/ Juan Pablo Becerra-Acosta M. /
Cada vez que escucho hablar al Presidente de la República acerca de los desaparecidos, tal como lo hizo esta semana, tengo la impresión de que no es un hombre concienzudo sobre el tema. Y ahí me entra la duda: ¿será por ignorancia, porque está desinformado, o debido a motivaciones políticas?
Si es por la primera razón, qué pena que un Jefe de Estado no haga un esfuerzo de honestidad intelectual para estudiar y comprender un problema tan delicado que -además- cimbra y avergüenza a su propio país. Quien no sabe nada de un asunto, cómo podría plantear soluciones serenas, coherentes y viables.
Si es por la segunda causa, qué lamentable comprobar que no se informa adecuadamente sobre la más desgarradora de las tragedias que ensombrece a su nación. El de las desaparecidas y los desaparecidos es un asunto tan delicado y sensible que un jefe de Estado no puede consentir que sus propagandistas le filtren la información, o peor, que se la distorsionen.
Que le mientan, pues, que lo ninguneen a punta de falsedades provenientes de binarismos políticos, de conjuras palaciegas, o de posiciones dogmáticas.
De haber ocurrido así -que actúa movido por tergiversaciones y estrategias políticas de sus propagandistas-, qué patético rol de portavoz le han dejado al Presidente sus propios voceros de Palacio Nacional, y cuánto daño le hacen al obligarlo a aparecer públicamente como una persona insensible ante el dolor de decenas de miles de familias rotas.
Desde hace varios meses -desde abril-, supe que en la Secretaría de Gobernación tenían la idea obsesiva (por no decir paranoia) de que el listado de personas desaparecidas, recabado por la Comisión Nacional de Búsqueda (CNB, organismo dependiente de Gobernación), con datos de las fiscalías estatales y de Ciudad de México, estaba “inflado” por “conservadores” que querían perjudicar al gobierno federal.
Inaudito, pero cierto: eso decían y en consecuencia actuaron, como ya lo reconoció el propio Presidente hace unos días. ¿Le suena conocido lo del complot? Hace siete meses pude entenderlo en un personaje como el entonces secretario de Gobernación, Adán Augusto López, porque tenía (y tiene) el viejo chip priista de la intolerancia, pero francamente me sorprendió que semejante elucubración fuera compartida por el ex subsecretario de Gobernación, Alejandro Encinas, un hombre de izquierda a quien yo tenía por un político pulcro que -asumí- jamás se prestaría a delirios sobre confabulaciones, y mucho menos porque un tema disgusta o resulta incomprensible en el Poder Ejecutivo.
Como consecuencia de todo esto, el gobierno federal pretende depurar la lista de desapariciones que, desde 1962 y hasta ayer, es de 113 mil 254 personas desaparecidas (100 mil 513) y no localizadas (12,741).
Con los desaparecidos, no, no se metan. No se atrevan. Desaparecer dos veces a los desaparecidos es criminal. Es de una deshumanización imperdonable. Es un agravio a los familiares que confiaron en este gobierno y que vencieron sus terrores y empezaron a denunciar ante las fiscalías estatales.
Por eso, porque aumentaron las denuncias, se elevó el número de desapariciones registradas en estos últimos cinco años (más de 42 mil). Pero no sólo por eso: adicionalmente, que alguno de sus propagandistas, dizque expertos en guerras, le explique al Presidente que los sicarios cada vez desaparecen más personas para no dejar rastros de sus crímenes, para que no haya pesquisas sobre sus ejecuciones, sus homicidios, sus descuartizamientos. Son tácticas de guerra, de las perversas guerras mexicanas, que han masificado las desapariciones para perpetuar así el dolor entre los familiares de las víctimas.
Además, que algún funcionario honesto le informe al Presidente lo que sucede cada vez que la gente de la CNB va a cualquier municipio para hacer tomas de sangre y cotejarlas con muestras genéticas de restos hallados en fosas clandestinas: suele ocurrir que los pobladores se acercan a los trabajadores de la Comisión y generan nuevas denuncias de desapariciones, adicionales a las existentes en las fiscalías y por eso el listado creció y creció.
Ahora, si se actualiza el listado de desaparecidos a la baja, que un órgano independiente coteje que esa depuración realmente se apegue a hechos, a que las personas desaparecidas realmente fueron halladas vivas o muertas, y no a la infamia política desde el poder.
BAJO FONDO
Quien cotidianamente es apologeta de sí mismo, comete un crimen de lesa vanidad: impúdica egolatría con premeditación y ventaja. Consecuencias: las únicas antítesis que tolera esa persona son las que parten de sus propias tesis, propaladas por sí misma y sus exégetas. ¿Castigo? Hechos comprobables, documentados, que le propinen refutaciones… irrefutables.