**Catalejo.
/ Esther Shabot /
Ante la invasión rusa a Ucrania y las consecuentes fundadas sospechas acerca de las intenciones expansionistas del presidente Putin, Suecia y Finlandia solicitaron, hace cerca de dos meses, su entrada a la OTAN para protegerse. El problema que apareció de inmediato para poder dar inicio a ese proceso, fue la objeción de uno de los miembros de la OTAN, Turquía, el único de sus 30 integrantes que se manifestó en contra, condicionando su aceptación al cumplimiento por parte de ambos países nórdicos de ciertas concesiones relacionadas con el refugio que han brindado a militantes kurdos del PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán), a quienes acusa el presidente Erdogan de terrorismo. También exigía a Suecia la entrega de refugiados gulenistas, es decir, personas acusadas por Ankara de haber participado en el fallido golpe de Estado en su contra en 2016.
Otro objetivo de Erdogan en esta coyuntura era, sin duda, gestionar con Washington un quid pro quo: dar el sí al ingreso de los dos países nórdicos a cambio de recibir de EU los aviones de combate F-16. Se trata de equipo militar que la administración estadunidense decidió en el pasado reciente no vender a Turquía, a raíz de la compra que el gobierno turco hizo en 2019 del sistema de defensa ruso S-400. Sin embargo, en la reunión cumbre de la OTAN en Madrid, hace unos días, el panorama cambió al anunciarse que Biden y Erdogan alcanzaron acuerdos que permitirán iniciar el proceso de incorporación de Suecia y Finlandia a la organización militar.
Primero que nada, Biden aceptó proporcionarle a Turquía los jets de combate, lo que significó, al mismo tiempo, una renovación de lazos de amistad entre Ankara y Washington, luego de un largo periodo de tensiones. Incluso hubo agradecimiento de parte de Biden a Erdogan por la labor realizada por Turquía, a fin de conjurar el bloqueo ruso de los puertos ucranianos en los que han estado retenidos cargamentos de millones de toneladas de trigo.
En segundo lugar, Erdogan firmó, el martes pasado, un documento con los suecos y los fineses en el que éstos se comprometen a dejar de apoyar a diversas agrupaciones kurdas, acusadas por el premier turco de ser una amenaza para su seguridad nacional. También hubo presiones para que Suecia extradite a 73 personas a las que el gobierno turco acusa de terroristas implicados en el citado golpe de Estado, sin que, por lo pronto, haya certeza de si esta demanda que tiene que procesarse por el aparato de justicia sueco, puede llegar al desenlace deseado por Ankara. Otra más de las demandas turcas consistió en la exigencia de que ambos países nórdicos modifiquen su legislación, a fin de posibilitar la venta de armas a Turquía. Es notable que, con todo y los toques finales que es necesario hacer para que Suecia y Finlandia se conviertan en miembros plenos de la OTAN, esta organización sale mucho más fuerte de la cumbre de Madrid, justo lo opuesto a las aspiraciones del dictador de Moscú.
De hecho, Putin expresó de inmediato su condena a los últimos pasos dados en el seno de la OTAN, al considerar que se ha armado “una alianza imperial” que, a través de Ucrania, pretende imponer su supremacía en beneficio de sus intereses. En sentido contrario, el presidente ucraniano Zelensky celebró los logros conseguidos en Madrid, donde se confirmó la voluntad de sus miembros de continuar apoyando económica y militarmente a Ucrania todo el tiempo que sea necesario.
SE DISUELVE EL GOBIERNO ISRAELÍ
La muy heterogénea coalición que gobernó a Israel el último año, no logró sobrevivir más allá de su primer aniversario. Su peculiar amalgama de fuerzas políticas disímbolas en extremo tuvo que ver fundamentalmente con la necesidad de cerrar filas a toda costa, con objeto de sacar del poder a Benjamín Netanyahu, quien había ocupado el cargo de primer ministro durante 12 años consecutivos. Las próximas elecciones se celebrarán el 1 de noviembre, y, mientras tanto, en el gobierno de transición será el ministro de Relaciones Exteriores, Yair Lapid, quien funja como primer ministro en sustitución de Naftalí Bennett. A pesar de estar sometido a un juicio por acusaciones diversas, Netanyahu aspira a recuperar el poder en los próximos comicios para reimponer una línea política de derecha extrema, nacionalista y religiosa.