*El discurso de odio disfrazado de opinión.
20.10.2025 México.- En un país marcado por siglos de exclusión política hacia las mujeres, la llegada de una presidenta mujer en México representa un hito histórico. Sin embargo, lejos de consolidar un ambiente de reconocimiento y respeto, este avance ha desatado una oleada de violencia simbólica y discursiva que se manifiesta con especial virulencia en medios de comunicación, columnas de opinión y redes sociales.
El fenómeno no es nuevo, pero se ha intensificado en los últimos años, especialmente desde que las mujeres irrumpieron para ocupar espacios de poder que antes les eran negados.
La violencia simbólica contra mujeres en política no se limita a la crítica legítima de sus decisiones o posturas. Se trata de un patrón sistemático de descalificación, burla, difamación y estigmatización que recurre a estereotipos de género para cuestionar su capacidad, su legitimidad y hasta su apariencia física, incluso desde el seno de su propio partido.
A diferencia de los hombres en cargos públicos, a las mujeres se les exige más, se les vigila más, y se les insulta con mayor saña. Ejemplos hay muchos.
El discurso de odio disfrazado de opinión
Columnistas de corte conservador, principalmente vinculados a medios de derecha y de supuesto centro, han convertido la figura de la presidenta en blanco constante de ataques que van más allá del análisis político.
Se le llama “incapaz”, “mandada”, “débil”, “fría”, “fea”, “mal vestida”, “sin carácter”, “sin ideas propias”. Se le acusa de ser títere, de no tener voz, de no saber gobernar. Se le ordena cómo vestir, cómo hablar, cómo comportarse. Se le exige que sea madre, pero también que no lo sea. Se le juzga por su edad, por su tono de voz, por sus emociones, entre otros.
Este tipo de violencia no se dirige a los hombres en el poder. A ellos se les critica por sus decisiones, por sus alianzas, por sus políticas. A las mujeres, además de eso, se les cuestiona por existir en el espacio público. La crítica se convierte en agresión cuando se basa en el género, y eso es lo que ocurre sistemáticamente en México.
La magistrada Claudia Valle Aguilasocho lo expresó con claridad en octubre de 2025: “El gran reto de los derechos no es solo reconocernos como iguales, sino enfrentar las formas violentas que buscan restar espacios de libertad y de desarrollo a las mujeres”. Esta violencia se reproduce en los medios, en los partidos, en los espacios legislativos, y en la opinión pública.
¿Por qué se agrede más a las mujeres en política?
La respuesta está en la estructura patriarcal que aún domina la cultura política mexicana. La irrupción de las mujeres en espacios de poder desafía el orden simbólico tradicional, donde el liderazgo, la autoridad y la toma de decisiones han sido históricamente masculinas. Cuando una mujer ocupa un cargo de alto nivel, se rompe ese esquema, y la reacción es de rechazo, burla y agresión exacerbada.
La violencia simbólica se manifiesta en múltiples formas: se les exige que demuestren constantemente su capacidad, se les despojan de sus cualidades, se les acusa de llegar por cuotas o por favores, se les infantiliza, se les sexualiza, se les invisibiliza y se les difama día a día.
En el caso de la presidenta, se le ha acusado de ser “una figura decorativa”, de “no tener carácter”, de no saber gobernar sin ayuda masculina. Estas afirmaciones no solo son falsas, sino profundamente misóginas.
Por otro lado las acusan de ser fuertes cuando se requiere, de dominar las crisis, de dar la cara, de manejar situaciones extremas con estilo propio, de ser fieles a su ideología. Nada, ni un error, les perdonan. Los chars se convierten en catarsis para los machistas.
La diputada Anais Burgos Hernández propuso este año una reforma para incorporar la violencia simbólica en la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia. En ella se define como “cualquier acto u omisión que produzca un daño o menoscabo a través de patrones estereotipados, mensajes, valores, íconos, imágenes o signos, que transmitan y reproduzcan dominación, cosificación, desigualdad y discriminación”.
### Gobernadoras, alcaldesas, legisladoras: el patrón se repite
La presidenta no es la única víctima. Gobernadoras como Marina del Pilar en Baja California, Evelyn Salgado en Guerrero o Indira Vizcaíno en Colima han sido objeto de burlas por su apariencia, por sus vínculos familiares, por su juventud. Presidentas municipales han sido agredidas verbalmente en sesiones públicas, descalificadas por su tono de voz o por su forma de vestir. Legisladoras han sido interrumpidas, ignoradas, insultadas en tribuna.
La violencia política en razón de género es un obstáculo persistente en México. A pesar de que las mujeres han alcanzado la paridad en muchos espacios legislativos, siguen enfrentando agresiones que buscan expulsarlas del espacio público. Esta violencia no solo afecta a las mujeres directamente involucradas, sino que envía un mensaje disuasivo a otras que podrían aspirar a cargos públicos.
### El papel de los medios y la responsabilidad ética
Los medios de comunicación tienen una responsabilidad ética en la construcción del discurso público. Sin embargo, muchos columnistas y opinadores han optado por reproducir estereotipos y fomentar el odio. Bajo el pretexto de la libertad de expresión, se permite la difusión de mensajes que perpetúan la desigualdad y la violencia.
La libertad de expresión no puede ser excusa para la violencia. Criticar a una presidenta por sus decisiones es legítimo; insultarla por su género, no. Difundir mentiras, burlarse de su apariencia, cuestionar su legitimidad por ser mujer, no es opinión: es violencia.
Activistas feministas han señalado que, incluso desde el gobierno, no se ha hecho lo suficiente para frenar la violencia feminicida ni para garantizar transparencia en las cifras oficiales. En el primer año de gobierno de Claudia Sheinbaum, por ejemplo, se ha señalado una deuda con las mujeres en materia de seguridad y justicia. Esto muestra que el reto no solo está en llegar al poder, sino en transformar las estructuras que perpetúan la violencia.
¿Cómo contribuir a la pacificación del país desde el análisis político?
La violencia simbólica no solo daña a las mujeres en lo individual, sino que contribuye a un ambiente de polarización y agresión que impide el diálogo democrático y exacerba la violencia en la conversación pública. En lugar de analizar objetivamente las políticas públicas, se recurre a la descalificación personal. En lugar de debatir ideas, se atacan cuerpos, voces, emociones.
Contribuir a la pacificación del país implica reconocer que el respeto es condición básica para el diálogo. Implica entender que las mujeres tienen derecho a gobernar sin ser agredidas. Implica exigir que los medios cumplan con estándares éticos y que las instituciones sancionen la violencia política en razón de género.
La llegada de una presidenta mujer no debe ser motivo de odio, sino de reflexión. México tiene la oportunidad de demostrar que puede ser un país más justo, más igualitario, más democrático, menos machista. Pero para lograrlo, debe erradicar la violencia simbólica, desmontar los discursos misóginos y construir una cultura política basada en el respeto.