Un acto de justicia.

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/ Escrito por Cecilia Lavalle. /

¿Qué se necesita para pasar a la historia? O, más propiamente, para gozar del reconocimiento que una mujer merece por sus aportaciones y que se le regatearon en vida. Yo digo que se necesita, entre otras, a Leticia Bonifaz.

A Lety la conocí por casualidad y nos hicimos amigas a propósito. De ella reconozco y admiro muchas cosas. Por encima de sus títulos académicos y sus grandes aportaciones a los derechos de las mujeres, admiro su inteligencia brillante, su congruencia, su capacidad para decir verdades sin levantar la voz, su sentido del humor.

No obstante, en años recientes quedé fascinada por su transformación en Indiana Jones cuando se dedicó a investigar las aportaciones de las mujeres en la diplomacia.

No crea que es una metáfora. Quien haya investigado la participación de mujeres en cualquier ámbito sabe que es como lanzarse a la aventura en busca de tesoros, porque la historia ha sido contada sin nosotras. Más aún en el ámbito diplomático: un terreno inexplorado y del que las mujeres han sido históricamente excluidas.

Lety documentó historias fascinantes de muchas mujeres, de las cuales casi 200 forman parte del libro Mujeres en la diplomacia. Pioneras en México y el mundo (Secretaría de Relaciones Exteriores, 2024).

Y ahí nos encontramos a la gran maestra y sufragista Elena Torres (de la cual le contaré otro día) y con la que Lety cumplió un acto de justicia.

Resulta que un día Gabriela Cano (una de las historiadoras feministas a quienes debemos tanto) le avisó a Lety que había encontrado el acta de defunción de Elena Torres. Acto seguido, las dos “cazadoras de tesoros” fueron al cementerio de Xoco, en Coyoacán.

Con todo y datos precisos, guiadas por el sepulturero en turno, no encontraban nada. Sacudían lápidas, leían inscripciones. Nada. De pronto oyen: ¡Aquí está!

Me cuenta: “Un espacio de terraplén, apenas delimitado por unos ladrillos. Esa era la tumba de Elena Torres, gloria de la educación nacional de la primera mitad del siglo XX.  Solo el diseño del esquema de desayunos escolares en la época de Vasconcelos le valdría un reconocimiento permanente. Habíamos pensado que la tumba iba a estar abandonada, porque Elena no tuvo descendientes, pero jamás imaginamos encontrar un espacio sin lápida, sin nombre, sin recuerdo”.

En los siguientes meses Lety se dedicó a tocar puertas y logró que la Asociación del Servicio Exterior Mexicano financiara la lápida.

Hace unos días la colocaron. Me cuenta: “Invité a poca gente, a quienes por distintas razones tuvieran que ver con ella. Inventé la familia que no tuvo. Al inicio se cantaron un par de arias de ópera, que hablan de mucho amor. Luego, distintas personas leímos fragmentos de su biografía”.

Cuando alguien le preguntó a Lety por “las autoridades”, ella explicó que Elena se enfrentó en distintas ocasiones a las autoridades que menospreciaron, ocultaron y obstaculizaron su trabajo. Y agregó: “Nosotras sólo tenemos autoridad moral ¡Nomás!”.

En la lápida se lee una frase de Elena Torres: “Los males deben curarse radicalmente, y eso sólo la educación puede lograrlo”. Sin ánimo de contradecirla yo diría que también se curan con actos de justicia, como el de Leticia Bonifaz, y con autoridad moral ¡Nomás!