Viejo y nuevo carisma

/ Enrique Krauze /

“Los mexicanos -escribió Cosío Villegas- hemos alimentado nuestra marcha democrática bastante más con la explosión intermitente del agravio insatisfecho, que con el arrebol de la fe en una idea o teoría”.

Así ocurrió en 1910, cuando la voluntad popular respaldó a un líder dotado de ese don de legitimidad misterioso que es el carisma. Pasada la revolución, desde 1929 el sistema político no necesitó líderes carismáticos porque “rutinizó el carisma” en la Silla presidencial y en la maquinaria de dominación institucional llamada PRI. Setenta años después, en un mundo de creciente liberalización que reveló el anacronismo del “Ogro filantrópico”, el ciudadano agraviado por la corrupción y los malos gobiernos buscó una nueva figura carismática para transitar a un régimen democrático en que el voto libre fuese, por fin, la única fuente de legitimidad. Esa figura fue Vicente Fox.

Duele imaginar cómo Fox hubiese podido usar creativamente su popularidad, ejerciendo una pedagogía democrática que orientara al mexicano a una vida cívica madura y responsable. Aún más ocioso resulta a estas alturas pensar en las alternativas, mucho más acotadas, que tenía Calderón para intentarlo, carente, como era, de carisma y con la sombra de AMLO a cada paso. Y también es inútil lamentar que Peña Nieto, cuya elección fue prácticamente incontestada, no haya aprovechado su atractivo cosmético -me resisto a llamarlo carisma- para dedicar las semanas a gobernar con rectitud y los fines de semana a recorrer el país, instrumentando o supervisando programas sociales efectivos. Prefirió jugar golf. Y lo peor, pactó el ataque contra Ricardo Anaya, regalando a AMLO la mayoría absoluta del Congreso.

Todo eso es pasado. El hecho es que AMLO apeló a fibras profundas de un sector amplísimo del electorado, mostrando una vez más que en situaciones de agravio histórico, el votante mexicano no busca “el arrebol de la fe en una idea o teoría” sino a la persona dotada del carisma.

Desde el momento en que asumió el poder, AMLO se ha dedicado a consumir ese carisma. No lo ha invertido ni “rutinizado” productivamente en una institución: lo ha exprimido con infinita vanidad hasta la última gota. Desde las “Mañaneras” no solo decreta la realidad sino que refuerza al redentor que cree encarnar, al hombre en el que depositan su fe millones de compatriotas. Sin posibilidad de contrastar sus dichos con los hechos, sin sospechar siquiera que detrás de esos dichos puede haber una mentira (o miles o decenas de miles de mentiras), ese sector, de buena fe, cree en él. Y cree aún más cuando, a despecho de esas mentiras que no imagina siquiera, recibe beneficios en efectivo que también explican la popularidad y que, al margen de sus distorsiones y limitaciones, sería mezquino no reconocer.

Pero ese sector, por más amplio que sea, no es todo México. Nunca lo fue, ni siquiera en 2018. El 47% de no creyentes en 2018 ha crecido desde entonces. Y aunque se hubiese mantenido idéntico, aquella minoría sustancial debió ser respetada o por lo menos escuchada por el Ejecutivo. No lo fue, y ahora ese electorado -no solo de clase media- abriga un nuevo agravio insatisfecho. Como en todos los momentos clave de la historia de México, el agraviado busca al líder. A veces lo encuentra, a veces no. Esta vez lo ha encontrado en Xóchitl Gálvez.

El carisma ha cambiado de polo. El presidente López Obrador no podrá usar el suyo porque su nombre no está en la boleta y porque el carisma, por esencia, es intransferible. En ese sentido, sea quien sea la contraparte de Xóchitl Gálvez en la contienda, los términos históricos se han invertido.

Xóchitl Gálvez no cree “encarnar” al pueblo. Es parte natural de ese pueblo. Ahí reside su carisma. Mujer ante todo, y de origen modesto, indígena y mestiza, sojuzgada, liberada por sí misma, estudiante, ingeniera, empresaria, funcionaria pública, su biografía es una metáfora del mexicano que busca una vida mejor. Nada más, pero nada menos. Alegre, valiente, firme, no se doblegará.

“Hoy la esperanza ha cambiado de manos, está de nuestro lado y no la vamos a soltar hasta lograr el sueño mexicano”, dijo Gálvez, en su discurso del 1 de septiembre. Tiene claro el agravio pero no piensa ahondarlo sino superarlo hablando sin mentira a todos los mexicanos, desterrando el odio, propiciando la reconciliación nacional, única base posible para encarar los viejos y nuevos problemas de este lugar entrañable y nuestro que escribe su nombre con la X.