/ Por: Zaira Rosas /
Durante años múltiples generaciones crecieron bajo un mismo estereotipo: los hombres son proveedores, las mujeres las encargadas del hogar y de la crianza. La situación financiera de distintas familias hizo que estos roles se fueran ajustando con el paso del tiempo, pero los aprendizajes culturales continuaron con su peso sobre la balanza y aunque las mujeres comenzaron a tomar espacios laborales no lo hacían igual que los hombres.
De estos roles tan inequitativos surgió la necesidad de tener perspectivas de género, pues a las mujeres les costaba el doble demostrar sus capacidades, para lograr los mismos puestos con la mitad de oportunidades. Una vez alcanzado un punto profesional a la mujer socialmente se le exige seguir cumpliendo con un rol en el hogar, en tanto que el hombre que se involucra debe ser recompensado por “su ayuda”.
En la crianza las tareas tampoco son equitativas, pues papá puede llegar cansado de horas de trabajo, en tanto que mamá además de trabajar debe atender las tareas de un hogar. Afortunadamente con nuevas generaciones estas ideas hoy pueden ser modificadas, hemos entendido que hay hombres que desean ser los encargados de un hogar, que disfrutan los espacios de familia y que quieren gozar de una licencia de paternidad con la misma facilidad que se otorga a las mamás.
La idea de luchar por un mundo equitativo no es sólo para que las mujeres accedan a los derechos que como seres humanos les corresponden o porque quieran ganar terreno, es para que todas las personas gocemos de las mismas oportunidades, para salir de la cajita que nos ha encasillado y etiquetado en moldes específicos en los que actualmente no todos encajamos.
Romper esos moldes no es tarea fácil, sobre todo porque están diseñados para cada una de las esferas de nuestra vida y los hemos perpetuado en distintos ámbitos, tanto en lo público como en lo privado. Si bien es cierto que existen diferencias biológicas entre las personas, las que han pesado más a lo largo de generaciones son las culturales, esas que comenzamos aprendiendo desde el hogar y normalizamos porque fuera de casa vimos y escuchamos lo mismo.
Para cambiar las percepciones y abrir nuevas posibilidades hemos de comenzar con nuevas acciones, si en el hogar comienza nuestra formación y maneras de ver el mundo, quizás en el hogar es donde inicia una nueva perspectiva, las familias son el primer vínculo seguro y es donde inicia nuestra manera de ver el mundo, de ahí la importancia de construir nuevas formas de relacionarnos, creando apegos más seguros y entendiendo desde temprana edad el respeto y el autocuidado.
Con lo anterior surgen nuevas teorías de crianza que ponen en el centro las necesidades básicas de cualquier individuo, donde la mamá o el papá también son ejemplo de autocuidado, pues cuidan de la familia sin dejar de cuidar de sí. Al final aprendemos desde temprana edad de los ejemplos del hogar y la mayoría de veces buscamos en el entorno eso que conocemos, salvo cuando la experiencia no fue la mejor se abren posibilidades, perpetuar los errores o elegir una nueva forma de vida que seguramente nos permita construir una mejor familia.
Actualmente todas las personas podemos aportar al desarrollo y crecimiento de un entorno más seguro, comencemos desde el respeto a las creencias y derechos de los otros, con empatía y solidaridad. Los tiempos son difíciles, pero podemos hacerlos más amenos si unimos esfuerzos, cuidemos unos de otros, escuchemos con atención las necesidades conjuntas y hagamos que el rumbo de nuestras decisiones siempre esté encaminado hacia un bien común. Si partimos pensando en un bienestar colectivo, definir el rumbo que queremos no es tan difícil.