esposa y sobrina, para que lo conservara y a su tiempo, a pesar de los sálicos fanáticos, lo heredara a su pequeña Isabel. Se pueden trazar paralelismos. Mejor, detenerse en lo importante, los derechos de las y los ciudadanos, que no son ya, por afortunada apuesta democrática, súbditos.

Un bastón es un instrumento de orientación y movilidad para las personas con discapacidad visual. Si se le agrega “de mando”, significa que quién lo posee necesita andar con cuidado, decidir con serenidad, moverse con prudencia y cautela, porque es imposible “ver” las consecuencias de sus decisiones sobre las vidas de millones de personas. Es, entonces, un instrumento de responsabilidad.

El báculo, casi siempre de madera, simboliza el deber de proteger a la comunidad indígena frente a distintas adversidades. Lo que enfrentan éstas: “La exclusión política, social, económica, cultural; la opresión histórica; el acceso limitado a servicios básicos; la poca o nula inversión por parte del Estado para mejorar sus condiciones de vida. Condiciones de inequidad que promueven la migración en las zonas indígenas”. Toa Maldonado Ruiz, antropóloga ecuatoriana, abruma con la cantidad y la gravedad de esas adversidades.

La 4T no ha detenido el éxodo ni en México ni en Centroamérica, al contrario, los ferrocarriles, símbolo del progreso del siglo XIX, han agraviado a mayas, chontales, zapotecos y otras etnias, pues atraviesan sus tierras y sus vidas sin ningún miramiento. Y eso provoca que las y los que ahí moraban se vean obligados a partir a buscar mejores futuros. Los techos de los trenes sirven ahora para trasladarlos con mucho riesgo.

Según un informe de la ONU Migración, las personas que están cruzando el territorio mexicano son de Venezuela, 25%; Ecuador, 12%; Honduras, 11%; Guatemala, 11%; Nicaragua, 8%; Cuba, 5%; Colombia, 4%, y Haití, 4 por ciento.

(https://mexico.iom.int/sites/g/files/tmzbdl1686/files/documents/2023-06/…).

¿Será casualidad que quienes presiden estos países dicen ser de “izquierda” o será que sus políticas están alineadas a dictaduras muy ineficientes, que provocan desde mayor pobreza, hasta represión absurda? En Cuba, por cantar a la libertad, años de cárcel, por ejemplo. López Obrador ya se va.

 

Migrar para alcanzar sueños a los que todas y todos tenemos derecho. De esto trata la película Las nadadoras, donde, si bien una chica joven y su hermana salen de Siria para ser campeonas y una lo logra, en el camino, mueren miles, y quienes se quedan, no alcanzan más que la pesadilla del miedo y la ansiedad. Injusto, desesperante, aberrante.

Peor, que esta tragedia horrenda sirva para hacer negocios multimillonarios. Venezolanos y ecuatorianos que transitan por El Darién, saben y denuncian esta cruel indignidad. Ya en México, pueden ser víctimas de desaparición y muerte, como lo relata Marcela Turati. ¿Esto es lo que la 4T prometió?

Como siempre y desde entonces, las mujeres y las niñas tienen un castigo más severo. Quienes pertenecen a pueblos originarios saben que “ocultarse” en su nacionalidad les reditúa una discriminación menos: si se identifican según su pertenencia étnica, les va mucho peor. No sabemos cuántas personas indígenas están migrando.

En este contexto, ¿qué significa el discurso de “construir un segundo piso” a la transformación? ¿Qué pasará con el señor Francisco Garduño, director del Instituto Nacional de Migración? ¿Se le declarará libre de toda culpa? ¿Y el padre Solalinde alcanzará su sueño? El Frente Amplio por México y Xóchitl tienen la palabra. Veremos.

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