/ Alma Delia Murillo/
El calor quema sobre nuestras cabezas, estamos a 36 grados. La gente se queda dormida en las bancas del jardín principal, yo entro a la iglesia del Cristo negro y me siento junto a la entrada. Coloco las manos sobre las rodillas y miro mis uñas, están negras como el Cristo, es la tierra que se quedó en ellas a pesar de que usé guantes. Me noto un temblor en los brazos por el esfuerzo de levantar la tierra con la pala para músculos que no están acostumbrados a ese trabajo, me noto el corazón desencajado. Vengo de estar con las madres buscadoras de Salamanca y ahora mismo soy incapaz de pensar nada.
Vine porque quería entender y ahora sé que es una ambición desproporcionada; no sé si hay manera de entender esto que está pasando en este país de más de cinco mil fosas clandestinas. Vine porque Alma Lilia Tapia me permitió acompañarla a un par de brigadas de búsqueda del colectivo Salamanca Unidos Buscando Desaparecidos del que ella es vocera. Se llama Alma, es mi tocaya, no puedo evitar una disposición inmediata a la empatía, al cariño.
Cuando hablo con ella me da miedo mi torpeza, mi venir de otro mundo; pero ella es ella con una naturalidad y una fuerza que no deja lugar a formalismos; y entiendo, además, que no tengo que decir mucho, sino escuchar. Y olfatear, olfatear es importante, la punta de la varilla que se clava en la tierra cuando se hunde y parece que rompe algo y hay que sacarla para ver si tiene ese aroma que revela que ahí hay un cuerpo.
Pienso en la palabra que usan ellas, no dicen olor, dicen aroma. Pienso en estas madres que conocieron el aroma de sus hijos cuando eran bebés a los que olían de esa forma única a la que huelen los bebés y que sólo ellas conocían; pienso que aroma viene de arar, arar la tierra. Y aquí están ahora, hundiendo la varilla y rascando la tierra para ver si recuperan un pedazo.
Son quince buscadoras, subo con ellas a una camioneta. La caravana incluye a la Comisión Estatal de Búsqueda de Personas Desaparecidas del estado de Guanajuato, la Guardia Nacional, la Policía Estatal y el Ejército.
Pero son ellas las que buscan, son ellas las que rascan con las manos, las que introducen la varilla, son ellas las que alimentan a toda la comitiva, vaya cosa, al final de la jornada. Aguas frescas, arroz y guisos para los uniformados. Ellas que llegaron una a una con sus tópers y cazuelas.
Son ellas las que regresan con las botas negras llenas de polvo, los brazos quemados, las caras enrojecidas, las lágrimas resecas en el rostro salado también por el sudor.
Fue Alma Lilia la que esperó meses frente a la casa municipal de Salamanca para ver si la recibían y abrían una ficha de búsqueda de su hijo Daryl Gómez desaparecido hace cinco años.
Es Alma Lilia la que ayuda a sus compas a llenar los formularios para que la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas les otorgue una ayuda alimentaria a esas mujeres que, a quién extraña, son las que cuidan a los nietos que esos hijos desaparecidos dejaron.
Son ellas las que están cansadas, enojadas, hartas, irritadas en un duelo interminable que se manifiesta de muchas maneras.
Mientras buscan a un hijo desaparecido tienen a otro asesinado al que hace apenas unos días le dieron sepultura.
Cuando recorremos los caminos desde las camionetas van señalando “aquí quemaron a unos”, “aquí encontramos a otros”, “en ese basurero también los vienen a tirar”.
Esto es cotidiano, habitan una distopía de la violencia a la que rindieron a un país entero los gobiernos de todos los colores que eligieron hacer de México necropolítica sin oponer resistencia.
Y ahí están las mamás, buscando desde hace 5, 6 años.
Alrededor de ellas zumban los partidos políticos, cómo no. Todos.
Alrededor de ellas retumban las amenazas de los cárteles.
En el centro de ellas pesa la ausencia de Lorenza Cano, otra madre que buscaba, han pasado cien días desde su desaparición en Salamanca. ¿Dónde está Lorenza?
No me arranco de la nariz el aroma de la última casa a la que entramos. Es fauna, dijeron ellas que distinguen un cuerpo humano de uno que no lo es.
No puedo entender que estuve en apenas tres puntos que funcionan como fosas clandestinas, tres de cinco mil.
Vuelvo a mirar mis uñas negras y entiendo, sí, por qué Alma dice que es un privilegio tener un hijo muerto y no uno desaparecido..
@AlmaDeliaMC