*Romper el Cerco.
/Andrea Cegna/
Trump
Trump ganó… Ganó Musk. Ganó un proyecto político que combina una de las formas más violentas y autoritarias del capitalismo con una ideología neofascista de racismo, xenofobia, misoginia, colonialismo y clasismo. Musk lleva meses preparando el terreno interviniendo en Venezuela y Brasil y agitando las fake news que provocaron disturbios racistas en Inglaterra, e incluso antes, tras comprar Twitter, volvió a meter a Donald Trump en lo social. Musk es el pegamento entre Milei, Trump y Bukele. Su papel lo desempeñó el magnate durante su primer discurso como nuevo presidente de EEUU. Un vínculo que nos dice bien cómo hoy una parte del capitalismo ve con buenos ojos proyectos políticos autoritarios y violentos.
No es casualidad que en Francia Macron prefiriera formar gobierno con La Pen que con la izquierda de Melenchón. Pero una conexión también confirmada por el propio Musk. Según ANSA -Agenzia di Stampa Italiana- «El CEO de Tesla y SpaceX dijo que America Pac, el grupo político pro-Trump que formó y financió con al menos 118 millones de dólares de su propio dinero, “continuará después de estas elecciones y se preparará para las elecciones de mitad de mandato y cualquier elección intermedia”. Su superpacto «también buscará tener una influencia significativa» en las próximas elecciones para la Cámara de Representantes, el Senado y los gobiernos locales, explicó Musk, confirmando su creciente papel político y financiero detrás del ascenso de Trump y su movimiento Maga.» Harris no representaba, como casi nunca ocurre en las elecciones, una alternativa, y mucho menos una opción anticapitalista. Era otra cara del capitalismo actual, ciertamente diferente a la de Trump, diferente violenta, menos agresiva. Trump, como Milei, aporta un impulso «cultural» aterrador, crea enemigos, alimenta la violencia, el odio, la crispación, la xenofobia y el sexismo.
Al mismo tiempo, no basta con nombrar a una mujer para absolver la cuestión de género si Alemania después de más de 10 años de gobierno de Angela Merkel debería ser una especie de paraíso feminista, pero no lo es. La dimensión es mucho más profunda y tiene que ver con privilegios y poder, ciertamente no es un misterio que en México muchas compañeras no se dicen feministas sino antipatriarcales, para no caer en el abismo que ofrece la «primera mujer presidente» que ha hegemonizado el último periodo de la política del país y ha hecho que parte del universo femenino aplauda por la gran conquista. El resultado de EEUU verifica explícitamente cómo el «progresismo de izquierdas» está acabado, muerto. No sólo porque es derrotado electoralmente, sino porque incluso cuando triunfa, lleva a cabo políticas que uno adscribiría al campo de la derecha. Pensemos en México, donde Morena persigue un proyecto de militarización del país; en Venezuela, donde Maduro estrecha la red de derechos y oposición; en Italia, cuando el PD ha gobernado, se ha plegado a los intereses del capitalismo, ha impuesto la lógica de las grandes obras y los grandes eventos, e incluso ha promovido políticas racistas contra los migrantes (con Minniti como ministro del Interior). El capital necesita hoy un estrechamiento de los espacios de expresión y conflicto, y quienes quieren gobernar se pliegan a él. Sólo en esto la derecha, y especialmente la derecha radical, está en su zona de confort. Practican lo que son, dicen lo que piensan. La carrera hacia el centro ha terminado, pero quienes juegan esta carta son las derechas porque son compatibles con el capitalismo. Quizá no sea casualidad que hace pocos años la OTAN dijera que en 2030 las guerras serían intestinas por las grandes asimetrías que las atraviesan, y no es casualidad que para «gestionar» ese «riesgo» hayamos asistido a un cierre constante de los espacios de la democracia, y al uso del ejército y la policía en muchas partes del mundo se haya sumado el crimen organizado. La victoria de Trump no es casual, no es casual que hayan sido migrantes regularizados, afroamericanos y hombres jóvenes los que le hayan votado. Todo encaja en un patrón donde Elon Musk y ese capitalismo tienen un papel, una posición, un interés. Y no es casualidad porque ese voto proviene del fracaso de las recetas reformistas y progresistas. Hoy en día no hay espacio para ese tipo de opción, y no es una cuestión de derechos civiles frente a derechos sociales, porque a menudo los reformistas y progresistas ni siquiera han tenido el valor de llegar realmente al fondo de los derechos civiles e individuales. Se trata de un conflicto interno dentro del propio capital.
Milei no es Macri, Harris no es Trump, Macron no es Le Pen, Musk no es Amazon, Coca Cola no es HSBC y así sucesivamente. Pero eso no nos importa, tanto como para cambiar el mundo necesitamos entenderlo, hoy necesitamos darnos cuenta de que el único espacio posible de la izquierda es un espacio anticapitalista, un espacio radical, valiente, generoso, al que no le interesa gobernar sino cambiar el campo de juego, que no tiene como objetivo, para el gobierno, cambiar y adaptarse sino confluir, abrir una brecha, chocar con el modelo capital-autoritario-violento-patriarcal-colonial que representan Musk, Trump, Milei, Meloni, Orban, Bukele, Putin, Macron (con sus diversidades, seamos claros). Es hora de una ruptura, a todos los niveles, desde los movimientos hasta los partidos. No hay mañana, no hay otro discurso que valga. Cada uno a su manera, cada uno en su campo, pero toda lucha, civil o social, debe tener un trasfondo anticapitalista, sin entrar en el debate sobre cuál es hoy la forma hegemónica del capital. Tampoco es hoy una cuestión de métodos y herramientas, sino de discurso político. Como nos enseñan los zapatistas, nuestra lucha sólo puede ser por la humanidad y la vida, y por tanto contra el capitalismo. Nuestro único, gran, enorme enemigo, y sería bueno recordarlo. Sólo así podremos abrir un espacio para razonar sobre el gobierno, sobre el futuro, pero rompiendo la lógica del poder y cómo se replica e impone.