Tacos, joven…

De memoria

Carlos Ferreyra Carrasco

Debe haber una razón que sólo los estudiosos de la mente humana podrían explicar, en la compulsiva y a estas alturas infame exhibición de Andrés Manuel López Obrador comiendo antojables platillos mexicanos, con un despliegue alrededor de otras delicias.

No pienso —creo que él tampoco— que lo haga con la intención de provocarle envidia a quienes antes acudían a los comedores populares. Y allí mataban su hambre.

Desde luego nada que ver con los centros que atendían niños o ancianos. Unos no tuvieron la oportunidad de probar las delicias pejianas, los otros tampoco pero en su longeva existencia debieron saciar muchas veces su apetito. Basta de consentimientos, dice YSQ.

Ofende que la comilona de don Peje sea realizada en solitario, como un emperador, en lo que los tradicionalistas que no nos remontamos a etapas Virreinales, consideramos histórico: el despacho presidencial.

Y ofende mucho más que sus publicistas encuentren un motivo de difusión de un acto cotidiano y común para, por fortuna, todavía la mayoría de los mexicanos. No todos, cierto.

Cuestión de sumergirse en los buscadores tradicionales del internet, lo obvio es que en ese recinto debió haber actos, se habrán tomado decisiones fundamentales para la buena marcha de la administración pública y el progreso de la nación y el bienestar de los mexicanos todos.

Comer tacos de nana, buche, montalaya y en exceso de lengua nunca de vaca, siempre de buey, eleva el nivel de las decisiones presidenciales, asumidas en tan venerable despacho, a seleccionar entre salsa borracha, pico de gallo, guacamole, chipotles o cuaresmeños.

Vale reiterar que ninguno de quienes tuvieron el derecho a usar esas instalaciones, las reservó para cuestiones tan pedestres. Allí se recibía agentes diplomáticos, se escenificaban firmas para acuerdos, convenios y leyes que afectarían al país.

Aparte de los tacos de trompa, cachete y maciza, vemos sonrientes a los pastores de credo evangélico, a un prófugo hoy senador y cabeza de playa para la creación de la CTM morado camote.

Si se trata de desacralizar las instalaciones, por lo que López Obrador presidió una ceremonia con brujos y chamane para quitarle malas vibras, maldiciones y otras cuestiones parecidas a la Silla del Águila que hoy con singular placer ocupa mientras atiende a sus visitantes.

No queda resquicio para dudar que el mandatari despreció los inmuebles republicanos de los Pinos, obra de uno de sus referentes políticos, Lázaro Cárdenas y sin pudor alguno se hizo habitante del Palacio Virreinal.

Pronto, ya lo anunció, vivirá con su familia en una de las alas del nuevamente Palacio Nacional, pero pueden apostar que no será en el recinto de Benito Juárez ni ocupará la modesta cama de lámina del prócer.

Por lo visto, el inmueble recuperará su esplendor de los años dorados, la elegancia suprema, la distinción nobiliaria del nuevo ocupante del Palacio Virreinal, ¿su Majestad? ¿Nuestro Mesías? ¿El rayito de esperanza, el nuevo Apóstol?
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