*Jorge G. Castañeda.
La batalla de Ucrania, provocada por la invasión rusa a ese país, encierra muchas contradicciones y complejidades. De que se trata de una clara violación del Derecho Internacional y de la Carta de Naciones Unidas, no puede haber la menor duda. Así mismo, se trata de un golpe asestado a las reglas, que bien que mal, han regido una buena parte de las relaciones internacionales desde la Segunda Guerra Mundial. Si nos vamos a los 75 años que han transcurrido desde entonces, las claras ocupaciones del territorio de un país, vecino o lejano por una gran potencia, han sido limitadas: Hungría en 1956, Checoslovaquia en 1968, Afganistán en 1979, por la Unión Soviética; Vietnam, Laos y Camboya por parte de Estados Unidos en los años sesenta, y quizás podríamos incluir el caso de República Dominicana en 1965 y el de Panamá en 1989; posiblemente el ingreso de tropas chinas a Corea del Norte en apoyo al gobierno de ese país en 1950. Para un periodo de tres cuartos de siglo, no son tantas. La invasión de Ucrania por Putin es, en ese sentido, algo excepcional y relativamente novedoso.
Ilustración: Izak Peón
Ilustración: Izak Peón
De la misma manera, se trata de una situación que tiene antecedentes históricos más difíciles de simplificar. Rusia se ha visto invadida dos veces durante los últimos dos siglos por ejércitos que entraron desde Europa Occidental, por las grandes planicies de Prusia y de Ucrania, donde no hay ningún obstáculo natural que realmente protegiera a la famosa “madre patria”. El costo pagado por el pueblo ruso en ambos casos fue enorme. Hay cierta lógica en el comportamiento de Putin de no querer permitir un acercamiento de Ucrania a occidente, o una ofensiva de occidente hacia el oriente, es decir, hacia Rusia. A su vez, Estados Unidos cometió errores a partir de 1989, que eran perfectamente evitables. James Baker no fue lo suficientemente explícito y claro, si es que incluso fue elíptico y confuso, en su compromiso con Mijaíl Gorbachov en 1990 de no buscar nunca el ingreso de Ucrania a la OTAN. Según Thomas Friedman, el columnista internacional del The New York Times, Estados Unidos nunca debió alentar ni permitir el ingreso de las repúblicas bálticas, Polonia o Rumanía, a la OTAN, en lo que fue desde un principio una clara provocación a Rusia, totalmente innecesaria ante un país postrado después de la caída de la Unión Soviética. Y como lo dijo Kissinger en un artículo de 2014, Estados Unidos, desde hace varios años, debió haber sido mucho más claro en decir que Ucrania no entraría nunca a la OTAN, alegando simplemente una razón: porque no.
Salvo estos últimos 32 años, y desde el Siglo XIV, Ucrania nunca ha sido un país independiente. No hay claramente una separación histórica, cultural, religiosa, lingüística, entre Rusia y Ucrania: en realidad no se entiende la existencia de ninguno de los dos sin la del otro. Esto no justifica la invasión de Putin, pero la explica en parte. Y este conjunto de elementos del comportamiento de Estados Unidos estos años también contribuyen mucho si tratamos de entender por qué Putin actúa de una manera que podría parecer irracional.
Pero dicho todo esto, resulta incomprensible que México y Brasil, ambos miembros latinoamericanos no permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, no hayan condenado desde un principio, en los términos más firmes e inequívocos, la invasión rusa de Ucrania. Ahí en el Consejo de Seguridad como en las mañaneras, no se trata de dar clases de historia de los países eslavos, ni de los lugares comunes o babosadas de los principios del artículo 89 de la Constitución. Se trata de tomar partido. Si no se quería tomar partido, no se debió ir al Consejo de Seguridad. Nadie nos obligó a hacerlo; la decisión tomada por el gobierno de Calderón y por la canciller Patricia Espinosa no era necesariamente vinculante para López Obrador.
Contrasta la actitud de México, y los galimatías lingüísticos y jurídicos del gobierno, con la posición clara y contundente de Gabriel Boric, presidente electo de Chile, quien condenó desde temprano la invasión con nombre y apellido.
Seguir invocando absurdamente la no intervención cuando ya hubo intervención; la autodeterminación cuando ya fue negada; y la solución pacífica de controversias cuando ya no la hubo y estamos en plena guerra, es aberrante.
Y ahora veremos, cuando los miembros del Consejo de Seguridad se vean obligados a votar en torno a una resolución condenatoria de Rusia presentada por Estados Unidos, Francia e Inglaterra, si México y Brasil se atreven a votar a favor o si simplemente se abstienen. Ciertamente dicha resolución no será aprobada, ya que tanto Rusia como China ejercerán su veto. Pero será una señal adicional. Y sobre todo, como ya se lo comunicaron los Estados Unidos al gobierno de López Obrador, Washington espera que México lo acompañe con las sanciones: económicas, financieras, comerciales y de todo tipo, incluyendo hasta deportivas, que van a irse implementando poco a poco en estos días por parte de Estados Unidos, la Unión Europea y el resto de los países de la OCDE o de la OTAN. México sabe lo que Estados Unidos quiere que haga: a ver si se alinean o siguen con sus payasadas.
*Jorge G. Castañeda
Secretario de Relaciones Exteriores de México de 2000 a 2003. Profesor de política y estudios sobre América Latina en la Universidad de Nueva York. Entre sus libros: Estados Unidos: en la intimidad y a la distancia y Sólo así: por una agenda ciudadana independiente.
Fuente Nexos