Xalapa tomada /2

Sin tacto

 Por Sergio González Levet

 

Por fortuna para los atenienses veracruzanos, en ese tiempo del taponeo definitivo de la vialidad la autoridad municipal mostraba como virtud suprema sus capacidades administrativas, por lo que con la detención del último vehículo empezó de inmediato un programa del Ayuntamiento para preparar a la ciudad y a sus habitantes en sus nuevas condiciones de vida.

Problemas complejos como el manejo de la basura se fueron resolviendo con la conversión de los empleados de limpia pública en verdaderos tamemes, que empezaron a mover por los pasillos estrechos que dejaban los coches varados, enormes bolsas que finalmente terminaban depositadas en el basurero.

El agua potable fue un calvario hasta que todos se convencieron de que la única forma de sobrevivir era utilizar el líquido vital como si fuera eso: un líquido vital y precioso que aprendieron a usar con cuidado. El consumo diario per cápita bajó de 30 litros a cerca de 7, y así no fue necesario usar pipas, inservibles en las calles llenas, para dotar a las colonias más populosas.

La dotación a tiendas y mercados se resolvió con un ejército de empujadores de diablitos que se movían como hormigas humanas y llevaban el sustento para que la población no muriera de hambre o sed.

La movilidad imposible hizo que se reorganizara la educación, de modo que los niños y los jóvenes empezaron a tomar clases en las escuelas más cercanas a sus casas, a las que pudieran llegar caminando. Se dio el fenómeno de que muchos alumnos urbanos terminaron cumpliendo varios kilómetros de caminata diarios, como siempre había sido costumbre obligada en los poblados más alejados de las sierras y el campo.

El sector salud se llenó de verdaderos héroes que tuvieron que añadir a su lucha contra la muerte el esfuerzo de correr verdaderas maratones para llegar a los pacientes. Igualmente, los paramédicos se inventaron camillas altas que podían transportar, sobre los coches y camiones, a fuerza de brazos y piernas para hacer llegar las emergencias a las clínicas y hospitales.

Un trabajo igual tuvieron los sacerdotes y ministros de todas las religiones, quienes se vieron obligados a abandonar las iglesias y salir a buscar feligreses descarriados por toda la ciudad, para encarrilarlos por el buen camino.

La ciudad detenida, siguió viviendo sin embargo.

Y se dio el caso de que después de unas cuantas semanas todos ya pensaban que siempre habían vivido así, sin ruido, sin humo, sin accidentes y sin choferes ni señoras empoderadas atrás del volante…

 

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