Un Presidente con Prisa.

Isabel Turrent/ REFORMA

La reciente celebración del 70 aniversario de la fundación de la OTAN, la organización encargada de defender a Europa occidental frente a la Unión Soviética bajo el liderazgo y sombrilla militar de Estados Unidos en la posguerra, fue un fiasco anunciado. Un jaloneo entre las visiones encontradas de muchos de los líderes que gobiernan hoy los países de la alianza, que ni entienden cuál es la función de la OTAN ni tienen una visión a largo plazo de su futuro.

Emmanuel Macron, el presidente de Francia, es el único líder visionario que, en una larga entrevista a The Economist, ligó la fragilidad europea con el declive de la OTAN, y ha hecho un diagnóstico preciso de lo que sucede con el pacto militar que ha protegido a Europa por decenios y, más importante aún, ha esbozado propuestas concretas.

“La OTAN padece muerte cerebral”, declaró. Y le pasó la cuenta a quien debe pagarla: Donald Trump. El primer presidente norteamericano “que no comparte nuestra idea del proyecto europeo”. “No hay -concluyó- coordinación en la toma estratégica de decisiones entre los Estados Unidos y sus aliados de la OTAN. Ninguna”.

Macron tenía en mente la decisión que tomó Trump en octubre en Siria. Sin consultar a sus aliados, y pasando por encima de la OTAN, Trump ordenó el retiro de las tropas norteamericanas en el noreste de ese país, abandonando a sus aliados kurdos a su suerte, que quedó en manos de Erdogan, el tirano turco -miembro de la OTAN, por cierto- que invadió, sin dar aviso a nadie, ese territorio sirio días después.

Pero lo que sucedió en Siria es tan sólo un ejemplo entre muchos. Y un peligroso precedente. Trump ha demostrado una y otra vez que puede darle la espalda sin miramientos aún a sus aliados más cercanos. Macron ha asumido correctamente que si Europa quiere romper la dependencia de Washington, con o sin Trump, debe transformarse y quitarle la primacía a su misión económica -el lenguaje de las finanzas y el comercio- y convertirse también en una alianza política y aprender “la gramática del poder y la soberanía”.

Es un Presidente con prisa. Negoció con habilidad para que los nombramientos de las nuevas cabezas de la Comisión y del Consejo de la Unión Europea apoyen su misión de fortalecer a Europa. Una francesa, Christine Lagarde, dirigirá ahora el Banco Central Europeo. Vetó una nueva expansión de la UE y, como eco de la herencia gaullista que atesora, apoyó en 2018, una iniciativa de largo nombre conocida mejor por sus siglas, E21, que convocó a un selecto club de 14 miembros de la UE para enfrentar crisis y crear una cultura estratégica común.

No hay político francés que resista la tentación napoleónica de extender su influencia por el mundo. Macron ha cultivado a las dos potencias que pueden afectar negativamente el futuro de Francia, de la Unión Europea y de la democracia liberal que es el corazón político de su proyecto: China y Rusia. Ha viajado varias veces a Beijing y se ha reunido más de una vez con el presidente ruso, Vladimir Putin.

Con tantas fichas en la mano ¿logrará Macron sus objetivos? Difícilmente, y menos a corto plazo, porque ha descuidado flancos fundamentales. Olvidó cultivar a sus aliados europeos. Especialmente a Alemania, que ha resurgido como potencia bajo el amparo de la sombrilla militar de la OTAN y no tiene ninguna intención de dilapidar recursos en la esfera militar. Pero también a los países periféricos de la UE que ven con profunda desconfianza el posible ascenso político de Francia frente al vacío de poder que dejará el retiro de Merkel y la salida inevitable de Gran Bretaña de la Europa integrada.

Last but not least, Macron tendrá que archivar sus ambiciosas reformas en el exterior mientras no consolide su gobierno. Su prisa y sus modos imperiosos de gobernar son su peor enemigo: es un Presidente muy impopular. Sin medir el pulso de la opinión pública ha emprendido reformas que han sacado a la calle a sus opositores. Su propuesta de crear un sistema de pensiones único ha paralizado al país en los últimos días: cientos de miles de burócratas, incluyendo a los transportistas, educadores y encargados del sector salud se declararon en huelga. Ante una protesta de esta magnitud, tendrá que echar marcha atrás y debilitar aún más su Presidencia.

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