Vulnerabilidad invisibilizada

María Dolores Dimier de Vicente*

Resulta imposible negar que esta pandemia, que aún continuamos atravesando, ha puesto al desnudo las fragilidades de toda la humanidad, en todos los sectores de la población, profundizando todavía más la “grieta” tan frecuentemente mencionada, que reclama diálogos, trabajos colaborativos, políticas y acuerdos. Es necesario el desarrollo de una perspectiva amplia para responder a las necesidades de toda la sociedad, y así “develar” la invisibilidad de una vulnerabilidad envestida de múltiples facetas. La pregunta que se impone es: ¿La vulnerabilidad tiene cara de mujer?

El informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), publicado en el corriente año, muestra el incremento de las horas de las mujeres dedicadas al trabajo no remunerado, que refleja la desigualdad de género en la participación en tareas domésticas y de cuidado en América Latina. Según el mismo informe, especialmente en Argentina, teniendo en cuenta cifras previas a la pandemia, hoy día esta situación alcanza al 71% de las mujeres, quienes ocupan mayoritariamente campos laborales relacionados con la salud, la asistencia social y la educación, ámbitos que se han visto interpelados muy especialmente ante esta grave realidad.

En lo que se refiere a las tareas de docencia, con el objetivo de evitar la propagación del virus covid-19, la emergencia sanitaria ha impulsado mayoritariamente a la suspensión de las clases presenciales, alcanzando a 160 millones de estudiantes de América Latina, entre los cuales 29 de los 33 países establecieron propuestas de estudio en diversas modalidades a distancia, según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco, 2020). En dicha región, la sobrecarga de responsabilidades de las mujeres emerge más aún, debido a que el 70,4% de los puestos de trabajo en el sector de la educación están siendo ocupados por mujeres. Asimismo, en los hogares argentinos ha quedado expuesta aún una importante diferenciación entre hombres y mujeres, y en distintos niveles socioeconómicos y geográficos, en tareas del hogar y del cuidado de los grupos poblacionales más vulnerables (niñas, niños, adolescentes y personas mayores).

Según el estudio de investigación “Vida Personal y Familiar“, realizado por el Centro de Estudios de las Relaciones Interpersonales de la Universidad Austral (CERI, 2020), los principales hallazgos entre la población de encuestados, compuesta mayoritariamente por mujeres (78%), 53% de las argentinas percibieron mayores dificultades a la hora de gestionar la superposición de responsabilidades, cifra en ascenso en los estudios comparativos posteriores, al igual que la dificultad en separar el trabajo de la atención familiar (51%). Al respecto también cabe mencionar que el término “economía del cuidado” comprende tanto tareas relacionadas con el trabajo doméstico y el cuidado integral, ya fueran responsabilidades asalariadas o no remuneradas; que implican no solo una sobrecarga de responsabilidades, sino también marcados déficits de políticas integrales de cuidado que deberían contemplar tanto a quienes cuidan como a quienes son cuidados, y colaborar con la implementación de medidas de autocuidado que implicarán “cuidar al cuidador”.

Indagando más aún en el estudio del CERI (2020), las argentinas encuestadas manifiestan altos índices de percepción de vulnerabilidad y fragilidad (75%), nerviosismo (81%), agotamiento (83%) y preocupación (90%). Muy probablemente tracen los rostros de las vulnerabilidades invisibilizadas en tiempos de covid-19, que interpelan los espacios mayormente feminizados, y que implicarán importantes desafíos, debiendo estar especialmente contempladas en la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible.

*Profesora de la Maestría en Intervención en Poblaciones Vulnerables y secretaria académica del Instituto de Ciencias para la Familia. Universidad Austral.