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Por: Zaira Rosas
El Premio Nobel de la Paz 2025 ha sido otorgado a María Corina Machado, líder de la oposición venezolana, “por su incansable labor en la promoción de los derechos democráticos del pueblo de Venezuela y por su lucha para lograr una transición justa y pacífica de la dictadura a la democracia”. Machado, de 58 años, es fundadora de organizaciones civiles, opositora histórica al régimen de Nicolás Maduro, ha sido inhabilitada políticamente, vive bajo amenazas, y en el último año ha tenido que resguardarse en una especie de clandestinidad interna, debido al hostigamiento político y la represión.
Que Machado reciba este Nobel no es simplemente un reconocimiento personal. Es un símbolo de resistencia. En un contexto donde voces ciudadanas han sido sistemáticamente silenciadas, perseguidas o deslegitimadas, ella ha mantenido la convicción de que la democracia, la libertad electoral, los derechos humanos y la transparencia no son ideales decorativos, sino derechos esenciales que deben ser defendidos incluso bajo riesgo. El Comité Noruego lo reconoció: Machado “nunca ha vacilado en resistir la militarización de la sociedad venezolana” y ha permanecido firme en el apoyo a una transición pacífica.
En Venezuela, donde se vive una crisis política, institucional, económica y humanitaria, ese reconocimiento tiene un doble peso: alivia el aislamiento; da visibilidad internacional; le otorga algo de protección simbólica; galvaniza esperanzas. Pero también recuerda que la lucha aún no termina, y que la dignidad se construye con acciones cotidianas de resistencia, solidaridad y compromiso colectivo.
Así como Venezuela vive una urgencia democrática que exige solidaridad internacional, México hoy vive su propio contexto crítico: una urgencia humana frente al desastre, que no necesita galardones para conmover y movilizar.
Desde hace unos días, fuertes lluvias han azotado múltiples estados del centro y sureste del país, produciendo inundaciones, deslaves y derrumbes; al momento, se reportan más de 23 personas muertas y miles de viviendas afectadas. Estados como Hidalgo, Puebla, Veracruz, Querétaro, San Luis Potosí y Guerrero, entre otros, sufren daños severos en infraestructura, cortes de luz, comunidades incomunicadas, pérdidas de cultivos, escuelas y hospitales afectados.
Estas tragedias no solo conmueven; exigen empatía activa. No hace falta un galardón internacional para entender que el dolor de una familia lo es de todos; que los daños materiales son una herida colectiva; que la emergencia llama a la acción comunitaria. Ayudar no es solo donar víveres ni aportar lo que se pueda; es reconocer al otro como semejante, es acompañar en el desastre, exigir respuestas efectivas del Estado, preparar redes de apoyo vecinales, solidarizarse ahora para amortiguar el golpe del mañana.
En medio de la incertidumbre que se ha cimbrado en las Entidades del país, María Corina Machado nos recuerda que la resistencia no empieza ni termina en los discursos: se teje día a día, con coraje y con unidad. Esa misma fuerza la tenemos aquí, ante las inundaciones, ante lo que se siente “impredecible”. Nosotros también podemos ser símbolo de dignidad: al tender la mano, al compartir lo que tenemos, al organizarnos para rescatar, limpiar, reconstruir.
Sin embargo la resiliencia también viene de la resistencia que en medio de situaciones inesperadas nos hace ver la necesidad de la prevención, no como un arte adivinatorio, pero sí desde la exigencia del mantenimiento de espacios, que el dinero de nuestros impuestos sea destinado de manera adecuada a la revisión de drenajes, planes de protección civil, cuidado de cuencas, gestión del agua y capacitaciones para actuar inmediatamente ante una contingencia como la que estamos enfrentando donde la fuerza de la naturaleza no se puede medir.
Sobrevivir a lo inesperado no significa solo aguantar; significa hacerlo juntos. Porque el peso del desastre se alivia cuando somos comunidad. Cuando cuidamos unos de otros. Que el Nobel a Machado nos sirva de espejo: de valentía, de conciencia, de empatía. Y que el llamado no quede lejos: que se traduzca en brazos abiertos hacia quienes hoy lo pierden todo en estados como Veracruz, Hidalgo, Puebla. Sobrevivir es más sencillo en comunidad; reconstruirlo todo, es un poco más esperanzador, cuando no dejamos a nadie atrás.
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