Tiempo de reflexión

Sin tacto

Por Sergio González Levet

Pueblo sin Alameda. Pueblo de sol, reseco, brillante. Pilones de cantera, consumidos, en las plazas, en las esquinas. Pueblo cerrado. Pueblo de mujeres enlutadas. Pueblo solemne. (Agustín Yáñez, Al filo del agua).

Pueblo con plaza comercial: Américas, Andamar, El Dorado. Pueblo de risas, húmedo, luminoso. Pilones de gente, consumidora, en las plazas, en las esquinas. Pueblo comprado. Pueblo de mujeres enfiestadas. Pueblo avorazado. (Nuestra realidad).

No importa: con todo y la 4T y los recortes draconianos a los salarios del pueblo bueno y honesto, es la época del dispendio y el derroche, tal vez ahora más que nunca, ante la amenaza sin par de una crisis que nos llega desde los cuatro vientos, que ciertamente viene del norte, como todas las desgracias económicas, financieras, ideológicas, pero ahora también desde nuestras propias latitudes, por tantos errores.
Crisis que tenemos que enfrentar entre todos y que ya no es solamente económica sino peor, de violencia, de crimen, de muerte.
Para poder seguir siendo país, sociedad, gobierno, hay que añadir la esperanza de un año más bonancible por el gran cambio prometido que no termina de llegar, gracias a las reformas anunciadas… o a pesar de ellas.
Los buenos deseos: se acabará la crisis; las genuinas manifestaciones del pueblo traerán, ahora sí, bonanza; terminarán las exasperantes manifestaciones de los anarquistas; seremos felices; no habrá más cambios; sí habrá cambios; seremos todavía más felices…
Pero acá: las colas en las cajas de los negocios que son de Carlos Slim y de algunos otros resultan inéditas, como si en lugar del cataclismo estuviéramos en la bonanza; como si el próximo aguinaldo -tan exiguo ahora con la austeridad- que ya estamos gastando no tuviera que ser utilizado ahora sí, en serio, como la tabla de salvación para evitar el acoso de los bancos, la usura sin igual, la cobranza salvaje, el embargo, la pérdida de bienes; los réditos hasta la punta de la pirámide de la riqueza.
Como si no pasara nada, como si no hubiera miles de desaparecidos y violencia por todas partes, como si no hubiera robos en despoblado y en poblado, mucha gente se arremolina en las plazas con cierta ansiedad, con prisa por llevarse la prenda nueva, el accesorio de moda, el regalo para los seres cercanos en el afecto o en la nómina. Es que muchos piensan que será su última oportunidad de comprar en la vida, porque temen que lo que viene será la miseria inmisericorde, la misericordia miserable, la inconmensurable miserabilidad.
El rencor que no cesa.
Yo no sé cómo logran llegar entre tanto vehículo que impide el acceso, sin un lugar donde estacionarse, arremolinados ya desde la misma calle. Pero ahí están, en las tiendas, disputando al mejor postor la prenda moderna, el vestido sin igual, las miles de fruslerías que al parecer hacen apacible la vida
Ahí los vemos: buen espectáculo el de los jarochos de toda laya arremolinados ante los aparadores, dándole vuelo a la tarjeta de crédito, comprando ahora y pagando hasta marzo (cuando ya sólo podrán echar mano del Monte de Piedad, por piedad), gastando hasta lo que no tendrán nunca, porque pronto todo pasará al poder de los que lo tienen todo ya, aunque ahora nos digan que la riqueza se está redistribuyendo.
Pueblo con Plaza Américas, con Plaza El Dorado, con Plaza Andamar. Por fin con Palacio de Hierro. Pueblo con tarjeta de crédito; con un arma suicida. Pueblo de mujeres enlutadas…

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