Por Marta González-Peláez*
Esa misma pregunta nos la hicimos un grupo de mujeres que participamos en la 63ª Comisión para la Condición Jurídica y Social de la Mujer (63 CSW). Comisión funcional del Comité Económico y Social de la Organización de Naciones Unidas (ONU) que se configura como principal órgano mundial dedicado exclusivamente a la igualdad de género y al empoderamiento de las mujeres.
Se reúne anualmente en la sede central de la ONU en Nueva York, en un foro donde se dan cita representantes de los Estados miembros y de organizaciones no gubernamentales consultivas, para analizar los avances que se han producido a lo largo del año en el ámbito de la mujer.
Para algunas de las presentes, el feminismo ha devenido en sinónimo de maternidad, de belleza femenina y otros valores tradicionales de la mujer a los que no queremos renunciar. Algunas renuncian para demostrar que así reivindican más los derechos femeninos, es decir, se es más feminista. En cambio, otras no tienen una respuesta única ni definida, sino fruto de la experiencia de cada una.
El feminismo es holístico, es un todo donde debemos incluir también la opinión masculina, que no machista. Los hombres deben ser activos y aportar también su opinión y experiencia al movimiento de las mujeres. Con casi dos siglos y medio de historia, el feminismo es activismo en la lucha por la igualdad que, aunque dura, no ha sido infructuosa, aunque quede camino por recorrer.
La desigualdad de género se manifiesta de muchas maneras: desde la brecha salarial, el empoderamiento, la visibilidad a través de la innovación, hasta la ausencia de derechos de las mujeres en sociedades de tradición y religión islámica; pasando por el sexismo en el lenguaje en muchos idiomas europeos o en el reparto desigual de las tareas del hogar en todo el planeta.
La lucha feminista es diferente según los países, las culturas, las etnias y las tradiciones. Borrar ciertos hábitos arraigados en el imaginario no es imposible, pero sí un trabajo arduo y lento. No debemos descansar, aunque creamos que, disponiendo de leyes, hemos alcanzado en algunos aspectos la igualdad. Debemos seguir en la carrera porque no podemos permitir que las mujeres jóvenes no se identifiquen con la causa feminista, según estudios realizados y expuestos en la ONU.
A veces se comunica que el feminismo es ruptura absoluta con el hombre, cuando lo que hay que transmitir es que debemos realizar ese viaje juntos. El feminismo del siglo XXI no debe ser excluyente con el otro sexo, debe ser inclusivo y fomentar la unión con los hombres para hacer una causa común por la igualdad de condiciones de vida y derechos, así como de oportunidades.
Los derechos de las mujeres son los derechos universales (Artículo 2 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU) en 1948). Todos deberíamos tenerlo en la memoria para transmitirlo a nuestras hijas e hijos.
La igualdad es una cuestión social y no legal que pasa por comunicar muy bien a la sociedad. Leyes tenemos, pero la sociedad debe de asumir como habitual que todos somos iguales. Hay que comunicarlo realizando una labor de pedagogía, con el objetivo de que no se quede en algo puntual y pasajero. ¡Sí tiene sentido, pues, ser feminista en el siglo XXI!