Soga al cuello

Denise Dresser.

“No me digas lo que valoras; enséñame tu presupuesto y te diré lo que valoras”, dijo alguna vez Joe Biden. Un presupuesto evidencia, constata, comprueba dónde y para qué el gobierno quiere gastar. Demuestra aquello que desea impulsar. Y el presupuesto federal aprobado para el 2021 lo dice todo: la prioridad no es enfrentar la pandemia, ni poner primero a los pobres, ni crear las condiciones para que dejen de serlo. No busca reaccionar ante una recesión, sino financiar una manía. No intenta aliviar los peores efectos del Covid-19, sino seguir fingiendo que no existe. En nombre de la austeridad, justifica el aumento de la discrecionalidad. Tijeretazo tras tijeretazo, recorte tras recorte y reasignación tras reasignación, Arturo Herrera -de la mano de la mayoría morenista en el Congreso- han diseñado y aprobado una confirmación matemática de las sospechas. AMLO dispondrá del dinero de todos para financiar las obras que le obsesionan y las elecciones que quiere ganar. La 4T, de la manera más neoliberal, está reduciendo al Estado a su mínima expresión, para gastar a gusto en los proyectos del Presidente.

Basta con examinar aquello que los diputados aplaudieron después de cantarle las Mañanitas a López Obrador. Un presupuesto que traiciona promesas hechas, desmantela aún más al gobierno, deja desprotegidos a sectores vulnerables y no ayuda a detonar el crecimiento económico. Donde -como lo detalla el IMCO- el gasto para la atención en salud cae en el IMSS (1.5%) y en el ISSSTE (1.8%). Donde los recursos que nos prometieron con la eliminación de los fideicomisos y el retiro de 33 mil millones de pesos del Fondo de Salud para el Bienestar no aparecen en ningún lado. Donde no hay recursos etiquetados para la vacuna de Covid-19. Donde no hay una estrategia específica para impulsar la reactivación económica o apoyar a los estados. Donde a pesar de las preguntas sobre su viabilidad y rentabilidad, la inversión en el Tren Maya, Santa Lucía y Dos Bocas crece en 93.1%. Donde no habrá recursos para escuelas de tiempo completo, ni para capacitación de maestros, ni fertilizantes para agricultores, ni Senasica para verificar la calidad alimentaria, ni fondos prometidos para Fidecine, ni dinero para la protección de mujeres, ni Fortaseg para fortalecer a las policías municipales, ni un peso para las Pymes, ni transferencias al turismo. Un presupuesto armado para complacer a AMLO, pero inmune a la realidad.

Porque sí se seguirá aventando dinero a Pemex a pesar del crecimiento de sus pérdidas y el aumento de sus pasivos. Y la deuda del gobierno aumentará, pero no para financiar políticas contracíclicas sino para cubrir los programas prioritarios del Presidente. Esos que funcionan sin reglas de operación o supervisión. Esos de los cuales se encargan los “superdelegados” y los “Siervos de la Nación”. He ahí un presupuesto minimalista con una clara intencionalidad clientelista. Un presupuesto personalizado para un Presidente testarudo, que hábilmente usa el argumento del combate a la corrupción para justificar una insólita recentralización. Que logra imponer la narrativa discursiva de la austeridad, aunque esté basada en criterios diferenciados y produzca resultados destructivos. El Presidente y su secretario de Hacienda están jineteando el dinero público de formas parecidas a las de sus predecesores. Los 68 mil millones de pesos arrebatados a los fideicomisos no se ven reflejados en rubros para la ciencia o la cultura o los centros de investigación, a pesar de las promesas hechas. Y el impacto: no habrá innovación progresista sino pobreza asistencializada.

Avalada por diputados lopezobradoristas que no revisaron ni analizaron lo que el Presidente les envió; simplemente se hincaron como priistas para complacerlo. Reemplazaron la representación parlamentaria con la sumisión política. Desestimaron como “neoliberal” la propuesta de etiquetar fondos para poder verificar su destino, y descalificaron como “separatista” o “golpista” o “goberladronista” toda crítica, toda exigencia de diálogo. Como lo reseñó Ivonne Melgar, la 4T está logrando su objetivo en el Congreso y en muchos ámbitos más: demonizar la discrepancia, satanizar la protesta, cancelar la política para que López Obrador pueda monopolizarla. Y por ello, el presupuesto aprobado le viene como anillo al dedo a AMLO, pero es una soga al cuello para el país.