UN AUGURIO.

Juan José Rodríguez Prats

Nuestra historia es la de unas cuantas individualidades señeras que emergen de tiempo en tiempo sobre el pantano quieto de las sordas pugnas políticas
Jorge Portilla

San Agustín definió escuetamente la soberbia como hinchazón. No creo exagerar al decir que la historia de la humanidad ha sido un persistente empeño por evitar los abusos del poder. Detener la desbordada pasión de dominar al prójimo.

Tanto en la cultura oriental como en la occidental, tanto en el budismo, el confucionismo y la génesis de las democracias y repúblicas, emergió la sabiduría, entendida como prudencia, templanza, mesura. En resumen, condición humana para evitar el mal. Así se explica, a pesar de sus tropiezos, el avance en todos los órdenes, sin que nunca podamos cantar victoria, de haber derrotado al legendario Leviatán de Hobbes. Occidente confió en las instituciones, lo cual le dio mayor impulso.

Hoy la amenaza es de terror. En todas las naciones el conflicto jurídico es lo cotidiano. Los gobernantes faltan a su juramento de cumplir la ley.

La ética exige que asimilemos los principios para compartir el poder, respetando a las instituciones. En nuestro caso, la divisa ha sido siempre: “aquí solo mis chicharrones truenan”. Veamos nuestra época reciente.

Desde antes de asumir el cargo, Andrés Manuel López Obrador, con una burda consulta, hizo pública su decisión de suspender el nuevo aeropuerto de la CDMX, teniendo a su lado un libro titulado Aquí mando yo. El mensaje fue contundente y su orden se acató. Eso hizo, eso sigue haciendo.

En un país con auténtico Estado de derecho, no hubiera sido posible emitir esa orden, menos ejecutarla. Las consecuencias penales habrían sido inevitables. Los costos por las pérdidas constituyen el mayor daño (que ya es un decir) en nuestro país.

Una de las rutinas más perversas en nuestra vida pública es que, en los tres órdenes de gobierno, el titular del Poder Ejecutivo se torna jefe del partido que lo llevó al poder y debe decidir a todos los servidores públicos, sean electos o designados. Desde luego, también tiene el privilegio indisputable de designar a su sucesor.

Desde la Revolución, esa práctica se ha repetido puntualmente, con notables excepciones. Carlos Salinas de Gortari, ante el lamentable asesinato de Luis Donaldo Colosio, no tuvo más opción que postular a quien no estaba impedido legalmente: Ernesto Zedillo. Este, a su vez, cuando la asamblea priista incorporó el requisito de haber tenido un cargo de elección para ser postulado (anulando así la candidatura de José Ángel Gurría), conservó la sana distancia. Vicente Fox, aunque se diga lo contrario, no intervino en el proceso interno del PAN, que eligió a Felipe Calderón, quien fracasó al pretender imponer a Ernesto Cordero y terminó haciendo alianza con Enrique Peña Nieto, quien repitió la misma maniobra apoyando a López Obrador y garantizando su impunidad. AMLO, en la más burda y soez maniobra, sacó adelante a su candidata, orgulloso de su hazaña.

La decisión hacia 2030 se presenta como la más enigmática y desafiante. En Morena, el candidato previamente decidido, el heredero, se derrumbó estrepitosamente. ¿Ante las escasas opciones de su partido y los muy probables resultados mediocres de su gobierno, estará la presidente Claudia Sheinbaum en posibilidades de decidir ella la sucesión? Lo dudo.

La oposición tiene una oportunidad única que no puede desaprovechar. Es el futuro de México lo que está en juego.

Déjenme pecar de optimista. Hay un tapado, no pertenece a ningún partido, lo cual le permite convencer a todos de ser la opción más viable. Desde luego, descarto a quienes empiezan a decantarse sin tener antecedentes que los acrediten. Su autoridad moral e intelectual no puede ser cuestionable.

Ahí está el retrato hablado. Existen personajes de nuestra clase política que se acercan al perfil. Hagamos la tarea, brincando primeramente el obstáculo de 2027. Vendrán tiempos mejores.