Yo si te creo

Escaño abierto

Arturo Zamora

Los hechos del pasado viernes en la CDMX, donde fueron principales protagonistas numerosos colectivos feministas, ciudadanas inconformes, mujeres sumadas espontáneamente y no pocos muchachos, representan uno de los eventos sociales más dramáticos ocurridos en décadas en el país.

Todo comenzó con tres denuncias públicas de mujeres de la capital, en particular una que acusa a policías de cometer una violación, la falta de una respuesta inmediata de las autoridades para esclarecer los hechos, así como la violación de sus derechos al filtrar sus datos personales, lo cual motivó a miles de mujeres a salir a las calles para demandar del gobierno una respuesta certera y ágil a sus demandas.

Tomaron la calle ante la indignación que provocó la declaración de la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, luego de la protesta pacífica que tuvo lugar el lunes 12, quien calificó de “provocaciones” los reclamos de justicia y de respeto a la privacidad y la exigencia de declarar una alerta de género.

La insensibilidad mostrada por la jefa de Gobierno despertó una rabia contenida de cuya magnitud dan cuenta décadas de represión, agresiones, acoso y violencia de género y que ahora adquiere una trágica expresión ante la ola de feminicidios.

En México son asesinadas nueve mujeres cada día, además de las miles que son víctimas de la violencia física, el abuso sexual y violaciones. Diversos organismos internacionales de derechos humanos y de defensa de las mujeres han manifestado su preocupación por el aumento en los delitos que se comenten en su contra, tanto en la capital como en otras entidades del país.

A primera vista, resulta paradójico que este fenómeno haya hecho crisis precisamente en una metrópoli que presume ser un espacio de libertades y derechos como no hay otra en el país y donde las izquierdas, el PRD primero y Morena después, han gobernado por más de dos décadas. Tampoco ha bastado una Constitución local entendida como de vanguardia, con decenas de artículos cargados de promesas igualitarias, democráticas y liberales, y otro tanto de derechos humanos de última generación que no pasan del papel en el que están escritos.

Se ha dicho, y es verdad, que la violencia no se combate con violencia, pero hay que entender que la ira que explotó el viernes 16 fue un grito desesperado y un desahogo arrebatado ante una cruel impotencia, donde apelar a la razón es casi una burla.

¿De dónde brota la consigna “Yo sí te creo” que convocó a las mujeres de la Ciudad? Fue un lazo de solidaridad, una bofetada a la autoridad, una sacudida a la sordera del aparato de seguridad y justicia y un novedoso ensayo contra la impunidad.

Las mujeres son la mitad del mundo y el desarrollo de cualquier nación no sería posible sin su inclusión en todas las esferas de la vida pública y el respeto de sus derechos.

Es momento de que el gobierno federal reasigne el presupuesto que disminuyó en este año para la atención de este grave problema que aqueja a nuestra sociedad y que deje de amenazar con desaparecer o dejar sin apoyos económicos a las organizaciones que cuentan con refugios para atender a las mujeres que son víctimas de la violencia.

También es fundamental que los gobiernos de la 4T dejen de referirse a las protestas de las mujeres como provocaciones, porque ésta es una forma más de violencia en su contra. El asunto de fondo e ineludible es declarar una alerta de violencia de género en la Ciudad de México, como ya ocurre en más de la mitad del país.