[ Isabel Turrent ]
*López Obrador no encabeza un gobierno austero, sino un programa despilfarrador y corrupto
El proyecto iliberal – es un sistema de gobierno en el que, aunque se celebren elecciones, los ciudadanos no tienen conocimiento de las actividades de quienes ejercen el poder real debido a la falta de libertades civiles; por tanto, no es una “sociedad abierta”. Hay muchos países “que no están clasificados como “libres” ni “no libres”, sino como “probablemente libres”, que se encuentran en algún lugar entre regímenes democráticos y no democráticos- de López Obrador es de libro de texto sobre la construcción de populismos autoritarios.
Él y un pequeño grupo de asesores -en Morena no se puede hablar de “cuadros”, porque sus lacayos serviles son incapaces de generar ideas más allá de la ideología como conciencia falsa de la realidad que padecen- diseñaron durante años un programa político detallado y bastante preciso para construir un nuevo régimen.
Un proyecto con un solo objetivo: concentrar el poder en el líder supremo del movimiento.
Porque Morena no es un partido político: es un movimiento dictatorial bananero.
Otros líderes antidemocráticos, como Orban en Hungría o Putin en Rusia, han armado equipos que incluyen a funcionarios bien preparados que han impedido el deterioro económico abismal de experimentos que pretenden ser socialistas como el de Venezuela o Nicaragua.
En México, por el contrario, López Obrador se ha rodeado de operadores políticos hábiles e implacables cuya única tarea es movilizar a las bases de Morena.
Una estrategia para capturar votantes en las periferias urbanas (como la de la Ciudad de México, uno de sus bastiones) o en estados empobrecidos (Guerrero y Chiapas, entre ellos).
Han cooptado a cualquier costo a grupos de poder con tintes marxistoides (CNTE) y ciudadelas de poder en el sur del país.
El mapa de ruta incluye comprar al Ejército (los militares son los únicos que pueden dar un golpe de Estado), los medios de comunicación (quien tiene la información tiene el poder), todas las instituciones de educación (la raíz de la disidencia es el conocimiento plural, incluyente e ilustrado) y cualquier organización autónoma.
López Obrador lo dijo con todas sus letras durante la campaña en una entrevista: no le gustan “esas cosas de la sociedad civil”.
La gran novedad del lopezobradorismo, aunque tiene ecos de la cleptocracia de Putin en Rusia que nació y creció en alianza con la delincuencia organizada, son los acuerdos con grupos de narcos, que reciben encantados los abrazos, pero responden a balazos.
No importa. Porque el mensaje demagógico que los cubre y defiende su impunidad quedó a cargo de LO, que mezclando eclécticamente su larga experiencia de alborotador callejero -cuya verborrea deja pocos espacios a la disidencia-, recorrió el país prometiendo lo que no iba a cumplir jamás y fabricando al perfecto chivo expiatorio: la mafia del poder que “ha saqueado a México”.
Neoliberales anónimos, que en el último arranque retórico de López son ahora un imaginario “bloque conservador”.
De mañanera en mañanera, nos está llevando, como advirtió The Economist, a una democracia en vías de extinción.
El talón de Aquiles del proyecto de López es la economía.
México podría transitar a tropezones por el amasijo de caóticas políticas centralizadoras del poder de este gobierno si tuviera una base económica.
Pero López Obrador, no sólo ha nombrado a ignorantes abismales en puestos económicos clave, sino a firmes creyentes en que el desarrollo es imposible en democracia.
Si su inspiración es la Cuba de Castro o Venezuela, el futuro es perfectamente predecible: la carestía, la igualdad en la pobreza y el desplome de la inversión.
México está ya en recesión técnica. LO no preside un gobierno austero.
Encabeza un programa despilfarrador y corrupto que dirige el gasto público a proyectos improductivos.
Si fuera un gobernante que aprende de sus errores, leyera los datos y gobernara de acuerdo con la realidad empírica, entendería que el estatismo bananero no funciona y que el único régimen de un solo partido en el poder -con el que sueña- que ha generado riqueza es el de China.
Pero no la China de hoy, sino la de Deng Xiaoping. El líder chino de los años ochenta que construyó un sistema bicéfalo -de dos cabezas- para rescatar al país de la debacle económica maoísta.
Optó -desafortunadamente- por la represión política para mantener el monopolio del poder, pero decidió -por suerte- abrir económicamente al país al mercado y a la inversión extranjera.
En unas cuantas décadas sacó a más de 100 millones de la pobreza.
Gracias a Deng los chinos tendrán que construir un sistema político más plural sobre la abundancia.
Nosotros, consolidar la democracia con una economía en ruinas.