Zedillo Dixit .

  • A Juicio de Amparo.

/Maria Amparo Casar /

El expresidente Ernesto Zedillo ha vuelto a hablar y lo ha hecho con seriedad, evidencia y contundencia.

Lo había hecho con anterioridad a raíz de la reforma al poder judicial y el método de elección popular de los jueces en 2024. Entonces condenó la reforma y dijo que se estaban sentando las bases para construir una tiranía. Ahora, tan sólo un año después, va más allá. En su entrevista para El Mundo y en el Foro de Toja, España, declara que la democracia en México está muerta.

No le falta razón al expresidente. Cada una de sus afirmaciones se pueden constatar. No hay quien pueda decir que la división de poderes sigue vigente, salvo en el papel. No hay quien pueda sostener que el poder judicial no ha perdido además de su profesionalización, su autonomía e independencia. Tampoco que no haya habido retrocesos en los derechos ciudadanos incluidos la libertad de expresión, el derecho a la información y al resguardo de los datos personales.

Rotunda y definitiva su declaración: “…López Obrador, en complicidad con Claudia Sheinbaum, acabó con la división de poderes, barrió con los contrapesos, eliminó cualquier atisbo de Estado de Derecho, atrofió el juicio de amparo, sometió a las autoridades electorales y se dispone a hacer una reforma para mantener su hegemonía en comicios controlados por el gobierno”. Cierra, “el Gobierno, que controla el Congreso y las legislaturas estatales, puede aprobar modificaciones constitucionales con carácter definitivo, sin que ningún tribunal que pueda objetarlas. Es un caso de autoritarismo único en el mundo”.

Previendo las críticas el expresidente Zedillo también mencionó los errores de su partido e incluso de su presidencia, pero advirtiendo que ellos no restan un ápice a lo que hoy sucede en Morena. “La tragedia es que Morena, en su intento de construir un partido hegemónico, ha copiado lo peor del PRI, y nada de lo bueno.” Se refería a que bien o mal el PRI construyó y fortaleció instituciones que fueron acotando el poder presidencial y a la apertura al diálogo y la negociación. Dos características que brillan por su ausencia desde que López Obrador llegó al poder y que siguen siendo santo y seña del actual gobierno.

No le parece pertinente que un expresidente, y menos del PRI, se atreva a tanto y ande opinando sobre los acontecimientos nacionales. Le parece que México es el país más democrático del mundo sin dar una sola prueba.

A raíz de ello, se ha instalado en la conversación pública el debate de si los expresidentes tienen el derecho a hablar sobre la política nacional e internacional. Sin duda lo tienen. Igual que cualquier otro ciudadano o igual que otro exfuncionario. Eso sí, es tarea de cada uno de nosotros decidir sobre la veracidad, solidez o acuerdo con sus diagnósticos y opiniones. Y, es tarea de los estudiosos verificar que las declaraciones de un expresidente tengan sustento.

Pienso que en este caso a Zedillo le asiste la razón en su análisis. Estamos ya en un escenario de autoritarismo. No sé si único en el mundo, pero desde luego, autoritarismo.

En México hay, o había, una tradición -que no una regla escrita- sobre que los expresidentes ya habían tenido su turno en el poder y no debían inmiscuirse en los asuntos de Estado. Por muchos años los expresidentes del PRI callaron al término de su mandato.

En la mayoría de los países no es el caso. Hay expresidentes que han ocupado altísimos cargos internacionales y en ellos o ellas han tenido que plantear sus puntos de vista sobre la política interna de otras naciones y de la suya propia.

En el ámbito de América Latina la dos veces presidenta Michelle Bachelet se desempeñó como Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos y como tal se mantuvo activa en la política internacional.

Óscar Arias, expresidente de Costa Rica y Premio Nobel de la Paz fue reconocido por liderar iniciativas a favor del desarrollo humano, la democracia y la desmilitarización en su país y en el mundo intentando aplicar la experiencia del proceso centroamericano a los grandes debates contemporáneos.

Aunque no lo logró, el expresidente Salinas de Gortari, aspiró a la dirección de la Organización Mundial de Comercio.

En lo nacional los expresidentes también se han mantenido activos como actores centrales de la política. Luiz Inácio Lula, dos veces presidente de Brasil, siguió haciendo política durante el mandato de Dilma Rousseff (201-2016) y después desde la cárcel lanzó su candidatura. Volvió a ser presidente por tercera ocasión.

Obama no sólo apoyó activamente a Biden y después a Kamala Harris, sino que se ha distinguido por sus fuertes pronunciamientos en contra de las políticas de Trump y se ha referido una y otra vez al error del presidente de EU de fomentar las diferencia y divisiones entre los norteamericanos, así como a la andanada en contra de las universidades y amenazas contra firmas de abogados. Los ejemplos se multiplican.

En México desde que comenzó la alternancia los expresidentes han expresado sus posturas de manera informal -por las redes sociales- o a través de canales formales como libros, entrevistas o participación en foros nacionales e internacionales.

Con mayor o menor intensidad sabemos lo que piensan, dónde se encuentran y qué hacen. Hay, desde luego, una excepción: la de López Obrador. ¿Por qué será?